Sus efectos dañinos en niños y adolescentes se amplifican cuando provienen de personas públicas. Aún más si se trata de personas con poder.
El sistema educativo de la Argentina registra hoy una gran cantidad de frentes abiertos, resultado de una acumulación de erráticas políticas que se han acumulado a lo largo de los últimos veinticinco o treinta años. De hecho, nos referimos al sistema educativo de la Argentina cuando deberíamos hablar de los sistemas educativos de las provincias argentinas, siendo que ese uno de los frentes abiertos a los que nos referimos.
En efecto, si ya se percibía la coexistencia de “varias” argentinas de acuerdo a los resultados de las evaluaciones de calidad de los aprendizajes, la llegada de la pandemia y su “gestión” respecto de la prestación del servicio educativo, vino a traer consecuencias que profundizaron aún más las disparidades. Si por un momento dejamos de lado la decisión de la autoridad educativa de cada jurisdicción educativa respecto a la presencialidad, o no, de los alumnos en las escuelas, y analizamos en cambio cómo fue la salida de ella para los sistemas educativos; como no podía ser de otro modo, vimos iniciar una etapa de aplicación de pretendidas soluciones pensadas, en realidad, sólo a partir de la desaparición de la evidencia.
Ya en 2020 se había decidido que todos los alumnos, a nivel nacional, iban a promover el año de estudio que cursaban, lo que trajo como consecuencia casi un apagón generalizado de las clases virtuales, claro que sólo en aquellos hogares que podían acceder a ellas, porque muchos nunca tuvieron la conectividad necesaria para su continuidad como “alumnos regulares”.
La etapa posterior fue la modificación de los regímenes de promoción: no repitencia, años de estudio tomados como bloque indivisible, repitencia pero con incremento importante del máximo de asignaturas previas, cuyos contenidos debían ser abordados “a la carta” por el docente para cada una de las distintas situaciones de los alumnos durante los primeros períodos de la cursada del año de estudio al que promovieron. Ello sólo desde lo formal, porque no se conoce seguimiento alguno que se haya realizado en las escuelas sobre la evaluación del resultado de un plan de tan escaso sustento, hasta incluso en lo operativo.
Y se ha continuado y profundizado la presencia del concepto de “evaluación de la calidad”, limitada ésta a “medir” los aprendizajes alcanzados sólo en los contenidos troncales de los currículos, con resultados que, en muchos de los casos, no se hacen públicos porque presentan datos muy contradictorios (ej: -N. Primario – 7mo. Grado- promedio 60% acumulando Debajo del Básico y Básico en Matemáticas, pero más del 90% de promovidos; es decir, egresados).
La última es la introducción de la IA en la educación, sin solucionar antes que los alumnos sepan realizar las operaciones básicas de matemáticas, y puedan interpretar textos.
Pero además, para quienes pensamos que la educación en democracia, y más en un país con una historia como la nuestra, no se limita a la transmisión de saberes útiles para la futura vida laboral del alumno, bienvenidos que sean, sino que resulta indispensable que ese chico o adolescente internalice valores, sentido de lo colectivo, respeto por el otro, dé prioridad a la justicia y la solidaridad, etc.; y, fundamentalmente, naturalice que es impensable el incumplimiento de las reglas de juego republicanas y, como mínimo, el respeto irrestricto al pensamiento de las minorías; los problemas que se deben abordar son muchos más serios. Hablamos de lo que establece el art. 75, inc. 19 de la Constitución: (Corresponde al Congreso): “19) Sancionar leyes de organización y de base de la educación que consoliden (…), la promoción de los valores democráticos y la igualdad de oportunidades y posibilidades sin discriminación alguna; (…)”.
La adquisición de esas capacidades sociales, esos modos de ir progresivamente integrándose a la sociedad, está vinculada de manera muy directa con la ejemplaridad adulta que integra el contexto de la vida cotidiana del niño o el adolescente; influencia que, además, hoy se incrementa notoriamente a medida que cada chico intensifica su participación en las redes sociales.
