viernes 10 de mayo de 2024
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Milei está necesitado de “funcionarios que funcionen” y legisladores que “sean manada”

Hace tiempo se dice que la “nueva política”, la de los tiempos que corren, ya no necesita controlar el territorio, ni de partidos organizados, ni de seguidores encuadrados como militantes, ni siquiera de técnicos probados en la gestión. Le alcanza con una buena estrategia para las redes sociales y un liderazgo ducho en las artes de la comunicación. Todo lo demás o se ha vuelto irrelevante, o se puede conseguir fácilmente en el mercado, comprando o alquilando servicios.

Puede que esto sea más o menos cierto, pero con dos salvedades. Primero, es así hace bastante tiempo, y no se entiende bien por qué insistimos en la Argentina en querer inventar la pólvora una vez más, cuando ella ya fue inventada mucho tiempo atrás.

Segundo, y aún más importante, una cosa es ganar elecciones y otra muy distinta gobernar. Y para gobernar no se puede prescindir de los recursos de la política clásica, ni tampoco resulta factible simplemente tomarlos prestados o alquilarlos. Por eso muchas veces candidatos muy duchos en las artes de la “nueva política” descubren, al ser electos, que todo lo que hasta entonces habían despreciado, y de lo que habían podido prescindir, se torna absolutamente imprescindible y se les vuelve cuesta arriba conseguirlo de un día para el otro.

Es justamente lo que está pasando en estos días con Javier Milei, la Libertad Avanza y la nueva administración en formación. Para la que el tiempo vuela: entrará en funciones en apenas una semana, parece mentira. Y es ya bastante evidente que para ese momento apenas si habrá comenzado la tarea de proveerse de los medios que necesitará en los próximos años para hacer su trabajo, y sobrevivir.

Es que tampoco en este terreno hay margen para inventar la pólvora, le conviene imitar lo que han hecho todos sus predecesores. Y lo que enseña la experiencia es que hay que ser previsores, para no verse obligado uno a improvisar cuando se tiene la suerte o la desgracia de resultar electo para un cargo de gran responsabilidad en circunstancias llamémoslas “desafiantes”.

Nuestro presidente electo está lidiando con este problema, por no haber sido previsor, y lo hace bastante a las apuradas en dos frentes decisivos para su destino: el primero, conseguir funcionarios que funcionen, es decir, que tengan mínima idea de cómo hacer para que las reparticiones a las que serán destinados cumplan su rol, o al menos no se traben por nimiedades, como expedientes mal hechos que queden bloqueados, cuando se puede descontar que muchos burócratas del Estado, más politizados que nunca en los últimos años, harán lo imposible para empantanar las iniciativas que ellos quieran impulsar; el segundo, conseguir suficientes legisladores bien dispuestos como para que a sus proyectos de ley no les pase lo mismo en el Congreso.

Para resolver estos problemas está trabajando en una iniciativa concebida por Guillermo Francos, su futuro ministro del Interior y casi el único miembro de su círculo íntimo con alguna experiencia política, consistente en sumar a LLA otras dos tribus, tan mal organizadas como la propia: la de los seguidores de Macri y de Bullrich, y la de los peronistas disidentes, o moderados o como se los quiera llamar.

Y es el hecho de que se trata de juntar tres tribus, y no tres organizaciones partidarias, el primer obstáculo para que la idea funcione. Veamos la cuestión en detalle.

Milei, es ya evidente, pretende acercar a un sector del peronismo a su gobierno. Lo que tiene mucho sentido, no sólo por su carencia de funcionarios y legisladores, que a los peronistas les sobran, sino también por la necesidad de evitar que esa fuerza se abroquele en una oposición dura, como la que ya empiezan a armar Cristina Kirchner, Axel Kicillof y compañía.

Los canales elegidos para ese acercamiento tal vez no sean los mejores, pero son los que tiene a mano: Daniel Scioli, Florencio Randazzo, Juan Schiaretti y varios de los funcionarios que acompañaron a este último en Córdoba. Hilachas de lo que alguna vez fue el peronismo moderado o la “ancha avenida del medio”, como le gustaba autodenominarse.

En este terreno el primer peligro que corre el nuevo presidente es que le pase como a JxC con Miguel Ángel Pichetto, o antes a Mauricio Macri con Sergio Massa. Cuando figuras más o menos sueltas del PJ como estas se suman a un emprendimiento no peronista suele suceder que, si tenían detrás algún segmento no irrelevante del voto peronista, respaldos sindicales, o seguidores de esa extracción con alguna experiencia valiosa en el legislativo o el ejecutivo que aportar, los pierdan o se les devalúan.

Véase sino lo sucedido con los llamados “peronistas republicanos” en la coalición opositora desde 2019: se convirtieron en una colección de viejos caciques sin indios. O bien sucede que sus esfuerzos para no perderlos se vuelvan pronto incompatibles con el éxito de la gestión que han aceptado integrar o apuntalar, que fue lo que terminó enfrentando al massismo con Macri (y antes de eso le pasó a Alfonsín con su ministro de Trabajo Alderete, pero eso es historia antigua).

