sábado 20 de abril de 2024
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Martín D’Alessandro: “Celebro que haya una permanente discusión pública sobre la amenaza autoritaria”

Entrevistamos a Martín D’Alessandro para hablar del rol del Estado ante las pandemia del COVID-19, el liderazgo político, la deriva autoritaria y el peligro para la democracia y el rol de la ciencia política en el mundo que viene.

A diferencia de otras veces, en tu último artículo ponés el foco en la debilidad y fragilidad del Estado argentino para enfrentar la pandemia del COVID19 que nos asola en estos momentos. ¿En qué basás principalmente estas afirmaciones?

Con la pandemia vemos que los gobiernos necesitan actuar rápidamente tanto para prevenir o controlar su expansión como para paliar sus consecuencias. Y vemos también sociedades que demandan esa celeridad. Pero los gobiernos son más o menos eficaces también en función de la fortaleza y la calidad de los instrumentos de los que disponen (léase agencias y burocracias estatales). Si yo tengo buenos líderes pero malos instrumentos, muy probablemente los resultados serán insatisfactorios. En el artículo quise recordar este tema, que no está muy presente en el debate público de estos días: tanto la fragilidad como la falta de coordinación del Estado argentino son importantes, y al margen de la evaluación que hagamos de las acciones del gobierno en esta crisis, hay deficiencias estructurales que ahora están más a la vista. Por ejemplo, puede ser que el Ministro de Salud haya reaccionado tarde, pero el estado calamitoso de la salud pública argentina es anterior; y puede ser que el Presidente haya reaccionado temprano, pero luego los proveedores (no solamente de fideos) están cartelizados y/o confabulados con el Estado mismo para robar. O para poner otro ejemplo: como no se tienen herramientas profesionalizadas para el control de los precios, hay que recurrir a los intendentes, que están más cerca pero cuyos instrumentos son más precarios aún. Hace tiempo que en el país estamos operando con muchos parches y pocas políticas públicas diseñadas profesionalmente. Y en las crisis se lamenta más la falta de previsión.

Nuestro país destina casi el 10% del PBI a la salud, sin embargo pareciera que la descoordinación entre los tres niveles del Estado, más la superposición entre sistema de salud pública, sistema privado y obras sociales son también una muestra de lo que mencionas. Entendiendo que la salud no es tu tema, ¿creés que esto se da también en otras instancias o áreas del Estado, como puede ser la educación, la cultura o el mismo sistema político?

Sin ninguna duda el Estado argentino está subdesarrollado en múltiples arenas. Y además, como ha señalado el politólogo Carlos Acuña en el último Congreso Nacional de Ciencia Política, es muy difícil la coordinación entre sus innumerables reparticiones: en el mejor de los casos, cada área prefiere concentrarse en su propia eficacia antes que “perder tiempo” y recursos en coordinar con otras áreas u otros niveles. Pero el resultado de ese proceso es la ineficacia a nivel macro. Por eso creo relevante salir de la reivindicación fácil (y estéril) del Estado: no solamente no hay (o casi no hay) discursos que rechacen la existencia de una salud pública de calidad en nuestro país, sino que la discusión seria que hay que dar, desde el gobierno y desde la oposición, es cómo vamos a mitigar esa fragilidad y esa falta de coordinación. A mí no me alcanza con ponerme la camiseta del Estado y cantar en la tribuna cantitos en contra del mercado, sino que quiero un director técnico que tenga una estrategia seria, un plan de trabajo creíble a mediano plazo, y que convoque a jugadores idóneos y honestos.

¿Observás alguna deriva autoritaria desde el poder central en estos momentos?

En todos los países hay una concentración brutal de prerrogativas en el poder ejecutivo, lo cual hace prender luces de alarma a los demócratas de todo el mundo. Lógicamente son momentos de total excepcionalidad, y es comprensible que haya decisiones necesarias y urgentes. El problema es que el argumento de la excepción en la Argentina ha justificado muchos avances sobre los controles institucionales (incluidas las plenas funciones del Congreso) y sobre los derechos y/o la integridad de las personas. Y por otro lado, varias expresiones y reacciones del gobierno (más la memoria del gobierno de Cristina Kirchner) hacen que estos peligros cobren todavía mayor dimensión. Se sabe que las crisis y el miedo hacen que mucha gente resigne libertades a cambio de seguridades (por ejemplo, seguridad sanitaria), por lo que celebro que haya una permanente discusión pública sobre la amenaza autoritaria. Es una preocupación del pensamiento político desde hace más de dos mil años, por lo que un par de fotos con algún gobernador opositor no son suficientes como para dejarlo de lado.

En este sentido, en un artículo anterior en La Nación ponés el foco en los peligros de que la ciencia o la tecnología puedan convertirse en una amenaza para la democracia, ¿por qué es importante señalar esto?

