La situación es bien compleja. La realidad comienza a sacar a la superficie lo que tantos suponíamos, y expresamos con anticipación. No hicieron falta años, apenas unos meses, para que el velo se corriera y dejara visible lo que podía anticiparse con cierta precisión.
Y si podía suponerse… ¿Cuáles fueron los motivos por los que ocurrió de todas formas? Puede haber muchos, aunque entiendo que el más sólido es que Milei supo encender en la gente una esperanza que era necesaria. Y contra la esperanza es muy difícil. La esperanza genera fe, y la fe no sabe de razones.
No se tomó debida nota de la ausencia de equipos verdaderamente preparados, de intenciones que se asomaban tras cada aparición, de intereses en juego, de una gestualidad que anunciaba violencia, de prácticas y actitudes autoritarias. Nadie entre sus seguidores intuyó algún desequilibrio y, si lo hicieron, lograron auto convencerse de que tal desequilibrio no podía ser un obstáculo a la hora de gobernar, aunque resulte raro que así ocurra.
El Estado debe racionalizar sus cuentas, sin dudas. Pero las cuentas en política no pueden hacerse como si habláramos de números vacíos. Las cuentas son gente, derechos, garantías, trabajo, posibilidades de vida digna; los números en política difícilmente carezcan de sentido. Y pocas veces se suman como los abstractos. Se ha dicho muchas veces que en política dos más dos, no siempre son cuatro.
Cumplir con el desafío de lograr un déficit cero tiene un límite en el esfuerzo y las privaciones. Tendrá reacciones. Generará autodefensa. Derribar lo que hay no puede hacerse sin la descalificación del adversario, y en eso la gente del Gobierno ha trabajado duro. Logró imponer la condición de “casta” al que piensa diferente, hasta que le sirve y entonces, por arte del Mago Presidente, Patricia Bullrich deja de ser la “montonera que ponía bombas en los Jardines de Infantes” para ser la persona que nos brindará la seguridad necesaria; Scioli, el más casta de todos, se levantó libertario y se volvió confiable. ¿Podemos no ver la mentira? La política anti casta no es tal. No es contra la casta sino contra la política de partidos políticos en tanto no le concedan lo que quiere. Bien dice este domingo Borenstein en Clarín, que “sabemos que destruir la política es la manera más amplia y horizontal de derrumbar sociedades”. Cuanta verdad. Como no puede mirarse el futuro, queda mirar el Mundo que en este aspecto es explícito.
Esta semana, dos grandes cuestiones concentran la atención pública.
“Meter los números en caja” no puede ser un trabajo a realizarse de cualquier manera. Hay un sector de la población que prácticamente no contacta con el Estado. No estudia en escuelas ni universidades públicas, no atiende su salud en Hospitales nacionales, provinciales ni municipales, no necesita de entidades públicas para llevar adelante su vida, en muchos casos vive bajo la protección de seguridad privada. En buena hora. La mayoría de la población sí lo hace.
Y llegó el embate contra las Universidades públicas. Milei tiene dos grupos que lo apoyan. Los que comparten su política, que son parte de su núcleo libertario y están felices por la marcha de los acontecimientos, y los que lo apoyaron en su buena fe y comenzarán a ver como las cosas vuelven sobre sí mismos. Mucha de la gente que apoyó a Milei, si puede lograr que sus hijos estudien en la Universidad, será por las posibilidades que generan las públicas. Todos conocemos casos de estos. Mañana hay una marcha y hay que acompañar. No por ser Casta, sino por defender un derecho que lleva en Argentina más de cien años, que fue pilar del ascenso social de decenas de miles de familias, porque contribuyó con la construcción de una clase media que distinguió a Argentina en América durante mucho tiempo, y porque el derecho a estudiar está expresado por la Constitución de Alberdi, a quien tanto dice admirar el presidente. No pueden entenderse como casuales las declaraciones de uno de sus “pensadores de cabecera”, el diputado Alberto Benegas Lynch al decir que “los padres tenían libertad para no enviar a sus hijos a la escuela y sí al taller”. Suponer que no acceder a la educación es una manifestación de libertad, es francamente cínico. Resulta indispensable estar alerta, no sea que acierte en su premonición Elisa Carrió cuando dice que el Presidente “va por la derogación de la Constitución, esa es su utopía”. Profundizar una ajuridicidad que ya está en la base de nuestros males.
Por otra parte, el periodista Jorge Fernández Díaz calificó a Milei de “populista de derecha”, y la impropia reacción de un Presidente que debiera medir la disparidad de poder y defender sus ideas con la altura necesaria, fue que era “un imbécil”; “Que el novelista aprenda algo, porque escribe cada pelotudez”. En realidad, no es contra Fernández Díaz sino contra todo periodista que intente ser crítico de algún aspecto de su gestión. El ataque se suma a los que le propiciara a Lanata, Fontevecchia, Romina Manguel y tantos otros más, con la clara intención de “amordazar” al periodismo, una táctica que ya usaron muchos en nuestra historia y nunca condujo a nada positivo. Quemar libros y callar a los periodistas: ¡Mala fariña!, diría mi papá. En el caso de Fernández Díaz, descreo que Milei haya leído algo de su obra, ni tampoco otra cosa fuera de su especialidad. El novelista seguro que algo, ya aprendió. Con seguridad no es bruto. Sus obras pueden gustar más o menos, pero nadie puede dudar que es un escritor muy digno, creativo. Me permito intuir que el ataque es también contra el arte de escribir ficción. Un presidente tan limitado culturalmente, puede caer fácilmente en esto de no valorar aquello que ignora. Salimos de Alberto que se confundía a Octavio Paz con Lito Nebbia, y entramos ahora en uno que, presiento, prescinde de la literatura por inútil. Me permito aportar para este mal la reflexión de Jorge Luis Borges –un escritor que con seguridad haría enojar mucho al Presidente con sus declaraciones-en relación a la utilidad del arte: “Dos personas me han hecho la misma pregunta: ¿Para qué sirve la poesía? Y yo les he dicho: bueno, ¿para qué sirve la muerte? ¿Para qué sirve el sabor del café? ¿Para qué sirve el universo? ¿Para qué sirvo yo? ¿Para qué servimos? Qué cosa más rara que se pregunte eso, ¿no?”
Las alertas están encendidas. Defender la educación y la libertad de expresión es vital para nuestro futuro. Son esenciales. Y también a la cultura y la ciencia, parientas de aquellas a quienes se amenaza permanentemente, muy probablemente por considerárselas inútiles. Porque si se nos preguntara ¿para qué sirve la democracia?, deberíamos decir que sirve para que los gobiernos no sean dictaduras, nunca. Y en esta ocasión, el agresor resulta ser el propio Presidente.
Publicado en Radicales Org el 23 de abril de 2024.
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