Claro, para Milei y Francos, con el apuro que tienen, ser tan detallistas les resulta imposible. Pero lo más probable es que se topen con el problema descripto a poco de andar: si creen que acercar a Scioli o a Randazzo “fidelizará” muchos votos en el Congreso, pronto van a descubrir que no es así.

Y si se ilusionan con los gestos de colaboración que les hace Schiaretti no tardarán en comprobar dentro de no mucho que el verdadero objetivo de este último es seducir a otros gobernadores peronistas y demás miembros de su partido, no a ellos, porque lo que el inminente exmandatario cordobés realmente busca es mejorar su situación en la interna pejotista, y solo subalternamente le interesa la suerte de la gestión que está por comenzar.

Mientras tanto Milei y su gente tienen que lidiar con un también deshilachado macrismo, que hizo mucho por disimular su derrota en las presidenciales, pero no está haciendo absolutamente nada por recuperar siquiera una pizca de la organicidad perdida desde que era el polo dinámico de Juntos por el Cambio. Más bien al contrario, sigue desgranándose, ahora en una disputa sin fin y sin reglas entre macristas y bullrichistas y de todos ellos contra los gobernadores del espacio, que hace acordar a las feroces peleas entre facciones trotskistas por el afán de destrucción mutua que todos los bandos demuestran.

A consecuencia de lo cual el macrismo ya no es siquiera un bloque reconocible entre las facciones en disputa por la suerte que les espera al PRO y a JxC. Es que los desacuerdos sobre cómo y en qué cooperar con el nuevo gobierno fueron agravándose a medida que avanzaron las tratativas.

El grupo que todavía orienta el ex presidente pretende hacerse fuerte en Diputados, porque es el terreno principal en disputa con los moderados del PRO y el resto de JxC, que resisten ser absorbidos por el nuevo gobierno. Impulsar a Ritondo para la presidencia de la Cámara le aseguraba una ventaja al respecto: la posibilidad de premiar a quienes se sumaran a la nueva coalición, y aislar a los larretistas y sus socios.

Y los gobernadores del espacio, que saben muy bien que su poder frente a Milei y su política de ajuste dependerá de cuántos legisladores pongan ellos sobre la mesa, lo entendieron enseguida. Por eso se resistieron a la promoción de Ritondo, y buscaron crear cuanto antes su propio canal de negociación, tanto con las bancadas legislativas como con el presidente electo.

Macri también busca hacerse fuerte en el Congreso un poco para replicar, sin decirlo, el recorrido que hizo Massa en el Frente de Todos: tal como hizo éste, desconfía de que los que hoy sean electos para encabezar carteras del Ejecutivo vayan a sobrevivir a la tormenta que enfrentarán. Mejor esperar entonces a que empiece el “segundo tiempo”.

Una estimación muy distinta a la que hacen Patricia Bullrich y su gente, tal vez porque apoyos legisladores no tienen: ellos necesitan volver al Ejecutivo nacional como sea y cuanto antes, porque de otro modo el éxito electoral, que hoy pueden reivindicar como logro propio, se les habrá escurrido entre los dedos, y se quedarán entonces sin capital político alguno y tal vez en el peor escenario, olvidados por Milei, despreciados por el macrismo y aislados de sus anteriores aliados en JxC, en particular de los radicales en alguna medida dispuestos a colaborar con el nuevo gobierno, pero que no piensan sumarse a él.

Completan este cambalache unos cuantos exfuncionarios deseosos de que se les vuelva a dar una oportunidad de demostrar sus talentos, colaborando con la nueva administración, y que no tienen mayor esperanza en lo que puede depararles el destino si eso depende de cómo Macri los use como fichas propias en el tablero imaginario de su “segundo tiempo”.

Entienden que los tiempos y prioridades de Mauricio no son tampoco los suyos, así que buscan arreglos con los libertarios cada uno por su lado. En resumen, de todo este sector alguna expertise conseguirá Milei, y buena falta que le hace. Pero no va a conseguir un socio cohesionado ni organizado.

El tercer actor de esta tragicomedia es la propia tribu libertaria, que también está dando preocupantes señales de inorganicidad. Inspirados en las palabras del propio Milei, “los liberales no somos manada”, los diputados electos de LLA se declararon en rebeldía contra su jefe y contra Francos, operador designado para llevar a Randazzo, o a cualquier otro legislador con experiencia, a la presidencia de la Cámara Baja, para dar más viabilidad al trámite legislativo de los proyectos del Ejecutivo.

Lo hicieron proclamando el criterio asambleario de que ese cargo debería ocuparse atendiendo ante todo a las opiniones de todos ellos, asumiendo que la expertise en la materia importaba un pito, y que la palabra del jefe libertario, en los asuntos concretos y más decisivos para su gestión, dista ahora de ser tan sagrada como parecía cuando estaban en campaña. Tres señales de alarma en una sola movida.

