La actual pandemia llama la atención sobre el olvido en el que cayó la llamada gripe Española – probablemente originaria de Kansas – que causó una enorme mortandad. Esa pandemia tiene alguna relación con el menos recordado fenómeno del Dust Bowl en los EE.UU., entre 1931 y 1937.
Después de la Guerra Civil norteamericana (1861-1865), una serie de leyes federales incentivaron a los inmigrantes – llamados pioneros – a poblar el oeste de los EE.UU. La Ley de Homestead de 1862, que proporcionaba a los colonos 65 hectáreas de tierra pública, fue seguida por la Ley de Tierras Kinkaid de 1904, que las llevó a 220 hectáreas, y la ampliación de la Ley de Homestead, de 1909, abrió ese camino. Esta legislación llevó a una afluencia masiva de agricultores nuevos e inexpertos hacia la región central del país, conocida como las Grandes Llanuras.
Los pioneros comenzaron a arar la tierra semiárida para producir trigo, primero con caballos y luego con tractores y maquinarias que revolucionaron la velocidad de las tareas. El commodity que requiere poca agua cotizó al alza durante la Primera Guerra Mundial, impulsando la expansión constante del cultivo y generando el interés de los especuladores. A fines del siglo XIX y principios del siglo XX existía una superstición popular que decía: “la lluvia sigue al arado”, por lo que pensaban que cuanto más se cultivaba mejores serían las condiciones climáticas. En realidad, era todo lo contrario, eliminar las gramíneas del suelo para reemplazarlas por el trigo generó el inicio de uno de los desastres ecológicos más grandes, hoy olvidado: el Dust Bowl, tazón de polvo.
Al principio del boom, lo que los granjeros aprovecharon fue la humedad residual que poseían esas tierras, junto con un ciclo de buenas lluvias. Esa humedad decayó cuanto más se extendía el cultivo hacia áreas marginales, impulsado por la especulación en tierras y trigo. Pero, luego de la guerra y cuando los EE.UU. entraron en la Gran Depresión, los precios del trigo se desplomaron.
Los cultivos comenzaron a reducirse con el inicio de la sequía de 1931, dejando a la tierra roturada por el arado, floja y seca a merced de los fuertes vientos. Sin las pasturas que le daban protección y raigambre, la tierra levantó vuelo. La desertificación de millones de hectáreas provocó el quebranto y la emigración de tres millones de personas, que en su mayoría siguieron camino hacia la costa oeste, generando la mayor migración de la historia de ese país.
Aquellos que huían del Dust Bowl fueron llamados popularmente Okies –por Oklahoma– en los nuevos estados a los que emigraron. Muchos de ellos vivían en barriadas y tiendas de campaña a lo largo de zanjas de riego, y debieron aceptar trabajos duros y mal pagos. En Arizona, los labriegos mejicanos fueron deportados a su país de origen para que los Okies pudieran ocupar sus lugares generando una nueva cadena de conflictos.
John Steinbeck inmortalizó la difícil situación de los emigrantes en su novela The Grapes of Wrath (1939), obra que sería llevada al cine para mostrar la tremenda situación de los Okies en el marco de la Gran Depresión. Un excelente documental resume la historia: Dust Bowl, de Ken Burns.
El desastre ecológico trajo, además, la “neumonía por polvo”, aunque no hay registro de cuántas personas pueden haber muerto por la afección, las estimaciones oscilan entre cientos y varios miles de personas. Algunas de las tormentas fueron épicas. El 11 de mayo de 1934, se desató una nube de tres kilómetros de alto que llegó hasta la costa este, “borrando” monumentos como la Estatua de la Libertad y el Capitolio de los Estados Unidos.
La peor tormenta de polvo ocurrió el 14 de abril de 1935. Las cadenas de noticias lo llamaron: Domingo Negro. Una pared de arena y polvo que soplaba provino de Oklahoma y se extendió hacia el este. Se estima que hasta tres millones de toneladas de tierra se desprendiendo de las Grandes Llanuras durante el Domingo Negro. En total, los expertos calculan que 250 millones de toneladas de tierra fértil fueron a parar al océano Atlántico y Pacífico durante todos esos años.
El presidente Franklin D. Roosevelt, dentro de lo que se denominó New Deal abordó el drama con una serie de medidas para aliviar la difícil situación de los agricultores pobres y desplazados. Pero, sobre todo, puso la atención y los esfuerzos en la degradación ambiental que había llevado al Dust Bowl. Para ello, el Congreso estableció el Servicio de Erosión de Suelos y el Proyecto Forestal de los Estados de la Pradera en 1935. El servicio creó programas de forestación como cortavientos en granjas en las Grandes Llanuras. El Servicio de Erosión de Suelos – ahora llamado Servicio de Conservación de Recursos Naturales (NRCS) – implementó, además, nuevas técnicas agrícolas para combatir el problema de la erosión del suelo. Además, el Estado Federal compró más de un millón y medio de hectáreas para transformarlas en pasturas.
La explotación del acuífero Ogalalla que está debajo de las Grandes Llanuras volvió a impulsar la agricultura en toda esa zona, a finales de la Segunda Guerra, intensificando el riego por bombeo. Pero el agua no será eterna. Hoy se calcula que hay reservas para quince años más.
El Dust Bowl marco a una generación de norteamericanos, pero ese drama quedó oculto en los años posteriores a la Segunda Guerra en los que la prosperidad parecía asegurada con el reverdecer de la planicie – ahora irrigada con alta tecnología -y la explosión industrial. Del mismo modo se olvidó el papel fundamental del Estado y de las políticas públicas para restablecer el equilibrio social y la preservación de los recursos naturales, luego de un período en el que las fuerzas del mercado quedan desatadas. La actual pandemia ha dejado al descubierto el mismo problema, pero a nivel global.