La pregunta que entonces deberíamos hacernos es qué tipo de ejemplaridad adulta, a los efectos de este estímulo en particular, está más al alcance del niño y el adolescente actualmente en la Argentina, y si ella favorece u obstaculiza futuras conductas sociales democráticas en ellos.
Y claro, aparece el Presidente de la Nación. Adicto posteador y reposteador de X. Señalemos al respecto que los niños, desde chicos, saben que todos los países tienen un presidente que, para ellos, él es “el jefe” o “el que manda” en ese país.
¿Qué dice o repostea nuestro presidente? (limitándonos a las expresiones hechas en público que se desprenden del ejercicio de su función, y pidiendo disculpas por el lenguaje de lo transcripto)
“Lacras…; ratas…; les veto todo, me importa tres carajos”. Insultos a miembros del Poder Legislativo, a bloques enteros que, recordemos, todos los ciudadanos han elegido.
“Aquí está la lista de leales y traidores (…)”. Por el voto contra la Ley Ómnibus.
“Cuando la gente no tenga para comer, algo va a hacer para no morirse”. Respondiendo a preguntas sobre la situación social actual.
“Zurdo de mierda, te aplasto, sorete, gusano arrastrado, pelado asqueroso de mierda”. A Horacio Rodríguez Larreta.
“Delincuentes”; “estafadores”; “corruptos”, “coimeros”. A diputados y gobernadores.
“Putitas del peronismo”. Al radicalismo.
“Parásito de mierda, chorro h.d.p.”. A Gerardo Morales en la campaña electoral.
“Los idiotas que me critican mis formas me chupan un huevo. Si un tipo dice un montón de pelotudeces, es un pelotudo”. Ante la pregunta de un periodista sobre si no debía disculparse por los insultos.
“Los tenemos agarrados de los huevos”. Respecto de los senadores en el tratamiento de la Ley “Bases (…)”
“Soy una especie de topo que va a hacer mierda el estado desde adentro”. En una conferencia en el exterior del país.
Además de todo esto, que sólo es una muestra; hizo su discurso de apertura de sesiones del Congreso, “dando cuenta ante ambas Cámaras del estado de la Nación (art. 99 inc. 8 de la CNA)”, en la calle y dando la espalda al Congreso; es decir, no “dio cuenta ante ambas Cámaras”.
Si esta es la ejemplaridad que el Presidente de la Nación está dispuesto a darle a los hoy niños y adolescentes y futuros ciudadanos de la sociedad democrática, sus expresiones violentas impactarán negativamente no sólo en su capacidad de aprendizaje actual y en el cumplimiento de las pautas de convivencia escolar, sino también en la conducta futura de estos chicos. Entonces, la democracia y la paz social estarán en riesgo.
Sr. Presidente, tal vez pueda resultarle útil un párrafo del discurso de apertura de sesiones del 1º de mayo de 1984 que el Presidente Raúl Alfonsín sí dio ante la Asamblea Legislativa, sin darle la espalda:
“Un gobierno democrático debe considerar siempre que en el juego de las instituciones la discrepancia constituye una forma efectiva de colaboración, además del ejercicio de incuestionables derechos. La oposición ejerce la fiscalización de los actos de gobierno y propone a su turno alternativas legítimas. Una oposición que intentara la anulación del gobierno se alejaría de las reglas de juego del sistema democrático. El desarrollo de la pluralidad, dentro de la unidad, irá acrecentando el espacio de la tradición democrática argentina.”
La comunidad educativa en su conjunto, sin importar como piense cada uno, debe poner freno a esta situación, y exhortar severamente al Presidente de la Nación a que ejerza su cargo con la responsabilidad que corresponde; de lo contrario, no sólo la educación de nuestros chicos, sino la democracia y la paz social futura estarán en riesgo.