América Latina está a pocas semanas de concluir un año intenso de elecciones presidenciales. Este largo ciclo electoral, que comenzó con la reelección de Nayib Bukele en El Salvador en febrero y concluirá en Uruguay en el próximo octubre, muestra una región con procesos políticos dispares. Algunos se corresponden con democracias robustas y otros reflejan dinámicas controversiales.
La situación de Venezuela sobresale a otro nivel. Un proceso electoral trunco, la persecución a políticos opositores, la represión a manifestantes pacíficos, las detenciones arbitrarias y violaciones a los derechos humanos son rasgos de un régimen que se radicaliza, profundizando su carácter autoritario.
La posibilidad de una transición democrática se aleja, a medida que la presión internacional y el rechazo de la mayoría de la población resultan insuficientes para doblegar el poder del presidente Maduro y la élite gobernante.
Sin considerar este grave precedente, aún podemos establecer un umbral de democracia. El politólogo Adam Przeworski propone una definición un tanto minimalista y electoralista: “la democracia es el sistema en el cual quienes gobiernan pueden perder las elecciones y aceptar dejar sus cargos”.
Pero es una definición útil porque enciende luces de alerta en la región. La renuencia de Jair Bolsonaro a aceptar su derrota frente a Lula Da Silva y el ataque a los tres poderes cometido el 8 de enero de 2023, fueron hechos preocupantes para la democracia brasileña. Lo mismo pudo observarse en la democracia norteamericana cuando Donald Trump cubrió de sospechas el proceso electoral y, derrotado, promovió el asalto al Capitolio en enero de 2021.
Pero a pesar de estos serios precedentes, podemos afirmar que la democracia como régimen político aún prevalece en la región. Y esto nos permite poner en perspectiva el análisis de las cuatro décadas de democracia en nuestro país.
Desde el momento de la transición, la sociedad argentina fue construyendo una cultura política democrática que colocó el respeto a los derechos humanos en un lugar central y promovió la ampliación de los derechos civiles y políticos.
La vuelta a la democracia fue reconfigurando el sistema de partidos tradicional e introdujo nuevas dinámicas de competencia electoral. Surgieron partidos políticos nuevos que convivieron con los tradicionales, y estos cambiaron su estrategia y su comportamiento. También lo hicieron los actores sociales, los viejos y los nuevos.
Los ciudadanos se acostumbraron a votar por alianzas electorales, y las coaliciones electorales y de gobierno se extendieron a lo largo del país. El sistema electoral también cambió: se amplió el derecho a voto a los jóvenes, se incorporaron las PASO, y posiblemente vayamos hacia la boleta única de papel. Pero no solo eso, también mejoró la representación política de las mujeres con leyes de cupo y paridad, así como otras medidas de acción positiva.
En estas cuatro décadas también se experimentaron cambios institucionales que impactaron en el sistema político y su funcionamiento: el federalismo. la relación entre la Nación y las provincias fue adaptándose a las crisis económicas y subordinándose a nuevas dinámicas de negociación política.
También la reforma de la Constitución en 1994 introdujo cambios estructurales, como la eliminación del Colegio Electoral, la creación de la figura del tercer senador por provincia y del jefe de gabinete, la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires, entre otros.
A diferencia de otros momentos históricos, toda la dirigencia política del más amplio espectro ideológico aprobó esta reforma por unanimidad. No hubo grieta ni polarización, sino consenso y acuerdo, a partir de un núcleo de coincidencias básicas.
Pero este largo período político está lleno de claroscuros: podemos celebrar nuestra consolidación democrática como régimen político, pero con un creciente desapego de su sociedad; destacamos la ampliación de derechos individuales y colectivos a la vez que sufrimos por el aumento de la pobreza estructural y la indigencia sin cobertura de necesidades básicas.
Realizamos cambios institucionales profundos, pero padecemos el deterioro de la calidad de esas instituciones. Sin duda, hemos recorrido un camino histórico lleno de logros, pero también de enormes frustraciones. Sobre estos temas, y otros más, hemos discutido en el libro “Argentina: 40 años de democracia”, publicado recientemente por EUDEBA. Allí reunimos diferentes miradas de cientistas políticos, académicos y especialistas que se atrevieron a pensar sobre los procesos de nuestra historia reciente, ofreciendo un análisis riguroso y plural, reflexionando sobre la experiencia argentina en un contexto más amplio de recesión democrática a nivel global.
El escenario mundial tampoco ayuda al optimismo: crecimiento de fuerzas políticas extremas, mayor polarización ideológica y afectiva, más impacto de la desinformación y las redes sociales, todos factores que alimentan la idea de una democracia que está en retroceso. Sin embargo, hay algunas voces optimistas.
Como afirma el politólogo Steven Levinsty, las democracias de la tercera ola, las que surgieron en los últimos cincuenta años, como la nuestra, han sido y siguen siendo bastante “resilientes”. Y esta resiliencia todavía enciende una luz de esperanza, abre una oportunidad para mejorar el desempeño y superar aquellas frustraciones de nuestra democracia.
Publicado en Clarín el 23 de septiembre de 2024.
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