martes 12 de noviembre de 2024
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Milei: la extrema derecha “abanderada” del cambio

Llegando al octavo mes, estamos en presencia de un gobierno novedoso desde donde se lo mire, que logró exitosamente establecerse como “abanderado del cambio” y así ocultar sus penurias. A nivel local, mantiene una imagen positiva que ronda el 50%, logrando hegemonizar la opinión pública entre propios y ajenos, con una oposición todavía somnolienta. Un liderazgo outsider, con un partido anti-establishment de estructura que le permite legitimar sus acciones –a veces nada tolerantes– en nombre de la libertad. Un líder internacional que da que hablar por su excentricismo, querido por lo novedoso y odiado por sus compañías y amistades.

Muchos hablan de Argentina por el sacudón que implica una figura así. Rompió con muchas formas diplomáticas (la pelea es su bandera frente a los mandatarios opositores). Igual que su amigo Donald Trump, gobierna más por redes sociales (en especial X, la de su otro amigo Elon Musk) que en la calle, donde casi ni se lo ve. Recorre poco el país, pero se la pasa viajando por el mundo, en algunas ocasiones con premios de dudosa procedencia, con gastos a los que lamentablente no se tiene acceso.

Es el primer presidente economista, a tal punto que deja la función política de gobernar al conciliador Jefe de Gabinete Guillermo Francos; confía excesivamente el marketing político en las manos del temible Santiago Caputo y le dio la llave al amado territorial a su hermana Karina. Con ese tándem, gobierna de una forma realmente novedosa, nunca vista.

Un gobierno outsider que como muy bien afirma Loris Zanatta “un cada día menos liberal y más conservador, menos cosmopolita y más nacionalista, menos libertario y más autoritario, menos laico y más mesiánico; y se parecerá cada vez más a la derecha tradicional”. En esa línea, ejecutando el ajusta más grande de la historia, gobierna alejado de la sensibilidad en honor al Excel.

Logró con éxito mediático instalarse como “abanderado del cambio”, en su posición antagónica con el kirchnerismo. Y vaya que lo logró. Son pocos los analistas locales que refieren a esta experiencia como de ultraderecha – y los pocos que lo hacen son sistemáticamente bastardeados, Longobardi o Tenembaun para poner como ejemplo –. En nombre del “cambio” prácticamente se adueño del electorado no peronista del PRO y parte del radical.

Sube al ring a referentes kirchneristas como Kicillof, Santoro o Grabois, justamente para seguir mostrándose como el cambio, como la “única alternativa real al kirchenrismo” sin ningún tipo de explicación del contenido. Un gobierno que su carencia de estructura territorial lo reemplazo por un implacable manejo de las redes sociales, que logró llegar exitosamente a sectores juveniles desencantados de la política y que hoy día son una base importante de apoyo. Miren si no lo será, que ya se está pensando en bajar la edad de votación a los 13 años – pensando que los adolescentes gustan de votar a rock stars más que a estadistas –.

Y claro que es un gobierno que sigue teniendo apoyo también por el desconcierto de una dirigencia política tradicional que no puede entender cómo no se frenó a tiempo este fenómeno. Uno puede pensar que en el mundo hay varios líderes así, pero acá les aseguro que tres años atrás se reían con el mero hecho de pensar en algo así.

Es un gobierno que esconde muy bien su costado populista, aquel que legitima todo en la fuerzas del cielo, aquel que justifica la inexperiencia como grandeza. Dirigentes con poco o nula trayectoria, que plantean debates retrógrados como la posibilidad de que niños trabajen en vez de ir a la escuela o grupos que con coches oficiales del Congreso van a visitar a genocidas a la cárcel.

Pero la sociedad no sale del sacudón, del asombro. Parece no querer ver lo que realmente es: un gobierno peligroso para la democracia, esta entendida fundamentalmente por la convivencia, la tolerancia y el respecto a las libertades básicas.

En ochos meses, el éxito del gobierno sin duda es ocultar lo que realmente es para que triunfe lo que aparenta ser, o sea, el “abanderado del cambio”.

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