La llegada de Javier Milei al centro de la vida política viene generando una oportunidad impensada: la desregulación del régimen del sentido común. Desde el desembarco de Milei, todo lo sólido del ideario kirchnerista y del progresismo cooptado por el kirchnerismo se disuelve en el aire. O, al menos, queda en igualdad de condiciones a la hora de disputar la legitimidad. Los últimos días ofrecen pruebas claras de ese fenómeno: la polémica en torno a la reaparición pública de Mario Firmenich, liderada por la voz de Victoria Villarruel y Patricia Bullrich, o a la intervención de la Universidad de las Madres, decidida sin contemplaciones desde el ministerio de Capital Humano, son las últimas perlas de esa saga desregulatoria de las verdades aceptadas. Las palabras del mismo Milei, en el encuentro del Foro de Madrid en el Palacio de la Libertad el jueves, intensifican ese efecto de desregular todo lo concebido hasta el momento. Fue con munición gruesa contra “el centrismo bien pensante que lo único que logra es que el zurderío nos lleve por delante”, dijo, entre otras tantas cosas.
Las vacas sagradas de los costados iliberales del kirchnerismo, y no sólo del kirchnerismo, desplazadas a codazos libertarios. En su dimensión más constructiva, la Argentina bajo Milei podría resultar una oportunidad para resetear la matriz conceptual del argentino promedio no sólo en temas macroeconómicos. La calidad republicana y el reingreso del concepto de libertad de alcance amplio, de los económico a lo institucional y social, como ejes del nuevo proyecto político y vital. Pero esa desregulación simbólica empieza a encontrarse con varios límites.
Se trata de un lado B que se viene intensificando y que opera en el sentido directamente opuesto a desregular: la voluntad de Milei de controlar la palabra pública. Es decir, una disposición política que lo hermana directamente con el kirchnerismo y su intervención decidida en la planificación centralizada de la conversación social. Las herramientas para lograrlo son distintas porque los tiempos que corren son distintos, pero el tono político es similar.
Del kirchnerismo de Néstor y Cristina Kirchner al menemismo, Milei empieza a definir sus bordes como la síntesis más acabada de las dos vertientes peronistas más exitosas de los últimos cuarenta años. No es casual. Hay un porqué. Y Santiago Caputo es clave en esa estrategia: el asesor estrella de Milei es el que más piensa en el proyecto mileísta como un proyecto de poder antes que como proyecto de nación. Sobre la mesa del poder, precisamente, hay dos manuales de enorme efectividad. De un lado, el manual menemista que le garantizó a Menem convertirse en el candidato único del peronismo a fines de los ‘80 y luego, en presidente durante una década. La recuperación del ideario menemista por parte de Milei y su éxito en el balotaje es prueba de la vigencia estructural de esa opción argentina. La memoria de la Convertibilidad es una prueba material de una lógica económica que los votantes recuerdan, aunque no entiendan del todo. Con el eslogan anticasta y anti emisión inflacionaria, Milei lo hizo todo.
Del otro lado, está el manual kirchnerista, con idéntica efectividad. Aseguró la continuidad del proyecto de Néstor Kirchner, después de su presidencia, en los dos gobiernos sucesivos de Cristina y después de una dura derrota, la recuperación del poder en el gobierno de Alberto Fernández y en el presente, la centralidad de una Cristina Kirchner. La expresidenta no tiene reemplazo a la hora de funcionar como némesis de Milei pero con una lógica parecida. Hay más distancia entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri que entre Milei y la expresidenta. Mientras que en 2015, Cristina Fernández mostró su condena a Macri negándose a cumplir su papel institucional en el traspaso de poder, en la asunción de Milei operó convencida de su rol de vicepresidenta anfitriona en el Congreso. Las escenas de diálogo distendido entre Cristina Kirchner y Milei en el recinto van en ese sentido.
El mileísmo también se funde con el menemismo y el kirchnerismo en la concepción de pacto político de cúpulas en temas de justicia.