Pretender, como ellos plantearon, que el presidente de Diputados surgiera de sus propias filas, porque fue así para todos los partidos de gobierno que los precedieron, fue en verdad temerario. Pero tal vez precisamente por eso la idea recogió apoyos donde menos los esperaba: una voz de aliento decisiva surgió del otro extremo del arco político, nada menos que de Cristina Kirchner.

Claro, para ella, que los peronistas escuchen los cantos de sirena del gobierno libertario sería el colmo, una desgracia peor que la vivida cuando eso sucedía con el de Macri. Y estuvo por eso dispuesta a hacer hasta un sacrificio personal para evitarlo: planteó algo así como un intercambio, si los libertarios elegían a su propio presidente de Diputados, les permitiría hacer lo mismo en el Senado. En síntesis, resignaría poder propio, con tal de que Milei no compartiera el suyo con socios peronistas.

Guillermo Francos tenía la idea opuesta, y eso por su pasado en esas huestes, no muy lejano por otro lado, y porque entendió que el objetivo fundamental de la política de alianzas de la nueva administración debía ser, como ya comentamos, evitar que el peronismo se abroquele en su contra “resistiendo el ajuste”. Lo que explica que haya ido presuroso a reunirse con los gobernadores hasta aquí oficialistas, y fuera con ellos mucho más atento que con los de JxC, a quienes, hasta ahora, más bien ha evitado, pese a que son un contingente más numeroso.

Y lo curioso es que también en este terreno Milei tuvo que elegir entre posturas encontradas en su entorno y de sus aliados. La más dura resistencia a la seducción de peronistas disidentes la venía planteando Macri, pese a que esa estrategia fue la que le permitió gobernar más o menos con holgura legislativa los dos primeros años de su período. Pero para el expresidente, en una sorprendente coincidencia con Cristina, los peronistas deben ser dejados en su totalidad fuera de la nueva “coalición”. Según él, porque “no son confiables”, “te traicionan a la primera de cambio”. Una sentencia que parece haber acuñado luego de una reflexión bastante parcial de por qué no siguieron colaborando con él desde que estalló la crisis financiera, a comienzos de 2018.

Milei finalmente se decidió: está promoviendo ahora a dos legisladores propios para la presidencia de Diputados y la presidencia provisional del Senado. Es decir, le hizo caso a Mauricio y a Cristina. Y puede que, por cómo se dieron las cosas, no tuviera ya otra opción. Pero igual le convendría detenerse a reflexionar sobre esta experiencia, y sobre la experiencia en particular del expresidente. Para advertir que los acuerdos entre facciones políticas de distinta procedencia y bajo grado de cohesión difícilmente logren superar períodos de crisis, a menos que aseguren a los socios beneficios mediatos, que se puedan honrar a pesar de esas crisis.

Eso no fue lo que hizo Macri: él negoció leyes caso por caso, a cambio de beneficios fiscales inmediatos. Y fue fundamentalmente por eso que los peronistas lo abandonaron a su suerte cuando no pareció ya capaz de cumplir con dichas contraprestaciones.

Si Milei sacara las conclusiones correctas de esa experiencia, es decir, no las que saca Macri, tal vez advertiría lo mucho que le convendría insuflarle una mayor consistencia a los grupos que están empezando a integrarse a su administración, y lo conveniente que sería que en los acuerdos con ellos se incluyan objetivos compartidos de mediano y largo plazo.

Por ejemplo, sobre la distribución futura de recursos. O sobre la participación futura en listas de candidatos y en el acceso a cargos. Porque crisis y peores que las que enfrentó el macrismo va a tener seguro, sobre todo en los primeros tiempos. Y con el grado de informalidad que caracteriza actualmente a los socios que está coaligando difícilmente vaya a poder sobrellevarlas, sobre todo si ellas se extienden más allá de un corto período; y si los acuerdos suponen solo un toma y daca inmediato, caso por caso, como parece será la opción privilegiada tanto por los legisladores como por los gobernadores, peronistas y cambiemitas.

Las corrientes políticas suelen cooperar con otras más o menos afines para conseguir recursos que por sí mismas no logran proveerse, es decir, para complementar ventajas y desventajas con sus contrapartes. Pero cuando no tienen siquiera una mínima organicidad, por más que converjan ocasionalmente con otros, los grupos políticos difícilmente ganen cohesión y capacidad de actuar en conjunto.

Más bien sumarán debilidades. Y más que una coalición, armarán un rejunte, de incierto comportamiento cuando las papas quemen y haya que sostener medidas impopulares y enfrentar presiones de actores mejor organizados. Siempre ha sido así y no conviene que los actores de la etapa que se abre crean que por su clarividencia van a lograr ser la excepción. Ya de excepcionalidades argentinas hemos tenido suficiente.

Publicado en www.tn.com.ar el 3 de diciembre de 2023.

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