viernes 26 de julio de 2024
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A propósito de Patria

En estos días de pandemia ha llegado al país, en simultáneo con España, la concreción en imágenes de “Patria”, el extraordinario éxito editorial del escritor vasco, Fernando Aramburu residente en Alemania. Como no es el tema de este texto la valoración de la obra en sus aspectos cinematográficos, quiero liquidar la cuestión desde el principio dando mi opinión de aficionado al cine y a las series con 60 años de experiencia en las butacas (y ahora en el sofá de casa): considero que la serie es, con diferencia, la mejor que he visto realizada en España, e incluso voy más lejos: la comparo favorablemente con las películas más importantes que se han filmado en la Península Ibérica.

Dicho esto, paso a lo que quiero argumentar aquí: la historia coral de estas dos familias inmersas en uno de los conflictos de más difícil explicación para el que lo analiza desde la distancia, nos permite acceder a la comprensión –si tenemos la mente abierta- de una visión del nacionalismo entendido como una religión en la que hay réprobos y elegidos, y para quienes no comulgan con ella solo les cabe la eliminación. Lamentablemente, y esto no tiene que ver con “Patria”, sospecho con fundamentos que esto es también válido para quienes en nombre de “España. Una. Grande. Libre”, procedieron de manera similar, y sospecho que volverían a actuar así.

Revisar los orígenes del nacionalismo vasco y la tergiversación histórica a la que con empeño se han dedicado unos pocos intelectuales de escasa entidad se ha visto desmentida de manera rotunda por historiadores serios como José-Luis Granja y Antonio Elorza, por citar un par de ejemplos.

La cuestión reside en analizar a través de que vías una concepción ultracatólica y racista -las obras de su fundador Sabino Arana están publicadas para probarlo y en la serie la conversación del cura con la madre del etarra refleja con acierto la postura de buena parte del clero vasco- pudo devenir en un “movimiento de liberación nacional y social” inmerso en la vorágine de la violencia para alcanzar la independencia de un pueblo “oprimido” cuyo Producto Bruto por habitante es superior al de sus “opresores”.

Una respuesta posible es que la represión política y cultural ejercida por el franquismo sobre el pueblo vasco acompañada por la absorción acrítica de las teorías de la dominación colonial en la línea de Frantz Fanon, dio como resultado la conformación de un grupo minoritario que si hasta cierto punto encontraba su “justificación” en una dictadura, se transformó luego en una amenaza para la democracia española y sometió al chantaje del terror a un pueblo durante cuatro décadas.

En el clima generado por la violencia, Aramburu tiene una posición tomada: la compasión que muestra por todos los protagonistas de esta tragedia y las referencias a la represión ejercida por las fuerzas del Estado no tienen el mismo peso que el juicio que, por ejemplo, le merecen Joxe Mari y sus compañeros; sin ninguna duda Bittori, la esposa del asesinado, nos genera más empatía que Miren, la madre del etarra. Se lo ha criticado por esta postura y no es justo: la evaluación ponderada de la realidad vasca la corresponde al historiador; al autor de obras de ficción, aunque éstas aborden una temática real, les reclamamos coherencia y compenetración con sus personajes, no necesariamente objetividad.

La sensación, que tan bien transmite la serie, de que la sociedad, sobre todo en los pueblos, vivió inmersa en el miedo, y ese miedo condujo a comportamientos alejados de las normas tradicionales que regían la convivencia, trajo como consecuencia una herida en el tejido social que probablemente tarde mucho tiempo en cicatrizar -el retorno de Bittori al pueblo tras el abandono de las armas por parte de ETA es considerado una “provocación”-.  Por esta razón es tan importante, por ejemplo, que la hermana del asesino, afectada por una minusvalía severa, invite a dar una vuelta por la plaza del pueblo a la esposa del asesinado. El mensaje del autor abre una puerta a la posibilidad de reconciliación, y aunque esa apuesta es difícil, es la única posible en una sociedad tan castigada. 

En resumen: en la actualidad la televisión brinda la posibilidad de acceder a una audiencia mucho más amplia que la del lector de libros; disfrutar de la visión de “Patria” puede despertar la curiosidad por conocer una obra literaria de valor pero también permite acceder a un tema que durante mucho tiempo conmovió al mundo.

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