Desde hace ya bastante tiempo se puede observar en la Argentina una mutación de las funciones de los partidos políticos; y, como consecuencia de ello, claramente se verifica la ausencia del proceso natural de la sociedad de construcción de las identidades partidarias en términos de los grandes lineamientos de los perfiles doctrinarios de cada uno de ellos. A su vez, ello conspira contra su visualización como sujetos políticos presentes que garantizan la alternancia, propia de la democracia. Menos certidumbre sobre qué esperar de cada uno.
Entre esas funciones de los partidos, hoy ausentes, se pueden señalar:
- contribuir a la configuración de la opinión pública;
- canalizar las demandas políticas de la sociedad, sirviendo de vínculo entre ésta y los órganos del Estado;
- velar por la plena vigencia del estado de derecho;
- influir en la acción política del gobierno, incorporando al proceso de formación de la voluntad estatal los fines políticos que constituyen su ideario;
Tal es esa ausencia, que el sitio oficial de internet del Gobierno de la Nación Argentina, en el apartado “Partidos Políticos”, sólo indica “Su función es elegir a los candidatos que se presentan para las elecciones de cargos públicos”.
Este vaciamiento se ha venido produciendo e intensificando sobre todo desde la llegada de Néstor Kirchner al poder, con un escalón importante de intensificación en 2007 a partir de la presidencia de Cristina Fernández. Una transferencia de roles que altera toda la lógica de funcionamiento del sistema político. Un cambio que implica que roles que confluyen en la generación de la agenda política, pasen de los partidos políticos a concentrarse en una o en un grupo reducido de personas.
Y lamentablemente este virus se expandió y, en algunos aspectos, se lo vio asomar durante la presidencia de Mauricio Macri, que había venido a terminar con este estado faccioso y a reestablecer el estado de derecho y el lugar de las minorías en el debate político, subido al vehículo político creado para ese fin por su partido, el Pro, conjuntamente con la UCR y la Coalición Cívica; la coalición Cambiemos. Un ejemplo de ello fue cómo Mauricio Macri, en buena medida, se nutrió de su círculo de relaciones personales y, en algunos casos, con antiguos intereses empresarios en común para constituir su gabinete; lo que hizo que la coalición se limitara estrictamente al plano parlamentario. Tanto fue así que en más de una situación la UCR y la Coalición Cívica debieron hacer retroceder decisiones alertando acerca de que no acompañarían desvíos de la constitución; como cuando se pretendió designar a dos miembros de la Corte Suprema de Justicia por DNU.
Del Gobierno de Alberto Fernández no vale la pena utilizar líneas para describir la nada misma de un presidente sin autoridad, estando ésta concentrada en la figura e Cristina Fernández, decisora exclusiva de la selección de funcionarios y
de la conformación de las listas de candidatos del PJ en los distritos más importantes. Y con un cierre a toda orquesta, con el ministerio de Sergio Massa como símbolo de lo que es la falta de límites en el ejercicio personal del poder.
Hoy, le hemos agregado una vuelta más de tuerca con el actual presidente; estamos ante lo que podríamos describir como alguien con delirios personales de base, que incluyen un proyecto personal de poder como herramienta principal de su idealizada realización. Pareciera que su delirio es creer que puede demostrar una teoría económica, bastante corta de pretensiones, pero no sólo planteándola como académico, ni siquiera siendo ministro de economía de un país, quiere hacerlo siendo él el responsable mismo y máximo de su aplicación, y salir airoso y exitoso del desafío. Por eso las referencias a que quiere ganar el Nobel, a que es uno de los líderes más importantes del planeta junto a Donald Trump, que su presidencia es la mejor de toda la historia argentina y que lo que hará será único en la historia de la humanidad. Un “Rey Sol” del Siglo XXI.
