“Nachito no la ve, es un pobre chico que no pudo leer ni un contrato, es de una precariedad intelectual muy grande”, dijo días atrás el presidente Javier Milei sobre el gobernador de Chubut Ignacio Torres, en medio del conflicto entre Nación y las provincias patagónicas, que tuvieron el respaldo de todos los gobernadores del país a excepción del tucumano Osvaldo Jaldo.
Horas después de realizar ese comentario y en un frenético fin de semana donde no dejó de interactuar en la red social X, ex Twitter, el Presidente eligió como favorito un tuit de un seguidor fake y anónimo que con un meme se burlaba del gobernador chubutense caracterizándolo como una persona con Síndrome de Down, lo que valió el repudio generalizado y el pedido de disculpas públicas de parte de la Asociación Síndrome Down de la República Argentina (Asdra), que señaló: “El exabrupto de Milei preocupa porque antes de que asumiera a la Presidencia utilizó el término ´mogólico´ para insultar y descalificar a una persona”. Así son los modos del primer mandatario: se siente cómodo en el barro de la pelea y el conflicto, aunque a veces actúa como un “hater” (odiador en redes sociales) algo absolutamente inapropiado y desubicado para su investidura. El gobierno desmintió el hecho luego de que la publicación fuera borrada, para Asdra y quienes siguieron el tema el “me gusta” del Presidente sobre el posteo existió.
La pelea del gobierno con Chubut abrió varios interrogantes. Uno de ellos se cae de maduro: ¿por qué el gobierno nacional es tan estricto con el cumplimiento de los contratos como acreedor y no lo es como deudor? El caso más claro es que, al igual que lo hizo Alberto Fernández, el presidente Milei no está pagando la deuda a CABA que obtuvo un fallo en la Corte Suprema de Justicia en diciembre de 2022 que ordenó se entregue a la ciudad de Buenos Aires el 2,95% de la masa de fondos coparticipables (CABA pide 3,50% en el reclamo de fondo que continuará sustanciándose en la Justicia) y que dichas transferencias se realicen en forma diaria y automática por el Banco de la Nación Argentina. Exige cobrar con una disciplina que no muestra a la hora de honrar sus deudas también heredadas y cumplir con los fallos del máximo tribunal.
Otra observación que nos deja este conflicto es que está cada vez más clara esa coincidencia de estrategias entre los libertarios y el kirchnerismo. Ambos eligen confrontar siempre, aún a costa de que el resultado de esas peleas lo paguen los argentinos. En estos días, además del conflicto con las provincias, tuvimos paros de ferroviarios, docentes, aeronáuticos, entre otros, que afectaron a millones de personas.
Los gremios, con mucha influencia kirchnerista, eligen la confrontación salvaje, el paro para mostrar y medir sus fuerzas, y el Gobierno acepta el convite y lo permite. En ninguno de los conflictos gremiales señalados el gobierno de Javier Milei optó por solicitar la “conciliación obligatoria” a la cartera de Trabajo, como haría cualquier gobierno para evitar una medida de fuerza. Incluso en el megaDNU, que está vigente, se habla de “servicios esenciales”, lo cual podría limitar el alcance de la huelga aeronáutica. No lo recordaron o no quisieron hacerlo, pero la norma por el gobierno dictada fue ignorada por ellos mismos. Prefirieron confrontar ante la sociedad exponiendo a los que, según su prédica, “arruinaron el país” con este tipo de comportamiento.
Estratégicamente puede parecer acertado para contener a su electorado, pero en términos de gestión es una decisión arbitraria e injusta que paga la sociedad. La semana pasada un millón de personas se quedaron sin trenes en el área metropolitana y este miércoles casi 400 mil pasajeros se quedaron varados, perdiendo trabajos, días de vacaciones o atención médica en los casos más urgentes. Fue más importante para el gobierno exponer a la “casta sindical” que evitar un padecimiento a gente que la está pasando muy mal, con ingresos consumidos por la inflación y con impuestos y servicios más caros. El momento político que atravesamos quizás sirva a los libertarios para actuar de esa manera, pero como gobierno es su responsabilidad agotar todas las instancias para que el país funcione con normalidad. De lo contrario, todo indica que necesita que la pasemos mal para entender su mensaje.
Es de público conocimiento que, al igual que Jair Bolsonaro, Santiago Abascal, del Vox español, Nayib Bukele de El Salvador y otros líderes populistas de extrema derecha, el presidente Javier Milei admira al expresidente de los Estados Unidos Donald Trump y lo imita o al menos, intenta hacerlo constantemente, no solo en cuanto a la dirección de sus políticas sino también en cuanto a su estilo, su manera directa de comunicar en redes sin filtro y de modo agresivo. Trump cruzó los límites varias veces y fue acusado de misógino y racista por comentarios o posteos en redes inapropiados, de hecho fue condenado a pagar 5 millones de dólares por “abuso sexual y difamación” y acusado e investigado, en el momento de admitir su derrota electoral contra Joe Biden, de alentar y no intentar detener a sus seguidores más fanáticos que intentaron tomar el Capitolio en un episodio que costó vidas, nada común para el apego institucional y las reglas de juego del país del norte. Nada de esto detuvo a Javier Milei para participar de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), organizada por la Unión Conservadora Estadounidense, donde compartió abrazos y elogios con Trump.
Vale observar que, al igual que sucedió con Trump cuando llevaba poco tiempo en el poder, en pocos meses nuestra vida política se volvió mucho más primitiva, básica, donde el arrebato y el impulso puede más que el análisis y el diálogo. En Estados Unidos los partidos políticos comenzaron a apartarse ideológicamente y se diferenciaron en términos educativos, raciales, de género y religiosos. Trump degradó a la política llevando todo a un extremo donde solo servía seguir un dogma: “ellos contra nosotros”.
Hoy Milei nos ofrece el mismo menú binario: “pasta o pollo”. Son ellos o la casta, y lo único que está consiguiendo es -como hacía el kirchnerismo, que compartía los mismos modos que Trump, pero con otros fines filosóficos- provocar otra grieta más profunda, donde la diferencia ahora no es solo ideológica sino también social y más violenta, porque no se admiten disensos y no alcanza con no escuchar al otro, sino que es válido agredirlo y degradarlo. Es trasversal a su electorado, que sostiene la grieta conocida entre el apoyo y el rechazo al kirchnerismo, porque además está abriendo otra entre quienes lo acompañaron en el balotaje para que los derrote pero ahora no comparten sus formas y maltratos. Milei no los quiere como aliados, porque para eso deberían hablar su mismo idioma.
En el día a día se puede leer a fanáticos en redes sociales y escuchar comentarios en la calle con tintes raciales y clasistas, que hasta hace no mucho la democracia había vetado -creíamos que, para siempre- que vienen de la mano del nuevo poder y hasta forman parte del discurso de algunos políticos recién arribados. Hoy, como le sucedió a Donald Trump en su momento, al gobierno libertario le suma más ser beligerante y llevar todo de un extremo a otro, escala el modo autoritario de ejercer el poder en lugar de honrar la práctica del diálogo y el acuerdo.
Muchos dirán, con razón por los magros resultados obtenidos en las últimas décadas, que es necesario romper el statu quo, pero hacerlo de esta manera, cambiando la naturaleza de la convivencia democrática, lamentablemente significará, más temprano que tarde, otro doloroso retroceso que nuevamente nos llevará a lugares de donde cada vez nos costará más retornar.
Publicado en La Nación el 29 de febrero de 2024.
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