viernes 26 de julio de 2024
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Menos gobernabilidad y más crisis: así será el día después de la elección

A esta altura, es una obviedad decirlo, pero tomémoslo como un necesario punto de partida para pensar lo que vendrá: es bastante probable que Javier Milei sea nuestro presidente a partir del próximo 10 de diciembre. Eso puede darse en dos escenarios alternativos: que gane en primera vuelta, el próximo domingo, y se termine la discusión, o que gane en el balotaje, sea frente a Sergio Massa o frente a Patricia Bullrich.

Si aplicáramos la lógica regular de las elecciones presidenciales, habría que decir que, para la gobernabilidad futura del país, lo mejor sería que sucediera lo primero, porque así se evitaría estirar la incertidumbre, que ya el descalabro económico en curso alimenta suficientemente, y se daría más respaldo legislativo al nuevo gobierno y más contundencia a su legitimidad. 

Ganar en primera vuelta o en balotaje

Pero en este caso en particular, puede que suceda exactamente al revés: porque si Milei ganara en primera vuelta estará inclinado a pensar, aún más de lo que ya está por su personalidad, que todo lo que él propone es lo que “el pueblo quiere y apoya”, y que los demás partidos, por más votos que hayan sacado y legisladores y gobernadores que tengan, no tienen derecho a oponerse. Así que lo previsible es que insista en impulsar la dolarización, el cierre del Banco Central y demás delirios inviables y/o inconstitucionales, y se niegue a negociar su programa. Con lo cual en vez de tener más y mejor gobernabilidad, tendremos menos, en la transición y en el arranque de la nueva administración. 

En cambio si Milei tuviera que ir a un balotaje se vería ante la necesidad de convencer a más gente de la que en principio lo apoya de que le conviene acompañar su ascenso al poder y avalar sus ideas, para lo que tendrá que hacer un esfuerzo de seducción extra y, tal vez, condimentarlo con algo de moderación y negociación. No es que se pueda asegurar que vaya por ese camino, ni mucho menos que lo vaya a hacer con sinceridad y sentido común. Pero al menos la situación y las relaciones de poder lo impulsarían en esa dirección.

Si además la competencia en el balotaje fuera contra Patricia Bullrich, el incentivo en ese sentido sería doble. Porque, como casi todas las encuestas pronostican, esa sería una competencia más reñida que en el caso de que su contrincante fuera Massa, y estaría centrada en la letra chica del cambio, no en una genérica batalla ideológica ni en abstracciones difusas y confusas como “eliminar la casta” o “seremos Irlanda”, sino en medidas y orientaciones de política económica más concretas. 

Aún esa competencia con Bullrich, probablemente, lo tendría a Milei como favorito. Porque es más fácil que los votantes peronistas, en caso de quedarse sin candidato, se inclinen por él antes que por Juntos por el Cambio: hay simplemente más afinidad electiva y cultural entre el libertario y ellos, pese al furioso antiestatismo de sus propuestas; y además existen ya infinidad de lazos tendidos entre ambos campamentos, muchos más que con Macri y el macrismo.

La debilidad de la gestión 

El otro problema que intervendría, en caso de que Massa quede fuera de carrera el 22, será cuánto se debilitará una gestión que ya viene descomponiéndose en cámara lenta desde hace mucho, y cuánto más desorden económico agregaría ese factor a la herencia que recibirá la nueva administración.

¿Si Massa queda fuera de competencia, sea porque pasa Bullrich al balotaje o porque Milei gana en primera vuelta, podrá seguir tomando decisiones sobre la economía sin consultar a nadie más en el oficialismo, y sin consultar tampoco a los vencedores? ¿Podrá siquiera seguir en el cargo, o el kirchnerismo intentaría hacerlo a un lado, a riesgo de incendiarlo todo, pero como paso necesario para cargarle toda la responsabilidad por la derrota? 

