sábado 12 de octubre de 2024
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Luchar por la paz ¿Una contradicción semántica?

Ante la escalada bélica entre Rusia y Ucrania y las matanzas en el Congo y otras partes del mundo, el Papa Francisco ha hecho llamamientos a la paz en los últimos días, advirtiendo que ya estamos inmersos en la Tercera Guerra Mundial.

Hace muchos años dos amigos militantes universitarios discutían sobre un lema en boga en los ’80: “luchar por la paz”, bajo la argumentación de que era contradictorio luchar para obtener algo que supone ausencia de lucha. En todo caso era una cuestión semántica. La paz se define, por lo general, como ausencia de conflicto, como un acuerdo para evitar o terminar una guerra y el Papa la ha definido, recientemente en un tuit, por algunos de sus atributos: “nace de la justicia, crece en la fraternidad, vive de la gratuidad e impulsa a servir a la verdad”. Todas bellezas difíciles hallar en el mundo real.

La discusión entre Pablo y Rubén – por poner nombres imaginarios – se resolvió a fuerza de seguir el libreto marxista al que adherían con gran fervor. La paz resultaba ser la síntesis entre un par dialéctico que siempre representa posiciones encontradas y es obvio que alcanzar una síntesis puede costar desde miles de horas de discusión, hasta miles de balas y de muertos. Y también acordaron – si no recuerdo mal – que esa síntesis (paz) siempre es precaria porque una nueva contradicción surgirá para formar un nuevo para antitético. Esa interesante mitosis del pensamiento de Marx.

Si Pablo y Rubén hubieran sido liberales, la paz hubiera sido la ardua conciliación de los intereses que causan el conflicto, a través de la deliberación política y de su continuidad: la guerra, para alcanzar la supremacía de uno sobre el otro, tal vez impulsado por leyes inevitables, tales como que la civilización se impone a la barbarie o el libre mercado al proteccionismo.

En ese sentido, la Paz de Westfalia, aquel acuerdo del siglo XVII que le dio su fisonomía moderna a Europa, fue la forma de consolidar la “libertad” de la burguesía por sobre el absolutismo que imponía su monopolio comercial y religioso. Pero esa “libertad relativa”, centrada en el individuo, no evitó la explotación, la esclavitud, la pobreza y otras delicias del nuevo orden burgués.

La “paz liberal”, llamada así desde la década de 1990, está caracterizada por su énfasis en la seguridad y la adopción por parte de los países en desarrollo de la democracia liberal y de medidas económicas neoliberales. Tal vez, haya aquí se ve mejor la semántica en donde la libertad tiene una aplicación restringida a un determinado orden mundial, cuando en la realidad ese orden convive- sobre todo en el siglo XXi- con varios otros.

La Paz de Westfalia logró dar un orden y terminar con la guerra de los 30 años que hacía de Europa un verdadero infierno, hasta que se rompió con la Primera Guerra Mundial por la lucha de esas naciones europeas por el reparto colonial y la explotación de sus riquezas, en un esquema en que los estados nación nacidos de aquellos tratados de Osnabrück y de Münster, se habían convertido en sedes de vastos imperios trasnacionales.

El modelo de diplomacia de Westfalia prevaleció en los siglos siguientes a la hora de dar fin a los conflictos militares entre las naciones y a pesar de la irrupción de las guerras napoleónicas que buscaron derribarlo, y ambos tratados firmados el 24 de octubre de 1648 fueron tomados por modelos a la hora de lograr la paz, como por ejemplo la Conferencia de Paz de París que dispuso – entre otras cosas – las condiciones de reparación a Alemania y la Conferencia de San Francisco que estableció los términos del armisticio de la Segunda Guerra Mundial.

La nominalidad en las discusiones políticas, tal vez el espacio fértil para los sofistas, puede llevar a ciertos engaños. Si hilamos fino ninguna palabra puede abarcar del todo la “cosa” que nomina, desde Platón – el idealista -, pasando por Kant – el de la paz perpetua, – Merleau Ponty – el fenomenólogo – y Paul Ricoeur – el del hiato entre la palabra y aquello que pretende definir -, por lo que la debilidad de la argumentación es estructural.

Sin ir más lejos, en la Argentina se discute hoy sobre la extensión de un impuesto a los ingresos, denominado “Impuesto a las ganancias”, con el slogan “el salario no es ganancia”, con toda justicia semántica. Pero en realidad nos referimos a un impuesto al ingreso, como se lo denomina y aplica en casi todo el mundo. Eso sí, cuando Pablo quiere conocer los ingresos de Rubén – que es asalariado – le pregunta, como hacemos casi todos: “¿Cuánto ganás?”.

Mientras esto ocurre, Vladimir Putin está realizando ensayos con misiles balísticos de largo alcance, al igual que Corea del Norte y la paz parece cada vez más lejana, sobre todo porque no se han dado los pasos básicos hacia la lucha por la paz que es la apertura de negociaciones para terminar con la escalada que ya garantiza que durante el invierno los ucranianos se congelarán, como buena parte de los europeos.

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