La gran novedad del discurso de Javier Milei en el Congreso fue la convocatoria a las provincias y fuerzas políticas a suscribir un gran acuerdo nacional el 25 de mayo. Desde ese momento, el potencial pacto ocupa un lugar central en la agenda política. Lo que más se destaca no está entre los diez puntos que presentó el Presidente, sino en lo que quedó afuera del articulado: la educación, la promoción social para salir de la pobreza y la indigencia, y la lucha contra el narcotráfico.
En un país en el que el 46% de los alumnos de tercer grado no entienden lo que leen, y en el que apenas el 13% logra terminar la secundaria en tiempo y forma (con los conocimientos estipulados de lengua y matemática), es evidente la importancia de colocar a la educación como prioridad número uno del pacto fundacional que promueve el Gobierno Nacional. Me propongo en las líneas que siguen explicar y justificar esta propuesta.
La potencia de este reclamo radica en que es la misma comunidad educativa quien lo impulsa. Familias, alumnos, docentes, equipos directivos, egresados y especialistas, de todo el país, hacen que esta revolución sea, por encima de todo, ciudadana. Esta semana, más de 50 organizaciones de la sociedad civil publicaron un documento para solicitar que la educación sea el primer punto del consenso entre la Nación y las provincias, con especial énfasis en la alfabetización temprana.
El DNU 70/23 del Gobierno Nacional motivó infinidad de análisis y posicionamientos sobre qué temas son verdaderamente necesarios y urgentes en este momento de la Argentina. Pues bien, estoy convencido de que el primero que cumple con esas condiciones es la educación. Que nuestros niños, adolescentes y jóvenes reciban una formación de calidad redundará en mejores oportunidades laborales, mayor calidad de vida y un sistema democrático más fuerte y participativo.
Aquí no hay teoría del derrame que funcione. Quienes crean que primero hay que salir del estancamiento, ordenar el país y volver a crecer, para después ocuparse de la crisis educativa, están viendo la película al revés. La educación no cambia al mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo, decía el pedagogo brasileño Paulo Freire.
En los primeros 100 días de gestión, el presidente Milei se puso el traje de bombero fiscal para comenzar a corregir los desequilibrios crónicos que dejó el populismo. Apagar incendios es indispensable, pero no suficiente. Para construir un nuevo modelo hay que ejercer el rol de arquitecto institucional, y eso requiere, en primer lugar, terminar con la sobreactuación de los conflictos, que nos hacen perder tiempo, dilapidan la confianza de la gente y nos desvinculan de las batallas que tenemos que dar.
Con madurez política y visión de futuro, debemos aprovechar tanto la voluntad de cambio de la sociedad, como la disposición de las fuerzas políticas republicanas para emprender reformas profundas que allanen el camino hacia un país moderno, justo y pujante. No hay margen para chicanas y discusiones estériles que no llevan a ningún lado.
La educación debe ser eje, ya que cruza transversalmente y nutre áreas clave como salud, empleo y seguridad; y constitutiva, porque será el cimiento sobre el que crecerá —con orden y estabilidad— una nueva Argentina.
Con un acuerdo sellado en torno a los lineamientos de una gran revolución educativa se despejarán las nubes que entorpecen otros consensos importantes. Debatir federalismo, producción y nuestro lugar en el mundo, por citar algunos ejemplos, será más sencillo y conducente una vez que consolidemos esa base. La educación, hoy más que nunca, es el puente que posibilitará concretar las reformas integrales que necesitamos para salir adelante.
Publicado en Infobae el 24 de marzo de 2024.
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