Y como vehículo que aporte sustentabilidad a su proyecto personal, dos vectores principales: generar una transferencia de recursos inmensa entre quienes pagan el costo del ajuste y el establishment económico, que más temprano o más tarde, será el beneficiario de las reformas iniciadas y que se profundizarán; y, por otro lado, producir condiciones de tolerancia popular al ajuste a través de un discurso populista de descalificación insultante de la política, recogiendo el descontento y devolviéndolo transformado en denuncia contra una supuesta causa de todos los males, con el objetivo final, oculto, de naturalizar la violación a los controles y límites que el sistema impone a quien detenta el poder. No hace falta enunciar cada uno de los ejemplos de omisión de la intervención del Congreso en cuestiones en que la constitución lo establece (DNUs), vetos, intención manifiesta de contar con una Corte Suprema adicta, etc. Todo eso mientras sigue llamando ratas y lacras a los representantes del pueblo. Insultos, Violencia. Populismo totalitario con aportes del siglo XVII y XVIII.
Si ponemos todo esto: delirio, negación de la constitución y la ley, desprecio por el Congreso, y manifiesta y pública voluntad de construcción de una justicia adicta; en el contexto de un proyecto personal de poder como vehículo de realización de lo que pretende demostrarle al mundo; nada bueno nos espera. Porque, además, el propio contenido de su “teoría” es, para decirlo en términos de lenguaje coloquial y sintético: eliminado el déficit fiscal, y destruida definitivamente su causa -el estado-; después, que reine la libertad de mercado y que cada uno esté “por la suya”, y todo será prosperidad. Es más o menos así.
Esta descripción de los últimos veinte años de la política argentina trae a la memoria una expresión que oportunamente utilizó Ernesto Sanz cuando en un programa televisivo le pidieron que describa al kirchnerismo. Contundente, dijo: “el kirchnerismo no es un proyecto político, es un proyecto de poder”. Una deformación que, con el transcurso de todos estos años, se convirtió en el principal problema de la Argentina. Porque, justamente hacia la disputa de proyectos personales de poder es adonde se ha desplazado el hacer de la política en la Argentina. Hoy, los sujetos políticos que ponen de manifiesto la posibilidad de la alternancia, no son ya los partidos, sino autócratas que disputan poder; legitimados por la sociedad, que no identifica a cada uno según lo que piensa, sino según sea la posibilidad de desplazar del poder a quien lo detenta, o de éste último de retenerlo. Una realidad que es cada vez es más intensa y ya
extendida a todas las expresiones políticas. Eso pone realmente en riesgo la democracia tal como aprendimos a comprenderla.
En particular hoy, mientras quienes sean visualizados como potenciales reemplazantes de Milei en el poder sean los personajes del pasado que parecen revivir, el oficialismo festeja, porque confía en que la mayoría de la sociedad preferirá este presente a volver atrás. Se construye así una nueva grieta; ahora, entre dos versiones de populismo.
¿Qué camino pueden tomar ante este panorama los sectores que creen en el progreso; en la movilidad social sostenible y producida a través del esforzado crecimiento personal; en que el respeto a las instituciones y la práctica del diálogo democrático en los ámbitos en que se debaten las ideas, son una condición necesaria para el desarrollo y el progreso?
La UCR, el partido más antiguo de la Argentina, también ha sido absorbido por esta corriente que licúa el debate de ideas y reduce la acción política al éxito en el acceso al poder, y en mantenerlo, o, como mínimo, ser un actor en la discusión de espacios de representación o ejecutivos permutados por algo que también se otorga en términos personales. Ello enfrenta al partido con dos problemas de no fácil resolución: el primero es que esta lógica de reemplazar la acción política bien entendida por la mera disputa de espacios de poder, no es admitida por sectores importantes del partido, ni es la lógica que siempre primó en el radicalismo; y la segunda, es que aún cuando ésta se impusiera, el partido no tiene una figura en condiciones siquiera de competir en aquella carrera de los aspirantes a desplazar del poder a nadie. Además, ante este segundo problema, se reacciona de una manera que perfora el piso de lo aceptable: se adoptan posiciones más cercanas o más lejanas a quien detenta el poder, de acuerdo con lo que indique la opinión pública mayoritaria del distrito en que cada dirigente o sector interno asiente su accionar. Nadie quiere estar en la vereda del posible perdedor. Entre esto último y la licuación total del partido hay un límite bastante estrecho.
