viernes 19 de abril de 2024
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Mujeres y jóvenes en la pos-pandemia

Cuando lanzamos una piedra a un lago, al rozar la superficie se generan ondas concéntricas sucesivas cuyos radios aumentan con el tiempo. La piedra origina una perturbación que produce un movimiento secuencial y ondulatorio. 

Me sirvo de esta imagen para pensar las ondas concéntricas que está generando el Coronavirus. Esta pandemia no es un hecho asombroso, inesperado o anómalo. Desde 2008, un informe elaborado por la Oficina del Director del Consejo de Inteligencia Nacional de Estados Unidos dio aviso de la “potencial aparición de una pandemia global” y, en septiembre de 2019, una investigación conjunta de la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial advirtió que “nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5% de la economía mundial”. 

Ha habido un abuso de la tesis del “cisne negro” de Nassim Taleb. De hecho, no asistimos a un suceso sorpresivo de gran impacto. Como bien ha venido señalando Naciones Unidas, “el cambio climático, los cambios provocados por el hombre en la naturaleza, así como los crímenes que perturban la biodiversidad, como la deforestación, el cambio de uso del suelo, la producción agrícola y ganadera intensiva o el creciente comercio ilegal de vida silvestre, pueden aumentar el contacto y la transmisión de enfermedades infecciosas de animales a humanos”.

Sin embargo, a pesar de ser una calamidad anunciada, el Coronavirus; esa piedra impactando el lago, está produciendo una extraordinaria perturbación mundial. Podemos pensar en una primera onda concéntrica de la que dan cuenta los innumerables escritos y pronunciamientos sobre lo que nos dejará la inmediata pos-pandemia y en la que predomina una combinación de temor y desazón ante lo que se consideran variaciones de los mismos inquietantes escenarios: depresión económica, desordenes sociales, disputas geopolíticas, malestares públicos, pugnas étnicas, polarizaciones clasistas y crisis institucionales.

Es que es un anhelo injustificado el pensar que de este desastre aflorará un mejor Estado y un sistema internacional promisorio.

Pero si nos fijamos en las ondas más alejadas del centro donde chocó el virus, el horizonte puede resultar menos sombrío. Los radios de las ondas concéntricas sucesivas aumentan con el tiempo y eso permite vislumbrar un futuro menos catastrófico; los procesos de cambio tienden a ser graduales y responden a fuerzas y factores sociales, políticos e históricos dinámicos en los que la contingencia juega un papel relevante.

Es muy probable que en el corto plazo las tendencias negativas anteriores al estallido del Coronavirus se potencien y exacerben, pero, en el largo plazo, se pueden ir constituyendo opciones progresistas, renovadoras y sensibles que propicien un orden alternativo justo, equitativo y estable.

Las mujeres y los jóvenes emergen en este escenario como potenciales protagonistas de un escenario más generoso. La calidad y la eficiencia de las gestiones de mujeres como la Canciller de Alemania, Angela Merkel; la Primera Ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern; la Primera Ministra de Finlandia, Sanna Marinentre o, a escala local, las de las alcaldesas de Bogotá, Claudia López, y de San Francisco, London Breed, muestran que, en la medida en que se incremente y se asegure el empoderamiento material y político de las mujeres, una gobernabilidad mundial más inclusiva puede ser alcanzable.

Además de ellas, se perfilan también las ondas concéntricas de la juventud que ha tenido que asistir a esta adversidad. En un interesante estudio (Growing Up in a Receession) de 2014 publicado en el Review of Economic Studies, Paola Giuliano y Antonio Spilimbergo demuestran cómo un shock macroeconómico en los años iniciales de la adultez moldea preferencias a favor de la redistribución e inciden en la votación por opciones progresistas.

Los jóvenes que padecen una situación socio-económica crítica se comportan como adultos con mayor sensibilidad hacia la equidad. Es de esperar entonces que el impacto global del Coronavirus sobre la juventud se refleje, en un futuro no distante, en su disposición y compromiso contra la desigualdad.

El brutal choque de esta piedra en este convulso lago que es nuestro presente nos ofrece un corto plazo turbador. Pero si advertimos las ondas más distantes, aquellas en las que se perfilan mujeres empoderadas, capaces de desplegar su empatía y eficiencia sobre el mundo; si nos detenemos en las ondas creadas por jóvenes adultos que, impactados por los efectos de esta catástrofe promueven una apuesta real por una sociedad más igualitaria y una cosmogonía menos antropocéntrica, es posible que podamos leer lo que viene de una manera menos pesimista. Y ese optimismo quizás nos movilice, pacientemente, a asegurar un cambio más radical y profundo.

Publicado en Clarín el 18 de mayo de 2020.

Link https://www.clarin.com/opinion/mujeres-jovenes-pos-pandemia_0_3x7LCzsye.html

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