miércoles 5 de febrero de 2025
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Milei apela a retazos de la vieja política para consolidar su proyecto de poder

La dinámica y las contradicciones que siempre se encuentran en los procesos de cambio, que a menudo incluyen más elementos que se “arrastran” del pasado de los que sus protagonistas y sus exégetas preferirían reconocer, han sido un tema de recurrente atracción para el conjunto de las ciencias sociales. Quienes buscan ordenar los complejos y confusos procesos históricos en función de grandes acontecimientos que producen (o son expresión) rupturas o modificaciones súbitas en términos de balance de poder tienden a enfatizar los cambios y a ignorar o menospreciar las continuidades en términos de actores, ideas, valores y formas de organización y participación política. Por el contrario, aquellos que priorizan otros aspectos (por ejemplo, geopolíticos, demográficos y culturales) suelen poner el foco en las continuidades, acotando la importancia relativa de variables que explican las conductas humanas que pudieran haber experimentado transformaciones en principio significativas. La influyente Escuela de los Annales logró hace casi un siglo resolver esta falsa contradicción: los procesos históricos son siempre complejos, ambiguos, inciertos y confusos.

Hay cuestiones que se modifican con escalofriante lentitud, mientras otras parecen morir o dejan de ser importantes de manera vertiginosa. “Todo lo que es sólido se desvanece en el aire”, afirmó en 1848 Karl Marx en su Manifiesto Comunista (y rescató a comienzos de la década de 1980 Marshall Berman en su consagrado estudio sobre la experiencia de la modernidad). “Las ideas son prisiones de larga duración”, inmortalizó Fernand Braudel, uno de los padres de los Annales. En la práctica, toda experiencia histórica combina coyunturas críticas que implican discontinuidades vertiginosas con otras realidades que se ven inmóviles o pierden ocasionalmente relevancia para, más temprano que tarde, volver a manifestarse con igual o mayor vitalidad. A menudo las ansiedades o frustraciones de los observadores contemporáneos sesgan o malinterpretan la naturaleza y la eventual perseverancia de los fenómenos que los conmueven o que, al menos, los interpelan.

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