¿Podía no saber el ministro-candidato que si reducía impuestos y aumentaba los gastos, en un momento en que ya la inflación y el dólar se escapaban de control, iba a generar una crisis más aguda, y que eso favorecería al candidato más extremista de la oposición? Claro que sabía. Pero le convenía que sucediera.
Es que el juego de la polarización, tal como quedó definido por el resultado de las PASO, le abrió la posibilidad al oficialismo de hacer dos cosas aparentemente contradictorias pero en el fondo convergentes: alimentar el voto miedo entre sus seguidores y el voto a favor de incendiarlo todo en el resto de los votantes.
En suma, agravar la situación reinante con nuevas medidas distributivas, cada vez más insostenibles, y bloquear cualquier posibilidad a una salida razonable, preventiva de una crisis mayor, evitando tanto competir como cooperar con los adversarios moderados. Más o menos como hizo Netanyahu en Israel.
Es cierto que, en la instrumentación de la estrategia, Massa ha tenido que lidiar con algunas diferencias con Cristina Kirchner, y más todavía con Alberto Fernández. Pero en lo esencial estuvieron y están de acuerdo.
Esas disidencias quedaron a la luz estos últimos días, cuando al todavía presidente se le ocurrió sobreactuar y llevó a Milei a los tribunales, acusándolo de “intimidación pública”. Su ministro, y jefe en los hechos, le reprochó haber incurrido en una torpeza: porque una cosa es ayudar a Milei a ganar en segunda vuelta, y otra hacerlo para que gane en primera. Aunque, en verdad, Massa debe sospechar que hubo, más que torpeza, maldad: puede que Alberto esté simplemente vengándose de las humillaciones sufridas a manos de Cristina y del propio candidato presidencial en los últimos tiempos, y que también para él haya llegado la hora en que “cuanto peor, mejor”.
Solo que “su” “cuanto peor, mejor” es bastante “peor” que el de Massa y Cristina: a Alberto no tiene por qué convenirle que Unión por la Patria haga una elección decente, al menos a nivel nacional; más bien al contrario, debe estar sonriendo en la intimidad ahora que se comprueba que desde que lo hicieron del todo a un lado de la toma de decisiones de gobierno las cosas no han dejado de empeorar, tanto en el terreno económico como en la arena electoral. Así que echar un poco más de leña al fuego y darle un empujoncito más a Milei para que se convierta cuanto antes en su sucesor tiene para él sin duda cierto gusto a revancha.
Por eso también se entiende la virulenta reacción de Massa: festejó que el presidente viajara nuevamente al exterior, esta vez a China, y dio a entender que lo más conveniente sería que se quedara allá hasta después de las elecciones.
Es que la mera aparición en escena de Alberto resulta inconveniente para el ministro, y para el oficialismo en general: contradice la estrategia de hacernos creer que el gobierno del Frente de Todos terminó, y ahora “tenemos con quién” hacer un nuevo gobierno, que ya estaría dejando atrás la crisis y empezando a recuperar el salario.
Claro, esa rebuscada construcción discursiva se va al quinto infierno cada vez que sube el dólar y se vuelve a acelerar la inflación, cuando las empresas dejan de vender alegando que “no tienen precios” y el consumo se derrumba. Pero si encima aparece en escena Alberto y mete ruido con amenazas judiciales contra el candidato opositor que lidera las encuestas, el marketing oficialista queda del todo en ridículo.
La que sí ha abrazado a pie juntillas la estrategia de Massa es Cristina, de quien hay que decir que se comportó, durante toda la campaña, como toda una dama. Ni un solo tweet contra la Corte, o el FMI, o Macri, todo un récord de compostura y discreción, a sabiendas de que, en caso de volver a los shows de autobombo que practicó hasta el hartazgo el año pasado su candidato tendría muchas menos chances de entrar al balotaje. Y así como se ha mantenido callada, ha logrado también que se callaran casi todos los cristinistas, desde Grabois a su hijo Máximo.
Es evidente también que nada de eso alcanzó para que desapareciera de la escena el mix de corrupción, ineptitud y devaluado verso progre que forma el corazón de la identidad kirchnerista, y que resultó estos últimos días de campaña, en ausencia de otras voces e imágenes, bien representado por Martín Insaurralde. Pero eso no es culpa suya. O si es en parte su culpa, hay que rastrear su pecado varios años atrás.
Así que insistamos: Cristina lo hizo muy bien, ha dado estos últimos meses, con su repliegue en silencio, una gran lección de prudencia y ubicuidad, y si finalmente Kicillof resulta reelecto, y Massa entra al balotaje, es de esperar que se lo sepan agradecer.
Aunque con esa gente nunca se sabe: al menos Massa es probable que no lo haga, y pretenda que siga callada indefinidamente, y también que siga absorbida por sus problemas judiciales. Sería la clave para que él pueda arrogarse la titularidad exclusiva de los votos que vaya a recibir, y se pueda reconvertir, de jefe de campaña de Milei, a su socio y contraparte en el duro arte de gobernar.
Publicad en www.tn.com.ar el 16 de octubre de 2023.