En tu último artículo en el diario Clarín planteás un nuevo clivaje entre la polarización y la moderación. ¿Cuál sería la novedad de cara a las PASO de este año?
Esa idea de un nuevo eje divisorio de la política argentina es un planteo a partir de algunos indicios que se están viendo en esta pre-campaña electoral: tanto en el campo peronista como en Juntos por el Cambio, las candidaturas que hay hasta ahora y las especulaciones periodísticas giran en torno a disputas entre duros y blandos, halcones y palomas, polarizados y moderados, o como las queramos llamar. Llevado al extremo, el planteo se pregunta si para el momento histórico que está viviendo el país, esa divisoria (o “clivaje”, en el vocabulario de los politólogos) no será este año tanto o más decisiva que si gana el gobierno o la oposición. Esa pregunta se basa en el siguiente diagnóstico: la polarización y la radicalización de los actores políticos (podríamos decir “la grieta”) ha sido y es perjudicial para la democracia y para las posibilidades de desarrollo del país, porque entre otras cosas, genera reacciones análogas en los otros sectores y promueve bloqueos y vetos mutuos que dificultan la posibilidad de lograr algún rumbo de crecimiento y desarrollo con suficiente consenso social como para poder concretarlo en términos políticos. Si este diagnóstico es correcto, entonces si se imponen los halcones probablemente se sacie un poco la sed agonal pero al mismo tiempo el país prolongue su parálisis y su estancamiento. Mientras que si se imponen los moderados, quizás se amplíen las chances de volver a un sistema político menos agresivo, y por lo tanto sin necesidad de satisfacer a un electorado que pida que las soluciones a los graves problemas que tenemos (la racionalización de los planes sociales, la ocupación de la calle, o las reformas laboral o previsional, por ejemplo) sean impuestas antes que conversadas y negociadas. Reformas quizás menos ambiciosas pero más consensuadas darían a esas políticas más legitimidad, más estabilidad y más previsibilidad, que es lo que debería esperarse de la democracia.
¿En cuánto influirían esas diferencias dependiendo de qué actores resulten ganadores de la coalición oficialista y de la oposición?
Parto de la base de que muy probablemente en las primarias de este año haya opciones tanto polarizadas como moderadas en ambos espacios políticos porque hay demanda social para ambas posturas. Desde ya que cada candidato tiene su propia impronta, su carácter personal y su forma de analizar los problemas, pero supongo que ningún político profesional querría suicidarse políticamente proponiendo alternativas de políticas (o como en este caso, de posicionamientos generales frente a la grieta) que nadie quisiera votar. Entonces probablemente las elecciones van a ser decisivas porque van a definir también si la ciudadanía argentina quiere seguir con la grieta o si quiere superarla. Hasta acá, todo parece bastante claro, pero las cosas nunca son tan fáciles. Las emociones y las pasiones siguen teniendo un papel en política, y aun quienes quieren superar la grieta porque se dan cuenta de sus perjuicios para la vida cotidiana, se ven tironeados por la idea falaz de que la grieta es moral, y por lo tanto por el espejismo de que los nombres propios del momento (y sus causas judiciales) son más importantes que las ideas o los problemas políticos en sí mismos.
¿Cómo se sostendría este planteo si, por ejemplo, en una coalición ganan los moderados y en la otra los polarizadores?
Por supuesto que un resultado electoral depende de múltiples factores. Pero si se pudiese, como en un laboratorio, trabajar solo con un factor interviniente, a los efectos puramente analíticos en este caso yo diría que quizás haya transferencias de votos de un campo a otro. Por ejemplo, supongamos un votante de Juntos por el Cambio que estuviera muy convencido de votar a Rodríguez Larreta o a Facundo Manes en las PASO por sus manifiestas ofertas de moderación, ¿qué preferiría votar en la elección general? ¿A Patricia Bullrich o a Schiaretti, por ejemplo? O a la inversa, un eventual votante de, por ejemplo, Sergio Massa en las PASO, ¿en la general votaría a Cristina Kirchner o a Rodríguez Larreta? Obviamente, no lo sabemos aún, porque faltan muchas definiciones, pero no sería la primera vez que hubiera transferencias de ese tipo en Argentina. En cualquier caso, y más allá de sus posibles derivaciones, sobre las que podríamos conversar durante horas, mi argumento es que quizás haya que sumar este nuevo clivaje polarizados/moderados al analizar la oferta, la demanda y los resultados de las elecciones de este año.
¿En qué difiere esta división de otras de la historia argentina reciente?
