Leo un artículo tras otro advirtiendo que Rusia podría ganar la guerra en Ucrania. Me sorprende. No hay manera de que gane. Todos pierden, eso sí. Como dijo Martha Gellhorn, escritora que vivió la guerra civil española junto a su futuro esposo Ernest Hemingway, “En la guerra no hay ni victoria ni derrota. Solo hay catástrofe.”
Pero Rusia no va a ganar en Ucrania. Ni siquiera en el caso de que Vladímir Putin lograra su objetivo inicial: conquistar todo el territorio ucraniano e imponer un gobierno títere en Kiev. Porque a la larga eso es lo peor que le podría pasar.
Imagínense el desastre en el que los rusos se meterían. Tendrían que instalar un ejército de ocupación en un país dos veces más grande que Alemania, la mayoría de cuyos ciudadanos los detestan. La resistencia consistiría en una milicia de, por lo menos, 100.000 veteranos de combate armados por los gobiernos de Occidente. La ortodoxia militar dice que en tales circunstancias los efectivos del ejército de ocupación necesitan superar a los partisanos por un factor de 25 a 1.
O sea, Rusia tendría que destacar a más de dos millones de soldados en Ucrania sine die, todos ellos vulnerables cada día a la muerte bajo fuego. El desgaste en vidas y en dinero sería permanente; las consecuencias para la política interna rusa, progresivamente más desestabilizadoras.
Pasemos a un escenario menos improbable. Que finalmente se negocie un fin a la guerra en que Ucrania ceda Crimea y buena parte de los territorios del sureste del país que hoy controlan los rusos. ¿Una derrota para Ucrania? A primera vista quizá sí. Pero, consideren.
De lejos la mayor parte del gigantesco coste de la reconstrucción posguerra, de ciudades como Mariúpol que el ejército ruso ha reducido a escombros, lo tendría que pagar Moscú. El gobierno ucraniano estaría libre para invertir los miles de millones que provendrían de países amigos en el desarrollo de una nación cuyas dimensiones serían quizá el 80 por ciento de lo que fueron, pero cuyo potencial es enorme. La tierra fértil ucraniana es abundante; el talento joven en las nuevas tecnologías, también. El ejército ucraniano sería el más formidable de Europa.
Europa: aquí está el quid de la cuestión. Los ucranianos solo aceptarían la cesión de territorio a Rusia a cambio de garantías de seguridad y de una razonable perspectiva de futura prosperidad. Una solución negociada para acabar la guerra tendría que incluir el acceso de Ucrania a la Unión Europea, el sueño de sus ciudadanos y la pesadilla de Putin. Por eso hay que seguir dando armas a Ucrania: para que, llegado el momento de negociar, Ucrania esté en las mejores condiciones militares para insistir en que la pertenencia a la UE sea parte irrenunciable del plan.
De hecho, si este fuese el desenlace final Putin habría perdido la guerra. Su motivo para la invasión del 24 de febrero de 2022 fue el deseo del gobierno de Ucrania de incorporarse al club europeo y librarse del yugo ruso. Putin, recordemos, considera que el colapso de la Unión Soviética fue “la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX”. El dictador piensa también, según su particular lectura de la historia, que Ucrania es “un estado artificial” que pertenece a la esfera rusa. Le cuesta pensar en Ucrania como una nación independiente, como se vio en la grotesca entrevista que le concedió hace un par de semanas a aquella parodia de periodista, el norteamericano Tucker Carlson.
La entrevista empezó con una diatriba de media hora en la que Putin explicó que la soberanía rusa sobre Ucrania se remonta al siglo IX. (También explicó, entre otros disparates, que Polonia, no Alemania, causó el comienzo de la Segunda Guerra Mundial…) El ultratrumpista Carlson había llegado a Moscú convencido, como tantos más bobos de la derecha y de la izquierda internacional, de que Putin había invadido Ucrania para evitar que la OTAN invadiese Rusia. Luego Carlson confesó que le produjo un “shock” descubrir que no era verdad; que lo había hecho por “los reclamos históricos” de Rusia sobre tierras ucranianas.
Lo que no le dijo Putin a Carlson fue la otra razón por la que no soporta la idea de que Ucrania opte por el camino europeo. Teme que un país vecino tan grande, con tantos vínculos culturales a Rusia, se convierta para su aplastado pueblo en un peligroso ejemplo de prosperidad occidental y libertad democrática.
Existen otros posibles escenarios para la guerra en Ucrania. Que se alargue hasta que Putin complete su enésimo mandato presidencial en 2030, o más allá. Que las madres rusas se rebelen, y que, hartas de la carnicería a la que Putin somete a sus hijos, presionen para una retirada de las tropas, como ocurrió durante la fracasada guerra soviética de los años ochenta en Afganistán. O que haya un milagro y el ejército ucraniano expulse al ruso.
En cualquier caso, en cualquier escenario imaginable o no imaginable, el fiasco ruso está asegurado. La idea de Putin fue obliterar el concepto de Ucrania como nación libre y devolverla a su condición soviética de hija sumisa de la Madre Rusia. Pues no. La guerra ha forjado un sentimiento nacionalista nunca visto en Ucrania, expresado en un odio infinito hacia los rusos.
De paso, lejos de debilitar a la Europa democrática, hábito implantado en su cerebro desde sus tiempos en la KGB, Putin ha logrado que el continente se rearme y que la OTAN se extienda a dos países más, Suecia y Finlandia. No hay nada que celebrar. Los ucranianos han tenido que sufrir una tragedia tan catastrófica como innecesaria. Pero hay premio. Hay luz. Nadie en el mundo -nadie con dos dedos de frente–que aspire a la decencia y a la libertad dudará de ahora en adelante, y menos tras la muerte del carismático opositor ruso Aléxei Navalni, que Putin y su régimen representan no solo lo peor, sino lo más estúpido de la humanidad.
Publicado en Clarín el 25 de febrero de 2024.
Link https://www.clarin.com/opinion/rusia-puede-ganar-guerra_0_OUsSgLg0JJ.html