El manual macrista, al contrario, es un ejemplo para Milei de una promesa incumplida. Un fracaso político por la brevedad de esa experiencia, una muestra de la incapacidad de calar hondo como visión del mundo y quedar fuera de juego al menor desafío de la alternancia presidencial. El hecho de que Macri no pudo renovar su mandato es un dato político central para Milei, su hermana Karina y el joven Caputo. La decisión de Macri de mantener los recursos simbólicos del Estado casi al margen del debate público y dejarlo librado a la libre competencia de las ideas es una lección que el mileísmo ve con atención: para los libertarios, ese buenismo de mercado político atentó contra el proyecto de poder de Macri, entre otras cosas.
La voluntad de opacidad y de discrecionalidad mileísta opuesta a la búsqueda de mayor transparencia que definió al antikirchnerismo tradicional de Pro y Juntos por el Cambio no es nueva. Tuvo su debut el día de la asunción presidencial de Milei cuando la jura de ministros se hizo a puertas cerradas y el concierto del Teatro Colón no se transmitieron para el público en general. Indicios de un modus operandi que viene subiendo de tono.
En su marcha hacia la construcción de un poder con chances de continuidad, Milei se vuelve no sólo bilingüe: se vuelve un políglota de la política y recurre a lenguas prestadas. La lengua de un liberalismo extremo, que llega al anarcocapitalismo, para dar su visión sobre la economía y el rol del Estado: un hijo pródigo de Menem que eleva su legado político económico a la enésima potencia.
Para los asuntos lejanos a la economía, apela a otras lenguas. Ya se vio en 2023, cuando en el debate presidencial de octubre, recuperó la lengua del Proceso, inspirado sin dudas en Villarruel, para referirse a la violencia de Estado de los ‘70 y habló de “excesos” para hablar de los crímenes de lesa humanidad. Fue una novedad en su discurso político que luego no retomó.
En política, redujo su vocabulario a la consigna anticasta. Pero desde hace meses la viene ampliando hacia una batalla por la circulación de las opiniones y las ideas, muy centrada en sus ataques al periodismo. En ese caso, recurre a la lengua de otro espécimen arquetípico del menemismo histórico, el actual procurador del Tesoro, Rodolfo Barra, exministro de Justicia de Menem y antes, miembro de la Corte Suprema en los años menemistas de la cuestionada “mayoría automática”. La ampliación de la Corte que busca Milei hoy trae suspicacias que remiten a aquella Corte de Barra, que le aprobaba todo a Menem.
En la restricción del acceso a la información pública se lee entre líneas el espíritu de Barra. El decreto de Milei incorpora la noción de “buena fe” que debe cumplir un pedido de información pública y las consecuencias judiciales de la “violación de la buena fe”, además de restringir la noción de “información pública”, privilegiando la vida privada de los funcionarios. En 1996, el proyecto de Barra de Ley Mordaza pretendió domesticar al periodismo crítico de Menem ampliando las penas por calumnias e injurias. “Calumnias” es una de las críticas más usuales que Milei le hace al periodismo. El Barra de los ‘90 también intentó blindar al poder con una ley anticorrupción que prohibía publicar las declaraciones juradas de los funcionarios públicos.
Está claro que Milei no va a perder elecciones ni por Ariel Lijo ni por su pacto con el kirchnerismo para aumentar los miembros de la Corte y por la limitación del acceso a la información pública. Como no perdió Menem por las denuncias de corrupción. Ni el kirchnerismo en cuatro elecciones, después de convertirse en un gobierno de opacidad serial, con la corrupción como rasgo identitario de su forma de hacer política. Esos manuales de poder blindaron a sus protagonistas.
Pero el Gobierno de Milei tiene un problema. Si Milei quiere dejar una Argentina que se dirija hacia el progreso libre de manera imparable y sostenida, cualquier institucionalidad atada a la discrecionalidad de un gobernante se convierte en algún momento en un obstáculo para ese camino. Por ejemplo, cuando las dificultades para que la economía responda a las expectativas de la gente empiezan a jugar políticas. Cuando la espuma de la opinión pública pasa, y a la larga siempre pasa, la alternancia resuelve la cuestión. Lo que dura en los países más sólidos de la región es la normalidad y la racionalidad no sólo económica sino también institucional.
Publicado en La Nación el 10 de septiembre de 2024.
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