La experiencia enseña a no vender la piel del oso antes de cazarlo. Pero nuestro confuso presente habilita a explorar el mundo incierto de las peripecias imaginarias.
Un sorprendente poema de Constantino Cavafis (1863-1933), se llama: “Esperando a los bárbaros”. Alude al desconcierto y efectos que produce la decadencia de los pueblos, cuando anteriormente han gozado de grandes momentos.
Ocurre entonces que para escapar a las responsabilidades propias -en el suceder histórico- se busca cíclicamente concentrar en “los otros” las culpas del fracaso. Ellos serían “los bárbaros”. Los que piensan y actúan en forma diferente a “nosotros”, y han causado la decadencia.
Paradojalmente, cuando “los bárbaros” debilitan su predominio la situación cambia. Sobreviene entonces otra incertidumbre –ansiosa y extraña- la de no saber bien qué hacer para estabilizarla, e iniciar la salida de la decadencia en un esfuerzo conjunto.
Alejandro Herzen (1812-1870), ya había descripto la aflicción que se produce en las sociedades cuando el poder conocido –y hasta temido- atenúa su estrellato y “no deja heredero, sino una viuda embarazada” de problemas (Desde la otra orilla).
Los “adversarios”, han compartido la agotadora experiencia de la intolerancia recíproca. Piensan ambos que nada bueno puede venir de “los otros”. Pero la costumbre del enfrentamiento y rechazo absoluto entre ellos, les produce –inconscientemente- cierta interdependencia existencial para justificarse.
Cavilando sobre el tema, Cavafis se formula la gran pregunta final: “¿Y qué va a ser (qué sería) de nosotros sin (los) bárbaros? Esta gente, al fin y al cabo, era una solución”.
Argentina recicla el círculo vicioso de ser gobernada a los bandazos por hegemonías o fragmentaciones infructuosas. El punto medio, el de la administración de diferencias para conseguir la estabilidad factible desde miradas diversas, nos resulta invisible.
Nos parece mediocre la regla según la cual podría decirse –a lo Merkel- que no se gobierna en coaliciones para ganar discusiones teóricas, sino para facilitar el encuentro de soluciones a los problemas de la vida práctica de todos.
Pasan los años y la visión facciosa entre civilización y barbarie perdura con distintos rostros “gloriosos”. La enemistad y desconfianza latente entre las corrientes históricas, no muere nunca, pese a los cambios de época y figuras representativas.
Es deber de todos los actores políticos significar un sentido conceptual y de eficacia operativa como guía social. Conscientes de las dificultades de su implementación ante los desafíos y condicionamientos de cada circunstancia histórica.
Hace a la condición humana asumir que los “bárbaros” no son sólo los otros, sino a veces nosotros mismos, con apetitos y altruismos, defectos y virtudes.
Como conclusión de su largo diálogo con nuestro país, Ortega y Gasset (1883-1955) exhortó: “¡Argentinos! ¡A las cosas! Déjense de… narcisismos. Es necesario que se resuelvan de una vez, …a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, trabando y paralizando sus potencias espirituales (“Conferencias de 1939”, concentradas en Meditación del pueblo joven).
Argentina es extensa, pero no tiene espacio para contener dos países rumiando enconadamente, mirándose el ombligo. No se requiere unanimidad. Pero sí concordia, trabajo, confianza y paz.