En que este año pareciera que estas diferencias internas en cada espacio (peronista y no peronista) son más fuertes que otras diferencias internas en el pasado. Las internas desde 1983 a la fecha no respondieron a orientaciones generales tan definidas como parece ser ahora el clivaje polarizados/moderados. Quizá lo más parecido haya sido la disputa interna entre ortodoxos y renovadores en el peronismo a mediados de los 80, cuando realmente se enfrentaron dos cosmovisiones bien distintas. Veinte años después, la disputa Kirchner-Duhalde llevó a la grieta actual, pero nadie (o casi nadie) lo sabía en ese momento, porque parecía una típica interna por el control de los recursos internos (la marca, el liderazgo, las alianzas municipales, etc.) del peronismo. En el espacio no peronista, las disputas entre la UCR y el Frepaso, y luego entre la UCR, la Coalición Cívica y el PRO, no fueron divisivas en cuanto a una visión general de cómo debería ser la sociedad o cómo debería funcionar la representación o el Estado de Derecho. Se disputaban candidaturas y no mucho más. Luego, con Macri en la presidencia, gran parte del PRO se fue polarizando, pero mi punto es que, en esos momentos, esas disputas electorales no ponían frente a frente como ahora dos visiones generales de la sociedad y de la democracia que se busca construir. Y en segundo lugar, otra diferencia importante es que este nuevo clivaje es parte de una tendencia global a causa de problemas parecidos en todo el mundo, y la Argentina no es un país tan excepcional como muchos creen.
De todas formas, los ganadores de las elecciones no siempre respetan sus promesas implícitas, y ni siquiera las explícitas…
Claro, es verdad. Y sobre eso ya no se puede especular más porque no se puede proyectar ninguna acción política. Algunos amigos queridos e inteligentes con los que disfruto mucho hablar de política me han dicho que ningún halcón, de convertirse en presidente, va a ser tan tonto de abrir diez focos de conflicto al mismo tiempo, y que por lo tanto hay que diferenciar el discurso electoral para las PASO de lo que se haga después. Puede ser, y llegado el caso, ojalá que sea así. El problema democrático que veo aun en ese escenario de halcones light es que, como dijimos antes, ese presidente o presidenta va a tener una legitimidad basada en un mandato electoral bastante claro. Aun cuando quiera moderarse para la elección general, no necesariamente esa moderación funcione de manera tan previsible como en Estados Unidos, donde los candidatos usualmente son más radicales en las primarias y más moderados en la elección general. Primero, por lo que decíamos antes: dependiendo de quién o quiénes sean sus rivales, tendrá más o menos margen de moderar su discurso para la elección general. Por ejemplo, ¿podrían Macri o Patricia Bullrich moderar mucho su discurso compitiendo frente a Cristina Kirchner o ante la amenaza polarizadora de Milei? Entonces, si el halcón gana prometiendo ser halcón, no creo que sea luego políticamente tan fácil virar rápidamente hacia la moderación. Además, en términos democráticos sería una trampa, porque siendo halcón probablemente no podría gobernar, y convirtiéndose en paloma traicionaría su mandato. En ambos casos se acrecentaría aún más la desconfianza hacia la política profesional.
¿Entonces habría una oposición jugando al clásico teorema de Baglini?
En realidad, veo un teorema de Baglini invertido. En el teorema clásico, los partidos y los candidatos se moderan cuando ven que pueden llegar a ganar las elecciones, porque saben que después desde el gobierno van a tener que defender resultados modestos, y entonces para no sobregirar las expectativas de sus votantes, ofrecen un discurso más responsable para no ser acusados luego de traición y perder legitimidad. Ahora, en cambio, el discurso más polarizado (y desde mi punto de vista, más irresponsable) parece acercar a los candidatos al triunfo electoral. Es un cóctel explosivo. No creo que la polarización pueda ser una mera táctica ni una avivada para ganar unos votos más en la definición de las candidaturas, ni que después se pueda desechar según la voluntad de cada actor. Creo que, por el contrario, es una dinámica contagiosa que desata lógicas democráticamente perversas que terminan devorándose a sus padres, y en el peor de los casos, a la democracia misma.
¿Cuál sería entonces en concreto el efecto del crecimiento de la opción libertaria, y también de los otros actores antisistema como la izquierda extrema? Se insertan en la competencia restando votos ¿a qué coalición?
Sobre el punto específico de la pregunta no me decido porque veo análisis contradictorios. Por un lado, hay trabajos que muestran que Milei le está restando muchos más votos a Juntos por el Cambio que al Frente de Todos (algo así como 7 a 3). Pero por otro, la intención de voto general para Juntos por el Cambio no ha variado mucho desde 2019. ¿De dónde saldría entonces ese veintipico por ciento del que hoy se está hablando que obtendría Milei a nivel nacional? No lo tengo muy claro. Pero acá también hay un problema sistémico típicamente politológico. Esta es la primera vez que tendremos partidos o alianzas sólidas y en crecimiento tanto a la izquierda como a la derecha de la competencia central entre peronismo y no peronismo. Para ser justos, hay que dar el beneficio de la duda a Milei, que no dice ser antisistema, y las bases teóricas del pensamiento liberal que dice defender no son incompatibles con la democracia liberal. Todo lo contrario. Sin embargo, podríamos decir que su presencia y su inusual potencia ponen en un serio jaque a la política tradicional, que por cierto puede verse tentada de radicalizarse para seducir a sus votantes. El resultado sería una mayor polarización, y una mayor expectativa de cambios drásticos y mágicos que, como sabemos, la democracia no puede ni debe satisfacer.