Largavistas fue una precuela de Aspirinas y Caramelos, pero el tema del amor me rondaba en la cabeza desde hace tiempo, así que supongo que tenía cosas para decir al respecto (vaya a saber uno a quién le importarán, ¿no?). La respuesta es que no, no tengo un plan. Simplemente hay temas que me atrapan y otros que me resultan insípidos, entonces escribo sobre los primeros y dejo pasar los segundos. Del amor venimos hablando desde los griegos para acá, no pretendí ser original, apenas si sumé mi granito al vincular el amor con la amistad, dos palabras que para mí significan casi lo mismo.
¿Por qué elegiste el título?
No le llames amor a cualquier cosa es una frase que me dijo una vez una amiga y me quedó grabada. Tanto, que la puse en “Instrucciones para hacer una grulla de papel”. El libro se iba a llamar Elogio de la amistad (como el primer cuento), pero cuando empezamos a armar la edición final repasamos el texto de las grullas y ahí apareció la frase de nuevo. Era potente, parecía que resaltaba en flúo, entonces la elegí. Creo que es un buen título para un libro que habla de las múltiples formas del amor.
Hay un par de relatos en tu libro con una frescura interesante, como “La Jirafa Carolina” o “Barquito de papel”, retomando un poco las vivencias de Largavistas. Es la mirada de la infancia de un adulto, pero con un respeto no habitual. A la vez creo que hay un diálogo con algunos de los programas de televisión que producis. ¿Cómo lo pensás vos?
Aunque en este libro hay muchos cuentos de diferente género y con diferentes modos de narrarlos, cada tanto se me hace inevitable volver a la primera persona y a un yo chiquito visto desde un yo adulto. Para mí la infancia, mi infancia, es un territorio un tanto mítico, del que siempre encuentro algo que contar. En esos momento aparecen reconstrucciones de época, por ejemplo la televisión de cuando éramos pibes. Me parece divertido hacerlas dialogar con la tele que produzco hoy, cuarenta años después.
“En el medio del paisaje” tiene un giro impactante (reconozco que no me esperaba ese final). Como se te ocurrió esa historia?
En ese cuento lo primero que tuve fue el final, porque es algo que me sucedió casi textual. El resto es pura invención, fue tratar de imaginar que había pasado antes de ese hecho en alguien que ya no era yo. El cuento está en un registro que no suele ser el mío, es más americano, más vertiginoso, más ácido. Me gustó probarme en otro puesto de la cancha. No sé si salí airoso, pero en general gusta.
Varios de tus relatos están inspirados en Fontanarrosa, en Soriano. Crees que lectores nuevos pueden entrar a la obra de ellos a partir de la lectura de tus cuentos?
Soriano me gusta mucho, pero siento devoción por Fontanarrosa, fue uno de nuestros grandes escritores. Cuando no sé que leer voy a él o a Borges, derecho. Si algo de lo que escribí sirve para que sobre todo los chicos lean a Fontanarrosa, entonces ya valió.
En “Postales de la guerra fría” (junto a “En el medio del paisaje” es el que más me gustó) hay claramente un trasfondo político que trasciende el cuento. De nuevo, ¿cómo crees que lo entienden las nuevas generaciones de lectores? Quiero comentarte que, sin ser haber jugado nunca al ajedrez (salvo de manera recreativa y para ser masacrado por algún amigo en común), pero habiendo transitado esas calles en esa época para ir al cine, genera un clima de época que solo nosotros, los de esa generación, podemos entender.
Como te decía antes, a mí me gusta mucho recrear épocas. “Postales de la guerra fría” te lleva al frío de la avenida Corrientes en los 70 y yo juego porque tengo memoria para eso. Cierro los ojos y puedo sentir el olor de la esquina de Corrientes y Paraná en aquellos años, que no es el mismo olor de hoy. Sé que los más jóvenes pueden perderse algún guiño, pero bueno, son riesgos que uno debe adoptar. Yo muchas veces leo libros situados en lugares y épocas que no conocí. Sin embrago, si están bien escritos, logro meterme en la situación igual. Ojalá pase eso con los míos.
¿Sos conciente que en algunos casos lográs que nos traslademos a los ambientes que describís? Por ejemplo, en “Papá Noel en el bar” el lector está “mirando” el relato desde una mesa.
No soy consciente del todo, pero me gusta que pase eso. Quizás tenga que ver con qué cuando escribo esos cuento, hago el ejercicio de pararme a un costado de la situación, como si en cierta manera yo también la estuviera viendo mientras va sucediendo. En “Papá Noel en el bar” yo no me sentí escribiendo, me sentí como si estuviera un una mesa cercana, escuchando esa charla delirante entre un tipo que se cree Papá Noel de verdad y ese dueño del bar que no le cree nada. Me propuse transcribirla. Entonces supongo que al lector le pasa lo mismo, se siente ahí. Sí, me gusta que pase eso, me gusta mucho.
Cierro con la misma pregunta que hace un par de años, ¿ahora que sigue?
Sigue una novela ambientada en el retorno de la democracia. Pero no quiero decir más porque queda registrado y si no cumplo después me hacés una entrevista y me lo reprochás, jaja.