No me especializo en política internacional, incluso salvo lo que pasa a nivel local en España, Estados Unidos, Francia o Gran Bretaña, en el resto del mundo me aburre. Dicho esto, lo que sigue no es un sesudo análisis internacional sino una visión bastante general desde este rincón del mundo.
Seguramente a corto o mediano plazo Biden pasará a ser el nuevo pato cojo de la política norteamericana. No solo por su evidente deterioro cognitivo, público día a día, sino porque el establishment periodístico norteamericano le “picó” el boleto.
Desde la misma noche del debate presidencial, conspicuos editorialistas de los Estados Unidos, escribieron piadosas, pero lacerantes, párrafos para pasar a valores a uno de los políticos más tradicionales de Washington, la ciudad por donde pasa el poder político, tal como fue el diseño original de la potencia emergente por parte de los padres fundadores.
En esta última semana, además, grandes donadores de fondos, como el creador de Netflix o la heredera de Disney, dieron a entender que, hasta tanto el establishment demócrata no cambie de candidato, ellos dejarían de poner plata. Léase por establishment a que Obama mueva a la dama, quite del medio a su exvicepresidente y haga jugar a su mujer, Michelle.
En caso de hacer esto Obama volverá a cometer un error de cálculo que a él personalmente le dio sus frutos pero que dejó al partido Demócrata sin renovación. En 2008, Obama, con tan solo 47 años de edad y dos como Senador Nacional, decidió ir por todo y relegar a la candidata natural del partido, Hillary Clinton, quien no solo estaba mejor preparada, sino que podía preservar el futuro del partido dejando a Obama como un digno sucesor.
Pero la política no es una ciencia exacta: Obama ganó, punto para él. Y reeligió, otro punto para él. Y el sucesor fue… Trump. Un personaje que, hasta entonces, no estaba en los cálculos de nadie. Es decir, Obama no solo cerró la renovación generacional para su partido (en la competencia de 2016 la interna se dirimió entre Hillary de por entonces 69 años y Bernie Sanders, de 74. Una locura.
A favor de Hillary, digamos que, como pato cojo, Obama no dejó cagada por mandarse: intentar un acercamiento con Cuba en año electoral es, básicamente, entregar Florida a los Republicanos; provocar en una gala a Trump, disparador de su intención de competir; no forzar la renuncia de la popular jueza Ruth Ginsburg a su asiento en la Corte, cuando esta ya tenía decidido dimitir, porque “total gana Hillary”, terminó resultando en una conformación de la Corte Suprema donde la mayoría ultraconservadora es de 6 a 3 (cuando en general suele ser un 5 a 4 de un lado u otro).
Pero no contento con ello, abrir la puerta a Trump a la nominación republicana, y su posterior triunfo, generó un deslizamiento del partido hacia los márgenes del tea party ultramontado.
Es cierto que en 2020 el impulso de Obama llevó a Biden a la presidencia, pero de nuevo, en una competencia entre un señor de 76 años y otro (Sanders de nuevo) de en ese momento 78 (aclaro que todas las edades son aproximadas, pero pueden variar en unos meses para arriba o para abajo).
A esta altura debo decir que Biden me cae simpático, mucho más que Obama. En sus mejores años, un tipo muy lúcido que entendía como funcionaba el mundo real. A Obama le faltaban diez años de formación en Washington para conocer el mundo real del que tiene que hacerse cargo el Gendarme mundial (justamente aquello que no se aprende entre las paredes de alguna prestigiosa universidad).
Cuando Kennedy autorizó la operación en Bahía de Cochinos, consultó antes con Fulbright (si, el de las becas) y este le dijo que eso “iba a salir mal”. JFK, bastante cabeza dura no le hizo caso, pero al menos le admitió que le dejaba el privilegio de ser la persona que podía decirle a la larga: “yo te advertí” (ironías del destino, la cosa no fue muy larga dado que un tiempo después JFK pasó a mejor vida). Eso que tenían los Fulbright o los Biden de la política gringa no lo tenía (ni tuvo) Obama.
Volviendo a los medios, en el fondo, tengo ganas que Biden mantenga la candidatura, que le gane a Trump (no hay que vender el pescado antes de tenerlo en la red) y que Time y el NYT tengan que meterse sus notas y tapas en… el bolsillo. Por otra parte, a esta altura de la carrera electoral, no creo que se pueda crear un candidato de la nada, incluso si es Michelle Obama (hay cuestiones legales también).
¿Qué va a pasar? No tengo idea, pero otros tampoco y opinan. Miren sino lo que pasó en Francia. Hace un mes, se querían comer crudo a Macron por adelantar las elecciones y Marine Le Pen preparaba al menos un plan de gobierno a ocho años: tres en cohabitación con algún delfín suyo y luego cinco (quien sabe, diez en las mentes enfermizas de los libervirgos argentinos). A esta altura de la noche, mientras escribo, puede que ni siquiera retenga su silla en la Asamblea Francesa. Esperemos que Macron ya esté operando para romper a la alianza de izquierda dejando fuera al otro putinista, el nefasto Melenchon.
Mientras, Putin se preparaba a quedarse con Ucrania, con ayuda de su amigo Trump y el “siga, siga” que le daría Marine.
En fin, que los franceses están majaretas, como los gringos.
Publicado en el newsletter del autor el 7 de julio de 2024.
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