domingo 18 de mayo de 2025
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Por qué duran tanto las dictaduras nacidas de una revolución

En junio de 1941, el poder soviético pendía de un hilo. Desbordada ante la invasión de las tropas nazis, la Unión Soviética cedió inmensas extensiones de territorio, al tiempo que divisiones rusas enteras perdían el contacto con sus superiores. A lo largo y ancho del país, el Ejército Rojo se iba descomponiendo en hordas de fugitivos que intentaban sortear el cerco alemán. En las altas esferas del Gobierno reinaban el pánico y la confusión.

Cualquiera habría anticipado que el régimen soviético iba a derrumbarse, víctima de un alzamiento por parte de una ciudadanía que llevaba años padeciendo la hambruna y la represión, o bien a manos de un golpe de oficiales del Ejército, enfurecidos contra las brutales purgas de Iósif Stalin y su catastrófica injerencia en cuestiones militares. Sin ir más lejos, había sido el desastre de las fuerzas armadas durante la Primera Guerra Mundial lo que precipitó la caída del régimen zarista. Del mismo modo, se podían atribuir las demoledoras primeras semanas de la invasión al liderazgo de Stalin. Este se negó a prepararse para una invasión, a pesar de la gran cantidad de informes de inteligencia que advertían que el ataque sería inminente. De hecho, ordenó que se desmantelaran las fortificaciones defensivas que se hallaban en el este, dejando a gran parte de la retaguardia soviética a su suerte. Varios días después de la invasión alemana, Stalin se retiró a su dacha mientras dejaba en la estacada al resto de los mandatarios. Un pequeño grupo de miembros del Politburó se atrevieron a visitarlo sin que él los hubiera invitado — una decisión arriesgada en la Rusia estalinista—. Según un testimonio, los líderes soviéticos encontraron a Stalin a solas en la penumbra, hundido en un sillón y, según parece, esperando a que lo arrestaran. Reconoció más adelante que “cualquier otro Gobierno que hubiera sufrido semejantes pérdidas territoriales […] habría sucumbido”. No obstante, el Gobierno de Stalin sobrevivió, y el comunismo soviético todavía resistiría medio siglo.

La supervivencia del régimen soviético a pesar de las calamidades extremas pone de manifiesto un fenómeno más general y de una enorme trascendencia. Las autocracias revolucionarias —aquellas que nacen de una revolución social violenta— tienen una capacidad extraordinaria de perdurar. El comunismo soviético subsistió 74 años; el régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI) de México gobernó durante 85; los regímenes revolucionarios de China, Cuba y Vietnam permanecen todavía en el poder tras más de seis décadas. Del conjunto de los Estados modernos, solo un puñado de monarquías del golfo Pérsico gozan de una longevidad comparable.

Las autocracias revolucionarias no se contentan con resistir al embate del tiempo. Como la Unión Soviética, la mayoría de ellas ha sobrevivido a la hostilidad exterior, a malos resultados económicos y a la enorme incapacidad de sus políticas. El Partido Comunista de China logró aferrarse al poder a pesar del catastrófico Gran Salto Adelante y del “Gran Caos” que la Revolución Cultural desencadenó. El régimen comunista de Vietnam soportó la devastación a la que abocaron 30 años de guerra; el régimen revolucionario de Cuba sobrevivió a una invasión auspiciada por Estados Unidos, a un bloqueo comercial desgarrador y a la debacle económica que supuso el colapso de la Unión Soviética. También la República Islámica de Irán ha resistido a cuatro décadas de hostilidad internacional, que incluyen ocho años de guerra sanguinaria con Irak.

Por otro lado, la mayoría de los regímenes revolucionarios sobrevivieron al colapso global del comunismo. Durante la década de 1990, la desaparición del patrocinio extranjero, una crisis económica y una promoción sin precedentes de la democracia a escala internacional comprometieron a las autocracias de todo el mundo. Aun así, muchos regímenes revolucionarios — incluyendo a los que en su día fueron comunistas en China, Cuba y Vietnam— permanecieron incólumes. De hecho, todos aquellos regímenes comunistas que han subsistido hasta el siglo XXI se originaron en una revolución violenta. De modo parecido, en el África subsahariana, los únicos Estados clientelares de los soviéticos que sobrevivieron al fin de la Guerra Fría fueron Angola y Mozambique. Ambos surgidos tras violentas revoluciones sociales.

Estos casos no representan una anomalía. En un análisis estadístico de todos los regímenes autoritarios instaurados desde 1900 descubrimos que los regímenes autoritarios nacidos de una revolución social violenta resistían, de media, casi el triple que sus homólogos no revolucionarios. Los regímenes revolucionarios se desintegran a un ritmo anual que apenas llega a una quinta parte de los no revolucionarios. (…)

Lo mucho que llegan a perdurar los regímenes revolucionarios ha tenido consecuencias de largo alcance. Aunque en conjunto sean solo un puñado (hemos contabilizado veinte desde 1900), las autocracias revolucionarias han ejercido un impacto exorbitado en la política internacional moderna. Las revoluciones intensifican el poder estatal, a veces de manera drástica. Como observó [la socióloga y politóloga estadounidense] Theda Skocpol, la destrucción de las antiguas élites, junto con la movilización de enormes recursos humanos y demás recursos sociales, posibilita un veloz progreso industrial y militar. Este facilita que dichos Estados se adelanten a otros en la cola jerárquica de la geopolítica. Así es como la Revolución rusa transformó una sociedad de carácter agrario en una potencia industrial moderna capaz de derrotar a Alemania en la Segunda Guerra Mundial, y logró la paridad nuclear con Estados Unidos. La revolución sacudió el sistema capitalista global y propició la rivalidad de la Guerra Fría, que reorganizaría la geopolítica a partir de 1945. De modo similar, la Revolución china conllevó la centralización de un Estado que había sido endeble y fragmentado, y consiguió que el país llegara a ser una superpotencia. La Revolución de Cuba transformó un Estado periférico en otro que logró intervenir con su Ejército en África. (…)

Los regímenes revolucionarios, además, han sido responsables tanto de algunas de las tragedias humanas como de la violencia más horrenda de la historia moderna, incluyendo la hambruna de 1932-1933 en Ucrania, el Gran Terror de Stalin, el Gran Salto Adelante de China o el genocidio de los Jemeres Rojos en Camboya. Por último, los regímenes revolucionarios han supuesto un enorme quebradero de cabeza diplomático para las democracias occidentales. Pocos Estados se asocian más con la ineficacia de la política exterior estadounidense —cuando no con su rotundo fracaso— que los revolucionarios Vietnam, Cuba, Irán y Afganistán.

Publicado en El País el 13 de mayo de 2025.

Link https://elpais.com/ideas/2025-05-13/por-que-duran-tanto-las-dictaduras-nacidas-de-una-revolucion.html

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