A diferencia de lo sucedido en 2015, cuando al populismo kirchnerista, desconocedor de las instituciones, los principios republicanos y los carriles de organización de la sociedad que establece la constitución, se enfrentó una coalición que postergaba sus diferencias para priorizar la lucha por volver a instalar en la administración del estado los principios republicanos y democráticos; hoy se avecina esta lucha entre dos populismos en la que ninguno de ellos puede aspirar a ser identificado por la sociedad por un discurso, y un hacer posterior, de respecto absoluto a las instituciones, las buenas prácticas políticas, el reconocimiento de la conversación democrática de las minorías como modo de construcción de los acuerdo que requiere el país para establecer y viabilizar un programa de desarrollo.
La república necesitará entonces de la construcción de un espacio de confluencia de los sectores que piensen que ello es esencial para proponer un futuro que no resulte oscuro. Y en esa construcción la UCR debe tener un papel fundamental, por ser el partido más antiguo de la Argentina, por su presencia territorial a lo largo del país, y por ser el de mayor representación parlamentaria de los sectores convocados.
Al menos tres tareas deberá afrontar previamente la UCR para recuperar la legitimidad convocante:
- Demostrar inequívocamente en el accionar de legisladores nacionales y de autoridades públicas, ejecutivas y legislativas de gobiernos provinciales, que se actúa poniendo por delante la identidad partidaria; que podemos describir tomando un párrafo del “Manifiesto por la Esperanza Democrática1” de Febrero de 2021:
“representamos, por antonomasia, el legado democrático argentino, aquel que valora la soberanía popular, el estado de derecho, la existencia de una economía amplia, diversa y competitiva con movilidad social; el que reivindica la educación pública de calidad, el que respeta las instituciones, el sentido federal del país así como la ampliación de nuevos derechos, el que aprecia, por fin, el conocimiento y el mérito como criterios para la igualdad y antídotos contar el privilegio.”
Esto, claramente, hoy no sucede.
- Volver atrás y ajustar las propuestas elaboradas con tanto esfuerzo por los especialistas que trabajaron en el seno de la Fundación Alem elaborando las propuestas temáticas para la plataforma de la coalición Juntos por el Cambio, que fueran luego en la campaña ignoradas por completo por precandidatos, y candidatos. Nos referimos a ajustar en términos de articularlas, darles integralidad y hacerlas asequibles para la mujer y el hombre sin vínculo con la política, e incluir en esa propuesta consolidada, por supuesto, el mismo equilibrio fiscal que pregona el presidente, aunque con un sesgo propio.
- Destrabar el juego de suma cero que hoy atraviesa el partido en la relación autoridades partidarias–gobernadores provinciales, a los que habría que agregar también bloques legislativos de ambas cámaras del Congreso. Ello así partiendo de la base del reconocimiento de las autoridades partidarias y requiriendo la apertura de éstas últimas a construir por empatía y no por descalificación del otro, en otro ejemplo de proyectos personales por sobre el conjunto; y fijar posiciones que resulten institucionales por ser conclusión de la discusión con los sectores de representación, a los que debería sumarse la Fundación Alem en tanto órgano programático oficial del partido.
Es hora de reestablecer en la sociedad esos, como aspectos sobresalientes e indudables de la identidad UCR. Habría que esperar que al momento de producirse el desencanto con el proyecto del oficialismo, por la exteriorización de los aspectos hasta hoy escondidos que forman parten de su concepción, y con el PRO formando parte de él, esos sectores frustrados no acudirán al otro polo de la nueva grieta, sino que deberán tener a la mano una opción que revalorice otro modelo de desarrollo para la Argentina, que contenga sobre todo a las clases medias, y a los sectores impedidos de progresar hacia esa clase media, y a todos quienes consideren que, ante todo, debe ser preservada la democracia moderna como forma de relacionamiento de los sectores sociales en pluralismo, y como medio para transitar un camino con la participación y la cohesión de quienes, de distintos nidos del pensamiento político, están dispuestos a hacer su aporte para alcanzar un modelo de desarrollo, enriquecido por su concepción como proyecto de conjunto.