A raíz de la respuesta a un artículo de Federico Sturzenegger que planteó el especialista Martín D’Alessandro sobre la centralidad de la economía en la elección de 2023, lo volvimos a entrevistar para que nos amplíe sus ideas.
Tu último artículo, además de ser una respuesta a la visión economicista de la política de Federico Sturzenegger, es una clase magistral sobre la relación entre la ciencia política y la política. ¿Creés que el protagonismo de la política definirá la elección de 2023, más allá de quiénes lleguen a la recta final?
Me alegro que te haya gustado el artículo. Efectivamente, allí trato de reforzar la idea de que la política no es un mero reflejo de la economía (como piensan muchos economistas, empezando por Marx) sino que es un campo de lucha autónomo. Si esta visión, más politológica, es correcta, entonces la elección de 2023 no dependerá (o al menos no solamente) de si las personas prefieren un Estado más presente o un Estado más chico, como supone Sturzenegger, sino de un conjunto de factores más amplio. Por supuesto que los resultados económicos siempre son vitales a la hora de premiar o castigar al gobierno saliente, pero si el actual sentimiento colectivo de hartazgo y frustración sigue creciendo, entonces el modo de actuar político (básicamente, moderación versus polarización) puede tener mucha relevancia.
En el debate político actual, ¿se soslaya que tanto el kirchnerismo como el macrismo (o el PRO, para no personalizarlo tanto) son organizaciones que funcionan desde el Estado y como tales romperían con la interpretación de Sturzenegger?
Sí. En la ciencia política hay muchísima bibliografía, ya clásica, sobre cómo los líderes y los partidos se alejan de la vida cotidiana de la ciudadanía pero mantienen su centralidad generando divisiones muchas veces artificiales para ganar una adhesión que ya no consiguen expresando ideologías o representando intereses de sectores sociales concretos. Pero un gran problema actual es que la elite política argentina no solamente está bastante desorientada sobre qué hacer, sino también sobre cómo interpretar los escenarios que ella misma genera. Es decir, perdió capacidad analítica de cuáles son las discusiones relevantes y cuáles son los actores que están apoyando qué cosas. Por ejemplo, ¿existe realmente “el macrismo”?, ¿es realmente “la derecha”?, ¿hay realmente una amenaza “totalitaria”? Estoy convencido de que visiones tan distintas en la dimensión intelectual de la política contribuyen a la falta de entendimientos más profundos por parte de las elites.
¿Podés explayarte un poco más?
Hay excepciones, pero la mayor parte de los actores políticos que vemos a diario es muy pobre intelectualmente. Para peor, estamos en una coyuntura histórica crítica y ellos no parecen tener mucho interés en sofisticar su mirada sobre el mundo ni sobre el país. No hay una relación muy orgánica con el mundo académico, intelectual, o incluso el mundo tecnocrático. La política está entonces bastante encerrada en un cortoplacismo y una miopía exasperantes. Y eso conspira contra la posibilidad de lograr las famosas políticas de Estado.
Ahora bien, para ser justos, tampoco es que en el mundo intelectual las cosas estén muy claras. Por ejemplo, entre los politólogos no hay una interpretación canónica ni tampoco se mantienen incólumes, porque la realidad va cambiando, los mapas conceptuales que han servido enormemente como claves de lectura de cómo funciona la política argentina, como los de Gino Germani, Juan Carlos Portantiero, Torcuato Di Tella, Guillermo O’Donnell, Juan Carlos Torre o el propio Ernesto Laclau. Obviamente hay también otros aportes más que útiles, pero quizás en este momento haga falta hacer más esfuerzos para ayudar a renovar una discusión intelectual (con politólogos, pero también con otros sectores de la “intelligentsia” del país, como periodistas, intelectuales, consultores y asesores) sobre cómo funciona nuestro sistema político. Si la política entiende mejor dónde está parada, puede entender mejor hacia dónde quiere o puede ir.
¿Existe realmente el macrismo?
