ASIA HOY Columnas sobre actualidad política y social de Asia. Especial para NP.
Malasia vive en una situación de inestabilidad e incertidumbre política que no es común para el país que integró el selecto club de los llamados tigres asiáticos por ser modelos de desarrollo y crecimiento en la segunda mitad del siglo XX. En 2018 la política malasia entró en crisis cuando el entonces primer ministro Najib Razak perdió sorpresivamente las elecciones.
Esto ocurrió en el contexto de una activa oposición de la sociedad civil que rechazaba su liderazgo autoritario, múltiples acusaciones de corrupción y abuso de poder. La gota que rebalsó el vaso fue la publicidad de un negocio millonario con China que estaba bajo la lupa de la justicia. Después de dejar el cargo, Razak fue arrestado y su casa allanada en medio de imágenes televisivas que mostraban grandes cantidades de dinero y objetos de valor.
Esas elecciones mostraron algunas cosas novedosas para el país. Por un lado, la derrota electoral del Barisan Nasional (Frente Nacional) integrado por el partido que gobierna el país desde mediados de los años de la década de 1950, cuando adquirió su independencia de los británicos. Buscando analogías, forzadas tal vez, pero gráficas, la Organización Nacional de los Malayos Unidos –el partido líder del Barisan– era una suerte de PRI mexicano en los años 80.
Por otra parte, el triunfo opositor vino de la mano de sectores diversos, algunos antes oficialistas, entre ellos, el líder histórico del país, Mahathir Mohamad, quien reemplazó a Razak como Primer ministro en 2018, volviendo así al cargo que había ocupado entre 1981 y 2003 , pero ahora con más de 90 años en sus espaldas.
En 2019 se produjo la inesperada renuncia del rey malasio para casarse con una modelo rusa. Malasia es una original monarquía constitucional rotativa Cada 5 años, uno de los sultanes, se hace cargo de la jefatura del Estado denominada en el idioma oficial malasio Yang di-Pertuan Agong. Lo inédito de la renuncia, y la necesidad de buscar un reemplazante, sumó elementos a la inestabilidad que ya reinaba.
La asunción de Mahatir como Primer ministro suscitó amplias esperanzas de un renacimiento democrático en un país donde, además, la convivencia inter-étnica no es cosa sencilla. Sin embargo, eso no ocurrió. A principios de 2020 Mahatir renunció en confusas circunstancias por la “traición” de uno de sus protegidos y con una activa participación del recién asumido rey.
El cambio no fue menor. El nuevo primer ministro, Muyahidín Yassin, pertenece al tradicional partido que gobernó Malasia durante décadas y que volvía al poder sin ser votado, ya que Malasia tiene un sistema parlamentario. Quien más bancas reúna en el parlamento, impone el gobierno.
Sin embargo, eso suma también ilegitimidad en un clima de inestabilidad y descontento creciente donde Muyahidín se sostiene en una precaria coalición que cuenta apenas con 2 bancas más en un parlamento de 222 escaños.
Las últimas noticias de Malasia cuentan que el líder opositor, Anwar Ibrahim, otro antiguo protegido de Mahatir, proclamó que puede formar una nueva mayoría para desplazar a Muyahidín, lo que deberá definirse en los próximos días. Por lo pronto, el rey desmintió la afirmación del auto postulado legislador opositor.
Razones de una crisis recurrente
En Malasia la causa de la crisis no está originada en una persona o liderazgo particular. El COVID 19, tampoco ha sido un problema desde lo sanitario: al 21 de Octubre Malasia registró 21 mil contagios y 190 muertos, con poco más de 29 millones de habitantes. Con esas cifras el país ha tenido desde mediados de año una política de creciente apertura, aunque eso no ha llegado obviamente al turismo, uno de sus importantes ingresos.
La cuestión entonces pasa más por una ruptura de la coalición política dominante que en el pasado dio estabilidad política al país y que acordó un rumbo que el país atravesó hasta convertirse en modelo para el capitalismo globalizado.
La crisis en la elite malasia es por una combinación de ambiciones personales en disputa y diferencias en lo proyectos de país de los diversos grupos. Esto ocurre, en parte, estimulado por un contexto internacional de incertidumbre, donde Malasia es otro escenario de la disputa chino-norteamericana que afecta a la región.
Pero sin duda, la crisis económica es el telón de fondo de la actual coyuntura. El PBI malasio se contrajo un 17.1% por el impacto del COVID, sobre todo en el turismo y la industria. Para encontrar cifras similares hay que retroceder más de 20 años atrás, en medio de la crisis financiera de 2009, que tuvo a la quebrada Lehman Brothers como protagonista.
De todos modos, el futuro no se ve tan malo. Las previsiones del FMI señalan que para 2021 los países emergentes de Asia serán una nueva locomotora para la economía mundial y esperan que Malasia crezca casi en un 8%.
Malasia vive una crisis política como otros países del Sudeste de Asia. La región muestra un crecimiento del nacionalismo religioso, de las burocracias ligadas a las monarquías o a las Fuerzas Armadas y un autoritarismo creciente. Esto ocurre en medio de problemas estructurales que derivan de épocas coloniales que, en Malasia, son bastante recientes, ya que su independencia ocurrió en 1957.
El gobierno actual asumió casi al mismo tiempo que la llegada de la pandemia. Así condujo al país en tiempos de debacle económica y restricciones sanitarias. Por eso aspira también a gozar del liderazgo en las épocas de bonanza anunciadas para el año que viene. Algunos triunfos en elecciones regionales parecen confirmar sus intenciones. Sin embargo, la oposición quiere lo mismo y afirma tener las bancas para solventarlo.
La crisis política, mientras tanto, pone trabas al esperado crecimiento y agudiza los problemas. ¿Podrá Malasia romper el círculo vicioso y volver a ser el tigre que supo ser? Pronto lo sabremos.