Soy escéptico respecto de las reflexiones filosóficas exprés y de los vaticinios de cómo será a partir de ahora el mundo, como hemos estado viendo en los diarios en las últimas semanas, pero desde hace décadas que sí se viene reflexionando en serio sobre los peligros para la democracia que suponen la racionalidad técnica y la tecnología avanzada, como la inteligencia artificial, por ejemplo. Ante una crisis sanitaria global como la actual, podríamos creer que los países deberían desplegar al máximo sus capacidades científicas y técnicas para controlar la salud del conjunto de la población. Si lo que verdaderamente importa es el cuerpo social, entonces hay que protegerlo de la manera más eficaz, porque de ello depende la vida de todos. Es un argumento muy poderoso, y muy sensato, pero podría llevarnos a no respetar no solo la individualidad y/la privacidad de las partes de ese supuesto “cuerpo”, sino también los procesos de toma decisión colectivos, como por ejemplo votar entre diferentes alternativas a seguir. Si para proteger el cuerpo se decidiera, invocando la racionalidad exclusivamente científico-técnica, por ejemplo, rastrear los movimientos de los infectados (y/o los casos sospechosos) a través de cámaras de vigilancia, o de su celular y sus tarjetas de crédito, observar sus intenciones en sus redes sociales, alertar a sus vecinos del peligro de contagio, o directamente no respetar sus derechos constitucionales, probablemente seríamos más eficaces en controlar la epidemia, pero a riesgo de sacrificar nuestros mejores valores, por los que han muerto millones de personas en la historia universal. Es un dilema difícil que quizá haya que enfrentar dentro de no mucho tiempo.

En el mismo camino, ¿cómo observás los comportamientos sociales más cercanos? La delación vecinal, por ejemplo.

Son parte del mismo dilema: si creo que el otro pone en riesgo mi vida, entonces hago todo lo posible, incluso lo moralmente cuestionable, para salvarme. O peor aún, si creo que para salvar al cuerpo social mi obligación moral es denunciar o escrachar al infectado, entonces no lo hago solo por mí sino que lo hago para salvar a todo el cuerpo, soy un buen miembro que hace lo correcto. La Argentina ya ha pasado por esto. Por suerte, son casos aislados que son puestos en evidencia hasta en la televisión, por lo que hasta ahora parece haber anticuerpos fuertes. Pero nunca se sabe qué puede pasar si el miedo se convierte en aterrador.

¿Cómo asumió la política la situación que estamos atravesando?

De manera heterogénea. Hay países en los que la política en algún momento negó o minimizó la situación, o bien ocultó información, con consecuencias muchas veces catastróficas, como en China, Estados Unidos, Italia, Francia, España, Inglaterra, Hungría, Turquía, Polonia, Bielorrusia, Argelia, Brasil, Venezuela, México o Nicaragua. Por suerte, Argentina está (más allá de la liviandad inicial) en el bando de los que reaccionaron de manera responsable, junto con Chile y Corea del Sur, por ejemplo. Vemos así que, como ha señalado Alain Touraine, el liderazgo mundial es muy pobre e ineficaz. Pero tengo mis dudas sobre si esta crisis llevará a una reformulación de las configuraciones políticas que conocemos.

Qué está pasando con el liderazgo en esta coyuntura?

Una primera dimensión está vinculada a la coyuntura política. A los politólogos nos encanta buscar explicaciones a partir de las reglas o las instituciones de los diferentes países. Pero en la pregunta anterior acusamos de irresponsables a países con democracias establecidas, con democracias jóvenes, con totalitarismos y con autoritarismos variopintos. Quizá en circunstancias excepcionales que, como esta pandemia, ponen a muchos países ante la misma realidad y las mismas recetas (como la cuarentena), la singularidad del liderazgo y sus circunstancias hagan finalmente la diferencia. Pero me parece muy difícil sacar conclusiones tempranas.

La segunda dimensión es si el liderazgo estará a la altura para salir de la pandemia y de sus consecuencias económicas y sociales. Muchos equiparan la crisis económica que está llegando con la crisis de 1930. En esa oportunidad hubo una salida sensacional, la economía política basada en el Estado Keynesiano de Bienestar, que no solo recuperó la economía sino que la expandió fenomenalmente. Lógicamente también hubo problemas cercanos, como los nacionalismos y más tarde la crisis del gasto público que criticó con éxito el neoliberalismo. Por ahora tampoco se vislumbra una salida novedosa, y hasta donde yo veo no parece haber, ni en Argentina ni en el exterior, muy buenas ideas dando vueltas ni liderazgos audaces ni creativos. Pero de nuevo, todavía no sabemos nada de lo que pasará.

¿Qué salida se puede encontrar, no ya desde la medicina, sino desde la ciencia política para volver a un camino de normalidad en los próximos meses?

No es fácil que la ciencia política produzca recetas rápidas, sobre todo ante tanta incertidumbre, pero creo que en lo inmediato podría ayudar mucho a mejorar la comunicación política. Aun los presidentes como Fernández, que no están en el conjunto de los gobernantes irresponsables o directamente delirantes que estamos viendo en algunos países, tienen en general una comunicación de la administración de la crisis muy escueta, parcial y poco rigurosa. Creo que pase lo que pase en adelante, a Fernández siempre se le reconocerán y agradecerán sus buenos reflejos con la decisión de la cuarentena temprana y rígida, pero también creo que una sociedad ansiosa y con miedo necesita, entre otras cosas, más y mejor comunicación oficial.

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