“Se creyó entonces que nos habíamos liberado de lo trágico y hallado en la libertad la panacea. Pero al mismo tiempo se descubrió la soledad del hombre ante el destino. Los hombres desean liberarse, pero no desean ser libres. Buscan sin pausa algo a que pertenecer”.
Jean Daniel, “Viaje al fondo de la nación”
En diversos ámbitos se está discutiendo en estos días una trampa binaria: Milei o Massa. La civilización en la que estamos inmersos es binaria. Pero el problema es que la realidad no lo es. Y por eso surgen las contradicciones más peliagudas. Por eso, cuando la oferta es binaria produce incomodidad entre quienes no están de antemano en una u otra opción. Ese malestar se ha instalado en los espacios de reflexión en estos días. Ha producido enojosos debates porque unos y otros no han dudado en advertir lo peligroso que es no seguirlos en lo que ellos han decidido como lo mejor. Con sólidos argumentos, los votantes ya convencidos por cada candidato del balotaje explican por qué no votar por quien ellos prefieren es casi un crimen de lesa humanidad. Los conversos, es decir los que votan por “el mal menor”, suelen ser los más fanáticos. Algunos, es cierto, disconformes con su elección circunstancial, aportan una extrema comprensión. Se los escucha y se los lee por doquier. En ese clima, un integrante de uno de esos foros, refiriéndose a otro conflicto que también está desatando controversias dramáticas, escribió un texto ejemplar: “Poesía y guerra”. Por cierto que la controversia a la que se refiere es mucho más trascendente y grave que la de la sórdida elección presidencial argentina.
Israel “Cacho” Lotersztain es un ingeniero, físico e historiador, que además de haber hecho todas esas carreras universitarias, en el país y en el exterior, sigue estudiando. A sus más de ochenta años está ahora sumergido con pasión en la arqueología bíblica. Hijo de una familia de inmigrantes judíos, remontó su infancia pobre en La Paternal porteña con estudio y más estudio.
Este fue su escrito en un mail iluminador para un grupo de amigos y colegas reunidos en el Club Político Argentino: “Fue el año previo a la pandemia, cuando por última vez visité Israel. Estaba alojado como siempre en Jerusalén, pero como me habían invitado a un debate en la Universidad de Tel Aviv tomé un micro que une ambas ciudades.
“Me senté en uno de los pocos asientos libres y, al mirar a mi acompañante de la ventanilla, vi a una hermosa y muy joven morocha, vestida en uniforme militar, con el fusil reglamentario entre las piernas.
“Al comenzar el viaje sacó un libro para leerlo, y al verlo no pude contenerme y le hablé. El libro era de poemas de amor de Iehuda Amijai. Le expliqué que había sido profesor mío en 1958, cuando nos enseñaba literatura a los maestros que desde la Diáspora acudíamos a Jerusalén para perfeccionarnos, y le conté la maravillosa persona que era el poeta, y cuánto me ayudó en lo personal incluso.
“Ante tan insólita charla de mi parte ella se sinceró completamente. Me contó que recién comenzaba a sus 18 años el servicio militar, que hacía muy poco había finalizado y mal una relación amorosa, y que los poemas de mi maestro la ayudaban mucho a superarlo. Y que ella también borroneaba poemas… Yo me sentí en la obligación de asegurarle que el futuro le demostraría que los actuales malos momentos se esfumarían de la memoria como los malos sueños.
“¿Fue así? Estos días la recuerdo a diario a Yael. Estimo bastante probable que el futuro para esa soldado poeta haya sido la de estar ahora en Gaza o cerca, vengando un atroz pogromo en el sur de Israel, pero al mismo tiempo ayudando a matar (¡sin quererlo para nada!) a otras jóvenes como ella que sueñan con el amor. Un mundo terrible el que nos ha tocado vivir…”
La anécdota deja sin aliento. ¿Cómo es un mundo donde una niña enamorada intenta curar su corazón roto leyendo poesía mientras, por imposición de la realidad, se forma como guerrera para encontrarse en un momento en la posición de matar o ayudar a matar a una posible joven enamorada cuya única diferencia es pertenecer a otra nacionalidad o religión? Hay algo que no funciona. ¡Qué fiesta es la humanidad cuando lo que une al amor es la poesía o un proyecto común y que infierno horrible cuando el odio gana la batalla y se impone la muerte del otro en la guerra! Lo apabullante es que ambas instancias suceden con los mismos protagonistas.
La contienda política en algún sentido reproduce la guerra. Se compite para derrotar al otro. El gran avance civilizador es que con el desarrollo de las sociedades, mediante instituciones y acuerdos conseguidos con diálogo, se atenúan los efectos de esa contienda. Se la convierte, en el mejor de los casos, en una convivencia regida por la concordia. Y, en el peor, por la discordia. Pero convivencia al fin. Quizás el logro más sofisticado de esta aventura humana sea la democracia republicana. Sistema de gobierno que con sus imperfecciones acontece en diversas geografías. Es cierto que en muchos casos sobrevive malamente. Esa construcción humana, antídoto contra el odio, se diferencia de las matanzas. Sean en suelo israelí por parte de los terroristas de Hamas o sean de palestinos inocentes en Gaza. Hay entre los muertos muchos niños y jóvenes como la soldado de la anécdota de Lotersztain. Son víctimas de un grupo terrorista y del ejército israelí en su intento de derrotar militarmente a sus atacantes. E inevitablemente se arman, como en la discusión por el balotaje, grupos irreconciliables a favor o en contra de una u otra posición. ¿Cuál es el momento atroz en que se justifican, por la razón que sea, los muertos injustos? Es el momento de la política más ramplona. Es el momento de la pérdida del sentido. El de la adhesión ciega y no el de las acciones concretas que pretenden modificar las vidas de los seres humanos.
