martes 19 de marzo de 2024
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Los tres Sabato

La historia del hombre ha consistido y continuará consistiendo en el desarrollo de su capacidad técnica y de su relación con los alcances éticos y políticos de ese poder, simbolizados en el mito de Prometeo, quien robó el fuego sagrado a los dioses (know how) para entregárselo a los hombres, inaugurando esas perpetuas cuestiones que rodean a la potencia creativa y destructiva que caracteriza a la humanidad.

La Argentina alcanzó la cúspide de ese eterno triángulo entre técnica, ética y política, en los años ’80 y su epicentro fue Bariloche.

Días antes de asumir como presidente de la recuperada democracia, Raúl Alfonsín fue informado en secreto por el último presidente militar de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), de que la Argentina acababa de lograr el dominio de la tecnología del enriquecimiento de uranio en la Planta de Pilcaniyeu, próxima a Bariloche, una técnica que sólo un puñado de potencias controla en el mundo y que abre la puerta tanto a magníficos usos pacíficos como a los más destructivos que se conocen.

Alfonsín debió súbitamente enfrentarse con ese clásico trilema y decidir el curso de acción a seguir con semejante potencia, y para ello contó con el asesoramiento de tres hombres excepcionales, curiosamente todos miembros de la familia Sabato.

Si bien Alfonsín ya contaba con una férrea formación ética cristiana, su relación personal y sus lecturas de la obra de Ernesto Sabato, lo habían vinculado a la esencial pulsión ética del escritor, conocida en materia de Derechos Humanos y de la cosa pública en general, pero más sutil, menos conocida y crucial en su relación con la ciencia, pues se había formado como físico nuclear y participado en algunos de los experimentos pioneros en materia radioactiva que condujeron los Curie en la París de preguerra, que lo marcaron a fuego y determinaron que rompiera para siempre no sólo con la beca que le había conseguido Houssay sino también con su carrera científica, para dedicarse por entero a la literatura.

Sus descripciones de cuando creyó ver el rostro de Abaddón, el exterminador bíblico, en los destellos radiológicos liberados por aquellos experimentos preliminares de la energía nuclear en París y el terrible impacto existencial que eso le produjo para siempre en su conciencia ética, son de una potencia sobrecogedora.

Paradójicamente, su sobrino, Jorge Alberto Sabato, no sólo era entonces el más conspicuo prócer de la física y de la tecnología nuclear y cultor de esta técnica como palanca para el desarrollo de una Argentina poderosa, sino, sobre todo, principal asesor del candidato Alfonsín en esta materia y, desde ese rol, transmitió al flamante presidente la importancia de esta técnica.

Es decir, este Sabato era un verdadero Prometeo, con el coraje y la capacidad para animarse a dominar para el bien de su país, la más poderosa tecnología jamás desarrollada por el hombre. Su muerte prematura impidió que fuese el Presidente de la CNEA de Alfonsín, aunque dejó una muy fuerte impronta en él.

Por otro lado, el extraordinario desarrollo de esa poderosa tecnología, sumada a avances equivalentes en el ámbito aeroespacial (el vector “Cóndor” de la Fuerza Aérea) y la industria química, manejado por las Fuerzas Armadas con fines pacíficos pero en total secreto, había despertado tanto en el plano interno como en el externo, serias suspicacias y onerosas presiones internacionales, tanto de los militares brasileños que competían por alcanzarnos, como del mundo que temía el inicio de una nueva carrera nuclear.

Alfonsín tenía absoluta conciencia de ello y decidió someter estas denominadas tecnologías “duales” o “sensibles” al control civil y democrático, y sobre todo, devolver a la Cancillería la incumbencia sobre sus aspectos internacionales, esenciales a la agenda de seguridad externa de todo país.

Para ello, el flamante Presidente encargó al Vicecanciller, Jorge Federico Sabato, hijo de Ernesto y primo de Jorge Alberto, apodado “Jorgito” para distinguirlo de su primo mayor “Jorjón”, cientista social con una inspiración ética por parte de su padre y técnica por parte de su admirado primo, crear en la Cancillería una oficina que se encargara de estas cuestiones dentro de los lineamientos impuestos por el Presidente, lo cual concretó con éxito, como una síntesis entre las inquietudes morales de su padre y la exigencias técnicas y de Realpolitik de su primo, imprimiéndole un prestigioso cambio de rumbo, civil, democrático, ético, transparente y responsable a la Política de Seguridad Externa argentina, sin necesidad de detener el desarrollo de los usos pacíficos de esa importante tecnología.

Las moralejas de esta historia son que, como toda gran política de un Estado debe atravesar esta prueba del trilema entre técnica, ética y política, es fundamental que los líderes políticos asuman con decisión ese debate y que, para ello, sepan rodearse de los mejores asesores en esas materias, como ocurrió con el Presidente Alfonsín y esos tres geniales Sabato.

Publicado en Río Negro el 19 de enero de 2022.

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