Desde el comienzo de este siglo, la derecha anti-liberal ha resurgido en Estados Unidos y Europa: el Partido Republicano de Donald Trump en Estados Unidos, el Rassemblement National (RN) en Francia, Alternativ für Deutschland (AfD) en Alemania, etc.
En Estados Unidos, los republicanos tienen una alta probabilidad de ganar las próximas elecciones presidenciales. En los últimos comicios por el Parlamento Europeo, el RN francés fue el partido más votado en primera vuelta; y el AfD salió segundo en Alemania, por delante del socialista, el más importante de la coalición gobernante.
El discurso de esta nueva derecha es nacionalista y proteccionista en economía (lo que suscita el interrogante de por qué un libertario como Javier Milei se identifica con ella), plebiscitario y decisionista en politica, y nativista y, especialmente en Estados Unidos, anti-secularización en cultura.
Cuando Trump fue electo, en 2016, la propensión a votarlo fue mayor entre los hombres que las mujeres, entre los mayores que los jóvenes, y entre los blancos no hispanos que los afroamericanos y latinos. Pero quiero detenerme en dos segmentos clave de su base, uno cultural y otro social.
En todos los casos en Estados Unidos y Europa, la base de esta nueva derecha incluye, como sector principal, lo que llamaré “tradicionalistas identitarios”: nativistas, movilizados contra la inmigración cuya etnicidad, cultura y religión difieren drásticamente de los predominantes en la sociedad; y defensores de la hegemonía del cristianismo y sus prescripciones morales tradicionales en la vida social y cultural.
Otro sector con alta propensión a apoyar a la derecha anti-liberal, central en Estados Unidos y casos europeos como Francia, es una clase social: la trabajadora (definida como ciudadanos con ingresos y nivel educativo relativamente bajos) del grupo étnico mayoritario, o sea blancos en Estados Unidos, de ascendencia nativa en casos europeos.
Veamos primero la clase trabajadora. En 2019, hacia el final del gobierno de Trump, el 59% de los votantes blancos sin educación universitaria (indicador de “clase trabajadora” en Estados Unidos) estaba registrado como republicano, o tendía a apoyar a los republicanos. Solo el 34% se registraba demócrata, o tendía a apoyar a los demócratas (como lo hacía la mayoría abrumadora de los trabajadores no blancos).
Estos nuevos derechistas eran los hijos y nietos de la clase trabajadora que, durante la mayor parte del siglo XX, constituía un componente central de la coalición demócrata armada por Franklin D. Roosevelt durante la Depresión.
Algo similar sucede en Francia con los votantes de RN, descendientes de la clase obrera fuertemente comunista y socialista del siglo pasado. Y, en Alemania, la base principal de AfD está en la región oriental, la más deprimida económicamente, y donde estuvo localizada la República Democrática Alemana, comunista.
Este es un gran viraje. Los estudiosos de la política recordarán que, hasta hace unas pocas décadas, la mayor parte de la clase trabajadora norteamericana y europea se alineaba siempre en la izquierda. Y no hablemos de una proposición básica del marxismo, que planteaba el presunto carácter inherentemente revolucionario de la clase trabajadora.
Pasemos a los tradicionalistas identitarios. En 2020, el año en que Trump perdió su re-elección, solo 9% de sus votantes estaba de acuerdo con que “es mucho más difícil ser una persona negra en este país que una blanca”, versus 74% de los votantes de Joseph Biden.
Con respecto a género, ante la pregunta de si las mujeres todavía enfrentaban obstáculos significativos para salir adelante, la diferencia entre los que estaban de acuerdo fue de 26% a 79%. En relación con la inmigración, cuando se preguntaba si los recién llegados fortalecían a la sociedad americana, la diferencia era del 32% al 84%.
La religión evangélica es central en la base social de Trump. Ese mismo año, el 66% de los votantes blancos de esa denominación apoyó a Trump, y solo el 17% lo hizo por Biden. En comparación, menos de la mitad de los protestantes de otras iglesias y de los católicos votó por Trump, y la fuerte mayoría de los no cristianos apoyó a Biden.
Los factores identitarios son también centrales en la base social de los partidos europeos de la nueva derecha, pero allí la inmigración, particularmente la de países islámicos, es un tema fundamental.
En la última elección presidencial francesa (2022), la inmigración fue un motivo principal del voto por RN para el 55% de sus votantes, versus el 11% de los que apoyaron a La Republique en Marche, el partido de Emmanuel Macron. Y la proporción de franceses nativos y el número de mezquitas en cada circunscripción fueron predictores importantes del tamaño del sufragio por RN. En Alemania, la oposición a la inmigración árabe y africana es el determinante principal del voto por AfD.
En conclusión, se han producido dos fenómenos en los sistemas políticos de Estados Unidos y otros grandes países industriales: la reorientación de la clase trabajadora hacia la nueva derecha no liberal, y la movilización política de los identitarios tradicionalistas.
Esta transformación genera dos interrogantes obvios: cuáles son las causas de estos dos procesos, y por qué han sucedido precisamente en esta época. Como veremos, son la resultante política de profundos cambios en la estructura social y la cultura de los países industriales. Me referiré a estos temas en una próxima nota.
Publicado en Clarín el 24 de julio de 2024.
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