Un recordado periodista deportivo de los años ’70, Dante Panzeri, definió al futbol como “la dinámica de lo impensado”: la frase del recordado Panzeri bien podría retratar la dinámica política argentina.
En efecto, cualquier análisis respecto de la presidencia de Javier Milei hacía hincapié, hasta hace no muchas semanas atrás, respecto los factores que habían permitido construir una frágil gobernabilidad a una gestión presidencial que nacía sin apoyo legislativo, sin gobernadores provinciales o referentes locales propios sin control de la calle, en manos de los movimientos sociales y en el mejor de los escenarios con un condicional soporte del mercado y la opinión pública.
Aquellos factores más destacados tienen relación con activos propios del gobierno nacional como la estabilidad macroeconómica y el control de la calle -vía aumento presupuestario a los beneficiarios de los planes sociales y reducción de la intermediación-y otros no propios como la disgregación de la oposición “leal” -rémora de lo que alguna vez fue Juntos por el Cambio- y la crisis de su expresión “semileal” -el kirchnerismo-.
Sin embargo a lo largo de las últimas semanas el Gobierno ha demostrado una inusual capacidad de auto-provocarse crisis que no han afectado la frágil gobernabilidad pero pueden contribuir a su erosión de persistir en esa tesitura.
En este clima podemos mencionar la alocución del presidente Milei en el foro de Davos, el Criptogate y una inauguración de la actividad legislativa que terminó otorgando centralidad al encontronazo entre el “ingeniero del caos” Santiago Caputo y el diputado de la Unión Cívica Radical Facundo Manes y no al discurso presidencial, solo para destacar algunas: como diría un ex presidente, pasaron cosas.
Un gobierno débil y al mismo tiempo con una inocultable vocación hegemónica y un presidente bifronte que no ha logrado resolver el dilema entre el profeta de vocación y el político pragmático de profesión podrían ayudar a comprender esa tensión entre la capacidad para la construcción de una frágil gobernabilidad y al mismo para autoinfligirse daños innecesarios.
El Milei profeta/ciudadano se percibe como un mandatario destinado a cumplir no ya un período presidencial (o dos en el mejor de los casos) sino una misión que excede los estrechos límites de cualquier mandato constitucional: el profeta se plantea una profunda reformulación del Estado, la sociedad y los tradicionales alineamientos de la Argentina con el resto del mundo.
El político pragmático reconoce los limites y restricciones para llevar a cabo la misión, lo que lleva al presidente a un esquema de negociación (no declarada) con diferentes actores con capacidad de veto y al mismo de garantizar las herramientas para llevar a cabo la ambiciosa agenda presidencial mediante la combinación de premios y castigos (o amenazas de): como se suele bromear en X (ex Twitter), decime que estás negociando con la casta política sin decirme que estás negociando con la casta política.
En materia de política exterior, mientras que el profeta plantea un incondicional (y hasta obsoleto) alineamiento con los Estados Unidos (afinidades electivas compartidas con Donald Trump mediante) e Israel, el Presidente reconoce la necesidad de establecer un más constructivo vinculo con la República Popular China, titular de una significativa parte de las reservas brutas disponibles en el Banco Central.
¿Podrá el presidente preservar la gobernabilidad? ¿O prevalecerá el profeta/ciudadano y continuaremos asistiendo a un proceso de creación de crisis autoprovocadas?
Pregúntenle a Panzeri.