Este año se cumplen veinte años desde que dejé de ser relator para la Libertad de Expresión en la Organización de los Estados Americanos, cargo con el que había sido honrado unos años antes por la designación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Durante todo este tiempo, y desde distintos lugares, he seguido observando la situación del ejercicio de la libertad de prensa en el mundo, y he advertido un argumento que se repite y es el que hoy me gustaría comentar brevemente, dado que lo encuentro una vez más en la superficie de la discusión pública.