jueves 24 de octubre de 2024
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Los malos pobres

Asistimos a una etapa histórica singular de grandes diferencias con las anteriores.
Un Presidente con expresiones, gestualidades, ideas y medidas que nos descolocan en su apreciación de conjunto, conforme a los modos tradicionales.
Más allá del cansancio sobre lo anterior, y la esperanza de un nuevo tiempo más constructivo, nos inquieta extraordinariamente la consagración reiterativa y obstinada a que tiende el individualismo libertario.
Ambas reivindicaciones, tomadas con pureza genuina, son positivas.
Pero el sonido amenazante de sus dichos asociados, tienen el voltaje suficiente como para constituirse en una amenaza viva para la existencia de una sociedad plural, solidaria y socialmente abrazadora de todos los que compartimos un territorio y un poder constitucional democrático en paz y fraternidad.
Creo recordar que Spengler consideró que el desarrollo de las técnicas produciría la deshumanización del hombre, que es casi como su desplome moral en sentido lato.
Toynbee a su vez, apreciaba que en el devenir de las civilizaciones, con frecuencia los bárbaros han derrotado a los pueblos más cultos o avanzados.
La combinación de ambas opiniones lleva, a mi juicio, a describir el fenómeno paradojal que hoy transitamos.
El capitalismo concentrado, puro y duro, que se auto considera libre por ausencia de limites morales colectivos, y dueño de los ingenios científicos más sofisticados, reúne paradojalmente las características advertidas por Spengler y Toynbee.
En efecto, por más sofisticados, sorprendentes y hasta interesantes que se interpreten los avances de las ciencias, aplicados a casos individuales, paralelamente agravan y profundizan el alejamiento de los seres humanos con la naturaleza y las relaciones entre ellos, el mundo de las emociones y afectos, tomando sus resultados colectivos con indiferencia ética.
Intrínseco a su esencia, el efecto dual de su aplicación es posible, para el bien o para el mal, o para lo que quisieran servirse los “dueños”, no ya de la tierra, sino de tales ingenios.
De algún modo ese avance es sólo aparente en orden a su sentido cultural social, y expresa una esencia “bárbara”.
Tal es así que hoy se da en forma disimulada, la confluencia del efecto destructivo de las técnicas / ciencias, a través de la posesión de su propiedad y destino en manos individualistas lucrativas, y como tal, egoístas por definición.
Cuando se escucha hablar a nuestro Presidente y se analiza cuáles son las figuras que admira como ejemplos de “éxitos”, sólo se siente la aridez y orfandad en que quedaría la sociedad si esas visiones del mundo terminaran por imponerse globalmente.
La importancia, ya se trate de Elon Musk o alguien similar, será el fin de la ilusión.
Hace unos años, Jean Anglade, escribió Los malos pobres, una novela fundada en hechos ocurridos en la Calabria entre ambas guerras mundiales. Pinta la aldea rural, su zona llamada San Nicandro del Monte y, en especial, los dolores de las familias labriegas cargadas de pobreza, discriminación y sometimiento a los terratenientes.
Todos vivían en silencio y cada vez que el cartero golpeaba sus puertas temblaban de miedo, porque suponían que era para entregarles la comunicación de un nuevo hijo muerto en la guerra, nutrida de soldados provenientes de los pobres de Italia.
Es el caso que en esa callada desesperación, sin salida ni probabilidades de cambio, llega a la zona un personaje asimilable a un rabino, que con persuasivas palabras propone y explica a ese doloroso segmento de pobres, que si aceptan convertirse en judíos, adoptando su religión y costumbres, puede ayudarlos a dejar Italia y viajar hacia medio oriente para fundar la nueva Israel y ser parte igualitaria de ella.
La propuesta es aceptada por un buen grupo de familias y así se inicia un proceso de conversión esperanzada en poder encontrar un sentido mejor a sus vidas, trasladándose finalmente a la nueva Israel.
Este rodeo anecdótico y reflexivo, me lleva a pensar una vez más, en lo azaroso que es el destino del hombre y sobre todo la necesidad de procurar construir una sociedad de convivencia sin exclusiones ni marginamientos por desniveles. Sean económicos, culturales e incluso etarios.
Nada justifica moralmente castigar los segmentos más carenciados de la población, así fuere de talento o iniciativa, mayores y menores.
La sociedad debe siempre cobijar a todos sus hijos, por limitados o ineptos que fueren.
Se siente ante Milei y sus compinches cuan llenos de soberbia están. Representan lo que se dio en llamar, también en Italia, el “turbo capitalismo”, un sistema capaz de avanzar más rápido y arrollador, pero que al llegar a destino tenía muertos y heridos a montones.
Rapidez cruel que, para nosotros, puede significar que sean felices y poderosos un veinte por ciento de la población, mientas el ochenta padece el castigo del fracaso ante los exitosos.
Los considerados “fracasados” o “inútiles” por los capitalistas libertarios, serían los “malos pobres” de este nuevo tiempo.
“Sangre, sudor y lágrimas” fue una invocación efectuada a la sombra de los cañones y bombas de la guerra invasiva, por la amenaza brutal del nazismo genocida.
En Argentina no deberíamos mencionar siquiera la sangre, ni dar a pensar en ella.
Y las lágrimas, en todo caso, deberían rodar por la emoción y alegría de tener gobernantes con buenos actos de gobierno, honestos, que respetan el estado de derecho, que no mienten ni disfrazan la realidad, porque hablan y actúan con verdad, transmitiendo con sus acciones y palabras estímulos al amor entre y con los ciudadanos, su pueblo, para conciliarlo y no para dividirlo.
Para un futuro laborioso y justo, donde todos sean partícipes, y no sólo los poderosos, inteligentes y exitosos.
Alguien podrá decir que, suministrando las herramientas adecuadas, nadie será lento ni diferente, y todos podrán ser igualmente capaces y venturosos.
Pero no sería verdad. Hay muchas diferencias entre los seres humanos, de una u otra naturaleza, en más o en menos, pero todos debemos  ser igualmente respetados, queridos y de ser necesario, cuidados.
Siempre debe haber lugar para que los “tristes” tengan también una vida digna. Y el Estado debe asegurarse de ello, porque es el mandato espiritual de nuestra Constitución, y la razón moral de una condición humana reverenciada con acciones apropiadas.
La vida y la condición humana son la chispa de Dios sobre la tierra, para creyentes e incrédulos, o al menos deben serlo si nos queremos a nosotros mismos y agradecemos vivir.
En términos poéticamente musicales: honrar la vida, más y mucho antes que el equilibrio fiscal o el déficit cero o los “mercados”.
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