De nuevo, lo que hagan los demás actores en ese caso puede que sea tan relevante o más que lo que intente el kirchnerismo. Porque si hubiera señales en dirección a negociar la transición de parte de los vencedores, para Massa y para buena parte del peronismo sindical y territorial sobreviviente a la derrota, tomarse de esa mano tendida para evitar males mayores antes de que concluyan su mandato Alberto y Cristina podría ser la mejor opción. Claro que esa posibilidad de “mano tendida” será más remota si gana Milei, que si finalmente es Bullrich la que se impone. Pero por las razones expuestas más arriba tal vez tampoco sea imposible que el libertario se acomode a una vía negociada, que podría haberse empezado a abrir y explorar antes, en caso de balotaje.

¿Qué puede esperarse que suceda con los partidos, en caso de un triunfo de Javier Milei? 

Ya se sabe lo que él espera: que las fuerzas tradicionales implosionen, y entonces le resulte relativamente fácil conformar su base de apoyo, con legisladores, gobernadores e intendentes por decir así “prestados” o mejor dicho “regalados”, que recibiría él casi sin costos.

Hay buenas razones para pensar que nada de eso sucederá. La verdad es que Milei va a tener muchos cargos para ofrecer, pero solo cargos, nada de recursos y muy pocas chances de éxito, y los que tomarán la decisión de qué hacer en el peronismo y en JxC cargos ya van a tener, y les convendrá sentarse a esperar y negociar lo más exigentemente posible cada decisión que el libertario quiera hacer aprobar en el Congreso. Para lo cual lo mejor para esas fuerzas será esforzarse en conservar su unidad y cohesión, ofreciendo colaboración condicionada y caso por caso. 

Se habla mucho, en particular, de la probable “descomposición” de JxC en caso de quedar fuera del balotaje. Porque Macri y los suyos impulsarían el voto por Milei, mientras que tal vez algunos dirigentes radicales y el sector moderado del PRO hagan lo propio a favor de Massa. Y es posible que algo de eso suceda. Pero lo decisivo para el futuro de esa coalición será lo que hagan sus legisladores desde el 10 de diciembre. Y para resolverlo, estos seguramente consultarán antes que a esos referentes nacionales, a los gobernadores. A quienes les va a convenir también mantenerse unidos, para negociar con mejores perspectivas por los recursos fiscales que necesitarán para sobrevivir, con la Nación y frente al resto de sus pares. Otro motivo para que tampoco el peronismo se divida o para que algunos de sus fragmentos se apresure a enrolarse en las filas del nuevo presidente.

Si esto se confirmara, Milei estará impedido de hacerse más o menos rápido y sin costos importantes, en términos de recursos y programa, de una base legislativa como para al menos empezar a con alguna chance el trámite legislativo de sus proyectos. Y entonces tendrá, de nuevo, dos opciones: podría chocar con el Congreso y deslegitimarlo, lo que conducirá a una crisis institucional de proporciones que, como muestra la experiencia latinoamericana y argentina de caídas presidenciales, difícilmente pueda terminar bien para él, menos todavía para nuestra ya catatónica economía; o bien podría negociar, lo que dado el confuso punto de partida de su coalición y su programa, difícilmente dé paso a una política consistente, al menos no en el corto plazo, y más probablemente desembocaría en una nueva versión de la inconsistencia fiscal que ya han padecido los últimos tres presidentes. Que no desembocará, a su vez, en un resultado mejor que para esos tres predecesores, dado que su punto de partida será mucho más precario y exigente. 

Le va a ser difícil, muy difícil al país sobrellevar lo que se viene. Cualquiera sea el vencedor. Pero mucho, muchísimo más, si se frustran las expectativas de cambio, y dentro de pocos meses tenemos a cargo una gestión tempranamente envejecida, acosada por sus errores e imprevisiones, y encima no tenemos a mano la posibilidad de elegir otra.

Publicado en www.tn.com.ar el 19 de octubre de 2023.

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