Yo creo que no. Macri es un líder solo en un sentido muy estrecho de la palabra. Generalmente asociamos los “ismos” políticos con liderazgos que implican una admiración profunda, estable en el tiempo, en parte emotiva, y una adhesión hacia ideas y/o valores que un líder expresa en determinado momento, e incluso devoción hacia su persona. Eso es lo que han conseguido los presidentes con “ismos” del siglo XX: Yrigoyen, Perón, Alfonsín, Menem y los Kirchner. En comparación, Macri ha sido solo un mínimo común denominador del no-peronismo, el candidato con más chances que se pudo conseguir frente al kirchnerismo. A lo sumo, el macrismo es un período presidencial. En su momento Macri fue muy útil justamente porque su imagen pública se construyó como la contracara del kirchnerismo, pero no condensaba mucho más que una viabilidad electoral (basada, eso sí, en una gestión eficiente en la CABA). Es entendible que al actual oficialismo le sea funcional hablar del “macrismo” para referirse a Juntos por el Cambio, que sin embargo es mucho más que eso. Es más, uno de sus problemas es cómo sacarse de encima a Macri, que aun siendo presidente no unió ni ordenó al no-peronismo más que momentánea y coyunturalmente.
En una entrevista reciente Emilio Del Guercio, músico consagrado, dice que el peronismo no sabe gobernar ni administrar, pero sabe mandar. ¿Este gobierno peronista está fallando en mandar, además de que no se sabe bien quién manda? ¿Hay hoy un quiebre en esa tradición peronista?
Me parece bastante evidente que el peronismo no sabe administrar, pero el no-peronismo tampoco. La Argentina es un potro muy difícil de domar: tiene problemas que son estructurales y muchos actores con capacidad de vetar reformas. Por eso hoy son necesarios amplios acuerdos políticos que puedan desatar el ovillo. Ahora bien, ¿quiénes son los que tendrían que acordar? Hace 30 años era más fácil: si Menem y Alfonsín firmaban un papel, ellos garantizaban que todos los demás lo respetarían. Pero a partir de 2001 se fragmentó el no-peronismo, y ahora vemos la fragmentación del peronismo, lo cual repercute sobre el tema del mando. Esa fragmentación se ve, por un lado, en que sus bases tradicionales (elites conservadoras provinciales, sindicatos y ahora piqueteros) son cada día más distintos y por lo tanto más difíciles de satisfacer al mismo tiempo, y por el lado de las dirigencias, el mando y la verticalidad ya no conservan ni siquiera las apariencias: la retroalimentación entre la inconsistencia de Fernández y las zancadillas que recibe del cristinismo es abrumadora. A mí particularmente me resulta difícil decodificar lo que está pasando en el peronismo: si esa alta tensión es producto de diferencias ideológicas, de lucha por espacios de poder, de emoción polarizadora, o todo eso junto. En cualquier caso, la pequeñez de la política frente a la inconmensurabilidad de los problemas es aterradora.
Las encuestas hoy pronostican un fuerte rechazo al oficialismo, sobre todo en las franjas jóvenes. Si bien no necesariamente ese rechazo se traduce en votos, denota un hartazgo de la sociedad civil hacia el peronismo. ¿Qué debe hacer la oposición para desmarcarse del fracaso político del Frente de Todos y ampliar (y conservar de cara a 2023) su caudal electoral?
Es una tarea difícil, porque la oposición todavía no se desmarcó de su propio fracaso político. Y todavía, como era bastante esperable, no puede salir de sus profundas disputas internas. Eso no la deja pensar claramente ni levantar la vista para entender mejor los problemas o a la gente. Como consecuencia, en mi opinión, comete el mismo pecado que el oficialismo: toma el atajo de refregarse sobre sus propios activos en lugar de ir a buscar otros (otros votos, otros dirigentes, mejores diagnósticos, más creatividad en las propuestas). Para decirlo un poco en broma: sin república no se puede, pero con república no alcanza. Es decir, seguir machacando sobre los rasgos autoritarios y poco transparentes del kirchnerismo está bien (así como la crítica fundamentada a la gestión sanitaria) pero eso no puede ser todo lo que Juntos por el Cambio tenga para ofrecer. Por eso debiera, a mi entender, hacer un esfuerzo e intentar ofrecer a la ciudadanía algo distinto y superador a Macri, a su elenco y a sus políticas.