Un país que no dispone de sus capacidades científicas para pensarse a sí mismo y afrontar sus problemas puede tener investigadores pero no ciencia. Argentina pudo acceder a ese podio, pero está perdiendo la carrera como consecuencia de una mentalidad estrecha, que no comprende que el desarrollo no es el resultado final de una serie de logros sino el proceso que conduce a ellos.
Es esto precisamente parte del problema: confundimos la ciencia y la investigación científica con el conocimiento y la información, así como confundimos el crecimiento o la bonanza económica con el desarrollo. Podemos almacenar información en la memoria de una computadora, en una biblioteca, o en la nube digital; en cambio, el conocimiento necesita de mentes abiertas y entrenadas. Un país que posee ciencia asienta su conocimiento en esas premisas, sin recurrir a milagros, revelaciones y dogmas.
Así lo expresaba Marcelino Cereijido, recordado científico argentino nacionalizado mexicano y discípulo de Bernardo Houssay en charla con este editor, publicada en estas páginas… hace veintiún años. Doctor en Medicina de la UBA, Cereijido (a) “Pirincho”, fue investigador de la Universidad de Harvard y profesor de fisiología celular y molecular del Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados de México, donde reside desde 1976.
Escribió cantidad de libros; entre ellos “La nuca de Houssay” y “La ignorancia debida” (2003), en coautoría con Laura Reinking, “Por qué no tenemos ciencia” (2008), La ciencia como calamidad (2009), Hacia una teoría general sobre los hijos de puta (2011) y Elogio del desequilibrio: En busca del orden y el desorden en la vida(2012). “Este país progresa cuando el oscurantismo se descuida”, sostenía entonces Cereijido.
Veintiún años después, mucha agua y lodo, progresos y retrocesos, pasaron bajo el puente. El país hizo una gran inversión en la actividad científica, pero la ciencia que se hace en la Argentina -reconocida como de excelencia en algunas áreas según los ranking internacionales- se encuentra hoy en peligro por el recorte presupuestario y la ausencia de política para el sector.
Argentina invierte un 0,34% de su producto bruto interno (PBI) en ciencia (2023); estando este presupuesto repartido en diferentes organismos estatales como el CONICET, INTA, INA, CONAE, y las universidades públicas. Si nos comparamos con otros países de la región, según datos del Banco Mundial (2019), Brasil invierte 1,21%, Chile 0,34% y Uruguay 0,48% de su PBI en ciencia. Otros países desarrollados, muestran una inversión que se triplica en relación con los mencionados países sudamericanos.
Tal es el caso de Estados Unidos que invierte 3,45% de su PBI, Japón 3,26%, Bélgica 3,48%, Alemania 3,14%, en tanto que Israel y Corea del Sur invierten el 4,9%. Contar con organismos estatales que sean independientes de los intereses económicos y productivos del sector privado y por supuesto también, de la ideología de los gobiernos de turno, resulta una herramienta fundamental para la soberanía de un país. Aplicar la “motosierra” de manera indiscriminada sobre estas ramas es también hipotecar nuestro futuro.
Tenemos un presidente que podrá tener en claro cómo lograr el equilibrio fiscal y derrotar a la inflación -y esperemos que así sea- pero que expone una idea extraña de lo que es la inversión pública en desarrollo científico: “Si tan útiles creen que son sus investigaciones -les espetó a los científicos argentinos– los invito a salir al mercado. Investiguen, publiquen un libro y vean si a la gente le interesa”. Como si fuera posible evaluar el desarrollo científico-tecnológico de un país en las góndolas de librerías y supermercados, o en las preferencias de los lectores y consumidores.
“El pensamiento científico nos da más libertad y nos empodera en un mundo más incierto, es difícil ser un ciudadano pleno sin una alfabetización científica”, nos dijo Melina Furman, en entrevista de Natalie Rodgers, también en estas páginas, hace cuatro años. Ella ya no estará para ilustrarnos y ayudarnos a pensar, aunque nos dejó sus libros y prédica pedagógica. Recordando una vez más a Houssay, “la ciencia no es cara; cara es la ignorancia”. Y está a la vista.
Publicado en Clarín el 14 de septiembre de 2024.
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