¿Qué sucede con una sociedad que demuele sus instituciones en vez de consolidarlas? Se llega a esta situación intolerable para muchos donde hay que optar entre quien usa del Estado de modo pornográfico para hacer su campaña en nombre de “reparar” lo que él mismo destruyó, como Massa, u otro, como Milei, que para reparar lo que otros destruyeron lo quiere demoler todo en nombre de una ideología que nunca ha gobernado en ningún lugar del mundo. Y lo más llamativo es cómo fueron funcionales el uno para el otro a fin de dejar fuera de carrera a la opción que iba por el orden y lo institucional.
Ser institucionalista en la Argentina es un reaseguro de perder. Un ejemplo claro es lo sucedido en este proceso eleccionario en marcha. Recientemente el gobernador Rodolfo Suárez anunció que presentará un proyecto para anular las PASO. El argumento es que se transforman en una instancia donde no hay nada en juego, una suerte de gran encuesta, que sirve para desvirtuar los resultados posteriores y complicar más la coyuntura económica. En las de este año hubo un virtual triple empate entre las tres agrupaciones más votadas pero eso le permitió a quien no competía contra nadie, Milei, salir primero y desarrollar una parafernalia de gritos y ademanes que le sumaron muchos votos de adeptos a esos rugidos sin importar las propuestas. Esos votos dividieron al voto opositor. En segundo lugar estuvo JxC, que sí cumplió con la institución PASO con dos fórmulas competitivas y se desangró en esa interna. Lo institucional llevó a muchos a condenar el “enfrentamiento”. Se pidió un “acuerdo de cúpulas” para evitar la pelea y el desgaste que conlleva. ¿Y entonces cuál es el sentido de las PASO? ¿Por qué entonces cuando hay acuerdos de dirigentes sin pasar por el voto “de la gente” se los critica? Tercero salió Massa, con una mayoría absoluta sobre la opción del kirchnerismo duro de Grabois. Eso dejó en claro una vez más que el kirchnerismo maneja al peronismo desde una minoría intensa y bien conducida. Ese resultado le permitió a Massa medir qué caminos debía tomar para atenuar el efecto de ser el ministro de Economía del peor gobierno de la democracia. Una gestión que llevó de la mano del candidato la inflación a 140% anual y la pobreza a 40% de la población. Más allá de las opciones federal de Schiaretti y de izquierda de Bregman, las primarias sirvieron también para darle existencia por un rato a una comparsa que, si no fuera dramática la situación de un país que marcha a la deriva con muchas personas sufriendo, sería cómica.
En la elección general se dio que salió primero el que había salido tercero en las PASO, usando recursos del Estado para hacer campaña, de un modo que más allá de su legalidad muestra la enfermedad del sistema. Se ha naturalizado el llamado Plan Platita como si todo el país fuera una de esas provincias feudales del Norte donde el clientelismo es alarmante. Massa ya había hecho pasar su Caballo de Troya con Milei, dividiendo la oferta de la oposición para dividir a los votantes. Así pudo ganar aunque sacara más de tres millones de votos menos que en la elección del peronismo de 2019. La irregularidad de que un ministro de Economía en funciones sea candidato también es una muestra más de la falta de institucionalidad. Y lo desesperante es que se ha naturalizado. Se lo toma como un dato más. La que era la principal fuerza de oposición, con gobernadores, intendentes y muchos legisladores quedó afuera. Otra muestra de lo que produce la falta de institucionalidad.
Finalmente se está rumbo a una balotaje donde un candidato sigue usando el estado y sus recursos para hacer campaña como en una republiqueta del realismo mágico y por otro un extraño, solitario, inestable y delirante personaje que se ha desdibujado y hace días que perdió su efervescencia, como esas gaseosas que quedan destapadas. ¿Esa es la opción? Se entiende el desencanto, como se comprende la desilusión del intelectual judío que se había sentido en la obligación de augurarle a la joven despechada y armada con un libro y un fusil que en el futuro los malos momentos amorosos se disiparían de su memoria como las pesadillas. El augurio no se cumplió. El fusil tomó vida y el libro deberá esperar. La opción es ahora por la sobrevivencia y en ella va implícita la eliminación del otro. Un dilema horrendo, indeseable.
Está claro que cualquier intento de proporcionar sanidad a esos cuerpos enfermos produce derrotas. Porque cuando una sociedad está preparada para funcionar enferma lo sano le produce el efecto paradojal de no traerle alivio. Este proceso eleccionario ha sido muy elocuente. El país está en carne viva, con sus debilitados músculos a la vista y sin mayor poder de reacción. Y allí vuelve el recuerdo de la joven que lleva en sus manos el libro de poemas para calmar sus penas de amor, junto al fusil que hoy debe estar matando a jóvenes enamoradas como ella en los tiempos del encuentro en el micro. Hay algo que no funciona bien. A esta altura ya resulta válido preguntarse si hay posibilidad cercana de solucionar los conflictos. Tanto en el israelí-palestino como en el político de la Argentina parece difícil llegar a buen puerto. En ambos se requiere de una institucionalidad que los ganadores no quieren de ningún modo porque los haría perder. En ambos, los que apuestan a la destrucción y la mentira ganan, mientras pierden los que querrían vivir en un mundo con reglas razonables y claras.
Publicado en Mendoza Post el 5 de noviembre de 2023.