Lucas Llach es economista, docente universitario, coautor de “Macroeconomía Argentina, manual para (tratar) de entender el País” con Miguel Braun y de “El ciclo de la ilusión al desencanto” con Pablo Gerchunoff. Durante el gobierno de Cambiemos fue vicepresidente del Banco Central y del Banco de la Nación Argentina. Conversamos con él de las realidades y consecuencias económicas de la crisis que estamos atravesando.
En Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, el Emperador sostiene que “construir el Estado es hacer una máquina capaz de servir a los hombres con el menor riesgo posible de triturarlos”. Nuestra máquina estatal parece no estar a la altura de la circunstancias. ¿Cómo lo estás viendo?
No conocía la frase. Es muy cierto que el Estado es tan imprescindible como peligroso. En Argentina, y yendo específicamente a la economía, creo que pasamos hace un tiempo ya el nivel de peso económico del Estado a partir del cual es más lo que tritura que lo que sirve: vamos eligiendo en proporciones cambiantes la deuda, la emisión inflacionaria y los impuestos asfixiantes, ninguna de las cuales favorece el crecimiento económico, un requisito indispensable para combatir la pobreza.
¿Están lentos los bancos?
El modelo de negocios de los bancos argentinos es el impuesto inflacionario. El que tiene riqueza prefiere la propiedad inmobiliaria o los dólares (cash o en el exterior, según el caso) que un depósito en pesos. En el BCRA pusimos énfasis en que hubiera una remuneración redituable en pesos, o en UVA, pero la crisis de 2018 en adelante fue un nuevo episodio de pérdida de confianza. En ese contexto, el sistema no es de ahorro, es de liquidez: depósitos en pesos de corto plazo para la empresa que tiene que pagar pesos y saldos a la vista (cuentas sueldo, por ejemplo) que no remuneran interés. El sistema es muy pequeño pero con ese margen grande allí donde los bancos consiguen depósitos al 0% (y lo colocan en el Banco Central o en préstamos que rindan más que eso). Esto tiene dos consecuencias. Por un lado, la capacidad de prestar es ínfima. Por otro, los bancos tienen que seducir empresas para tener cuentasueldistas, mucho más que seducir clientes. Una vez que el cliente tiene el banco que le tocó, viene la segunda operación de pinzas: dirigirlo a que usen sus tarjetas de crédito, que en realidad es un préstamo a tasas altísimas que no hace el banco sino los comercios, que reciben el dinero de la compra a plazos largos o con un descuento severo.
Hace un par de días destacaste que hay que ir hacia un 100% de dinero electrónico, ¿qué se había hecho hasta 2019 al respecto y cuanto de ellos se continuó o discontinuó?
Esencialmente se pasó a un sistema de pagos más competitivo e interoperable. Competitivo por diversas vías: se forzó a los bancos a que vendieran la empresa cuasi monopólica Prisma (dueña de Visa); se reguló el precio cartelizado que cobraban en comisiones a los comercios; y se abrió la puerta a nuevos actores de mercado, tanto bancos digitales como empresas tecnológicas de finanzas (“fintech”). Por otro lado, se enfatizó mucho la interoperabilidad, esto es, que un usuario de cualquier entidad de pagos, bancaria o no, pueda hacer pagos de manera instantánea a cualquier otro usuario del sistema, algo que es único en la Argentina y que genera efectos exponenciales de red si es bien aprovechado.
Con una economía con un porcentaje tan alto de informalidad, y cuando se habla de que pueden volver las cuasimonedas ¿podemos pensar en el dinero digital?
Creo que un problema de los gobiernos es impulsar la digitalización como una herramienta de formalización, porque la consecuencia de eso es presentarle a los comercios y empresas la opción entre un sistema con cash más barato y uno electrónico más caro. La digitalización tiene que buscarse porque es más segura, más eficiente, menos costosa, y creo que lo vimos muy bien en el episodio de jubilados haciendo colas en medio de la pandemia. Es cierto que a la larga fomenta la formalización, pero no hay que matar la gallina por un huevito de oro. Por eso los incentivos deberían invertirse: que sea más caro el efectivo y que no tenga impuestos el pago electrónico. El control fiscal no debe vincularse a la digitalización.
¿Cuánto más puede emitir el Banco Central sin respaldo?
Estos niveles de emisión van a dar lugar a una desvalorización monetaria cuya primera manifestación debería ser un aumento de la brecha cambiaria, al menos cuando se normalicen las condiciones de iliquidez y atesoramiento (“me guardo estos pesos porque nadie me va a pagar”) que generó la cuarentena. El gobierno tendrá el dilema que viene acompañando a Argentina hace años entre atrasar el dólar (oficial) para contener la inflación o dejar que acompañe a la inflación, acelerándola.
Los problemas estructurales de nuestra economía quedaron eclipsados por los problemas de la emergencia sanitaria. ¿Hay una oportunidad a partir del cierre masivo de la actividad económica?
Creo que tanto el mundo como Argentina van a ir pudiendo volver a, digamos, una nueva normalidad, como pasó en China. No será un mundo igual (imagino, por ejemplo, más trabas para viajes internacionales), y la nueva normalidad Argentina tendrá los mismos problemas que la anterior.
El clima de la economía llamada real está al rojo vivo ¿Cómo aliviar en términos reales la carga del sector productivo que debe continuar pagando sueldos, impuestos, cargas, servicios, deudas?
Es una discusión en el mundo. Soy comprensivo con cualquier medida de salvataje y alivio en esta situación tan especial, porque hay vínculos económicos (entre una empresa y su empleado, entre una empresa y sus proveedores, incluso entre un empresario y su empresa) que tienen valor y que no pueden sacrificarse por una emergencia. Hay que pensar a los argentinos en cuarentena como si se hubiesen ido de campamento: no importa tanto el PBI, importa que coman y tengan servicios básicos. El momento va a pasar. Lamentablemente en Argentina tenemos como único financiamiento posible el monetario, por lo que pagaremos un costo inflacionario que no estará en otros países.
Un beneficio colateral de la crisis parecería ser las nuevas condiciones para la reprogramación de la deuda. ¿Cuál es tu opinión?
No me parece obvio que estas condiciones mejoren la negociación ni que la empeoren. Los bonos valen menos que antes y una oferta equivalente en valor presente a la que se pensaba hacer podría ser más atractiva; pero el valor presente de la oferta que se pensaba hacer también bajó por las peores condiciones financieras del mundo. Dicho esto, por lo general me parece que una oferta sensata tiene las de ganar en una renegociación de deuda. Es tarea del gobierno definir qué es, en este contexto, una oferta sensata.