Es bien sabido que todo proceso histórico, con su correspondiente liderazgo, se inclina a elaborar una lectura del pasado que justifique o legitime el presente y, sobre todo, convenza a los ciudadanos de que en un tiempo lejano vivimos momentos de gloria, aunque lamentablemente – podemos permitirnos agregar- quienes deberían haber sostenido y ampliado esa dicha social no la han sabido sostener y en más de un caso la han deshonrado y precipitado a la decadencia y a la quiebra económica y moral.
Javier Milei que, como lo ha repetido hasta el cansancio, se propone fundar un nuevo tiempo histórico, no ha eludido esa tentación y, por el contrario, se ha ocupado en reforzarla elaborando consignas que evocan un período de abundancia al que sin vacilaciones califica como el más importante en el mundo de entonces.
Período de abundancia que se inició después de Caseros, tuvo su momento de esplendor a principios de siglo veinte y su posterior bancarrota quince o dieciséis años después, bancarrota que etiqueta con el nombre de “colectivismo” y que, según su leal saber y entender, se ha prolongado por más de un siglo, es decir, hasta el momento en que él asume la presidencia para poner punto final a estas prolongadas desgracias provocadas por los diversos colectivismos civiles y militares que como una peste han azotado a este desdichado país.
Al actual presidente, esta lectura histórica, o esta visión mitológica del pasado, lo entusiasma sinceramente, pero convengamos que no goza de la aprobación de los historiadores más calificados en el mundo académico.
Que la Argentina haya sido el país más rico o poderoso del mundo en los años noventa del siglo XIX, es en el más suave de los casos una afirmación controvertida, cuando no disparatada; que nuestras desdichas económicas y sociales se iniciaron en 1916 con plena vigencia de la ley Sáenz Peña y la llegada de Hipólito Yrigoyen a la presidencia de la nación, es una verdad que en su momento compartieron los sectores más retrógrados del conservadurismo criollo y los presuntuosos caballeros de la Liga Patriótica que siempre consideraron que la ley 8871, aprobada en 1912 asegurando el voto universal y masculino, fue la exclusiva responsable de todas nuestras calamidades ya que nada bueno se podía esperar de una ley que le otorgaba el voto a la chusma.
Por último, calificar el período que se extiende desde 1916 a 2023 como un siglo dominado por los colectivismos, se parece más al monólogo de uno de los personajes de Roberto Arlt o de William Faulkner que a la hipótesis de un historiador, un economista o un dirigente comprometido con las exigencias del poder y la política.
No estoy seguro de que sea aconsejable recurrir al tribunal de la historia para justificar las decisiones del presente. Quienes han experimentado estas estratagemas le han hecho pagar a los pueblos, en el corto o mediano plazo, un precio muy alto, además de convivir con el sabor del engaño.
De todos modos, ese diálogo entre el presente y el pasado que muy bien podemos denominar historia, existe, y no está mal que los dirigentes estén al tanto de sus oscilaciones y entredichos. Tal vez sea algo exagerado calificar a la historia como maestra de la vida, pero esa exageración es inocente comparado con quien intenta valerse de ella para conquistar prestigio u honores no merecidos.
No se equivocan quienes aseguran que con la Constitución de 1853 esta nación en ciernes que pretende llamarse Argentina garantiza la ciudadania civil, los derechos individuales, empezando por el derecho a la vida y a la propiedad.
El problema o la objeción que se le podria hacer a Milei es que esa ciudadania civil es el punto de partida de la ciudadania plena y no el punto de llegada. Incluso esta inesperada resurrección de Alberdi no debería hacernos perder de vista que a la hora de pensar una nación él mismo advertía que los derechos civiles aseguraban la republica posible dejando para un futuro incierto pero no muy lejano la república verdadera, es decir, la república que hiciera posible la ciudadania política, logro que se realizará en 1912 con la ley aprobada durante la presidencia de Roque Saénz Peña.
De esa república verdadera, Milei no nos dice una palabra, o en todo caso es una entidad que está ausente, cuando no, merecería ser calificada, según se deduce de su relato, el punto de partida de la decadencia nacional. La historia se complace en crear ciertas simetrias que no aportan al saber histórico pero otorgan un leve toque de humor que siempre es bienvenido.
A fines del siglo XX a un peronista anacrónico se le imputaba haberse quedado en el 45, es decir, en un país que poco y nada tenía que ver con el actual. ¿Qué decir en 2024 de un político (sí, Milei es un político) cuyo modelo futuro de país es 1853?
El interrogante adquiriría tonos algo inquietantes si compartiendo la hipótesis del sociólogo Thomas Marshall que postula que el proceso de constitución de ciudadanía plena de una nación incluye, además de los derechos individuales y políticos, los derechos sociales propios del siglo veinte, el siglo de la in corporación de las masas a la política y de las que Milei no nos dice una palabra, silencio previsible si se quiere para quién “se quedó en 1853”.
Publicado en Clarín el 20 de febrero de 2024.
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