lunes 14 de octubre de 2024
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Los exiliados románticos: ¿Raíces del socialismo local?

El bearnés Alejo Peyret, hombre de letras, el catalán Francisco Victory y Suárez, tipógrafo, el granadino Serafín Álvarez, graduado en Letras y Derecho, junto con el versátil chileno Francisco Bilbao, son cuatro figuras sobresalientes del grupo de exiliados republicanos europeos que, perseguidos por su militancia revolucionaria, llegaron al Río de la Plata a mediados del siglo XIX. Ellos son los protagonistas de este vasto fresco sobre la sociabilidad, la vida política y las ideas durante la “organización nacional” argentina, que nos presenta Horacio Tarcus en una obra de envergadura y jerarquía.

Sus dos volúmenes de Los exiliados románticos (FCE) son la continuación de El socialismo romántico en el Río de la Plata, 1837-1862 (FCE), publicado en 2016. Allí, los protagonistas eran los exiliados argentinos escapados del rosismo y radicados en Montevideo y Chile, dedicados a pensar y a discutir sus proyectos para la Argentina pos rosista. Luego de 1852 Alberdi, Sarmiento, Frías, López y otros llegaron al gobierno, matizaron sus ideas y se tornaron más pragmáticos. 

Los nuevos exiliados europeos, marcados por la experiencia revolucionaria de 1848 y embebidos en las versiones más avanzadas de las ideas románticas y socialistas, vieron la oportunidad para desarrollarlas en el Río de la Plata. Con buena formación intelectual y experiencia política, escribieron en los periódicos locales, se sumaron a las logias masónicas o fundaron asociaciones culturales, mutualistas, sindicalistas o políticas. También fueron educadores, o se desempeñaron en la función pública, como Álvarez, que ingresó a la justicia en Rosario, o Peyret, funcionario experto en cuestiones de colonización. 

Todos ellos compartían una experiencia de origen –el exilio–, una fuerte vocación pública y un patrimonio de ideas diverso pero nutrido en un acervo común. En conjunto, le dieron un tono especial a un período donde el combate de ideas estaba siempre a flor de piel. 

Tarcus reconstruye la acción y las ideas de este grupo de intelectuales. Evitando generalizaciones y encasillamientos, opta por contar la vida de cuatro de ellos, para mostrar, a través de detalles personales significativos, la trama profunda del período. Fruto de un trabajo de investigación largo y paciente, en el Río de la Plata y en Europa, el análisis de estas cuatro trayectorias individuales le permite reconstruir, desde un ángulo novedoso, los debates públicos argentinos durante el período de la Organización, entre 1852 y 1880. 

La historia de Francisco Bilbao es un buen ejemplo de esta variada especie de exiliados. A los 19 años inició una carrera de intelectual disidente y ocasionalmente revolucionario, que comenzó en Santiago de Chile, siguió en el París de vísperas de 1848, continuó en 1850 en Santiago de Chile y culminó en Perú, donde en 1854 inspiró las medidas radicales igualitarias del mariscal Castilla. Su penúltimo paso lo dio en París, donde en 1856 congregó a un grupo de intelectuales americanos exiliados y les dio a conocer su programa de unidad americana. Por entonces ya había conocido personalmente y leído a todos los escritores románticos, republicanos y genéricamente socialistas de su época. 

En 1857 se instaló en Buenos Aires, hasta su muerte en 1864. Lucía como el arquetipo del exiliado quarante huitiard: larga barba, melena al viento, moño rojo, palabra inflamada y prédica de apóstol. Trabajó como periodista, fundó diversas asociaciones e intervino activamente en la vida pública pero, como muchos otros, nunca dejó de sentirse un exiliado. 

Apoyó a Urquiza y la Confederación, y sostuvo memorables polémicas con Mitre acerca de la nacionalidad y con Sarmiento sobre la democracia. Siguiendo a Rousseau, desconfiaba de cualquier tipo de representación política y abogaba por la democracia directa. Predicó un igualitarismo social fundado en los principios humanistas de Lamennais. Se asoció a la masonería y, siguiendo a Michelet y Quinet, fue virulentamente anticlerical. Combatió el liberalismo pragmático de los gobernantes de entonces, criticó los vicios de la vida pública y postuló una profunda redención moral de la política. 

Pero su interés principal estuvo en la unidad americana, una idea que recibió consistentes adhesiones luego de 1861, cuando España y Francia se lanzaron a aventuras imperiales en América. Movilizando las relaciones acumuladas en los años de militancia trashumante, fundo en 1864 la Unión Americana, estadio inicial del recurrente sueño de la unidad latinoamericana. Con todas estas ideas, verdadero epitome de este mundo romántico, socialista y masón, escribió poco antes de morir su obra más conocida: El Evangelio americano. 

¿Qué lugar tuvo ese grupo de románticos socialistas llegados de Europa en la Argentina de la Organización? Tarcus sostiene que fueron una voz alternativa a la de la nueva elite política local, que en esas tres décadas fue definiendo un rumbo para el país. Muchos de los integrantes de esta elite provenían del socialismo romántico, el del Dogma Socialista redactado por Echeverría y Alberdi. Las imperiosas exigencias de la construcción del Estado, sumadas a las reacciones de la sociedad tradicional, los alejaron de aquellas juveniles ideas socialistas y los acercaron a un liberalismo más pragmático e individualista. 

Frente a esta dirigencia, el grupo de los exiliados hizo oír su voz en defensa de las viejas ideas comunes y de sus novedosas versiones, forjadas en el clima del 48 parisino y de las luchas republicanas. Reclamaron federalismo –un tema de Proudhon curiosamente adaptado a las banderías locales–, democracia radical, educación popular, emancipación femenina, fomento del asociacionismo, secularización y separación de la Iglesia y el Estado. 

Para Tarcus se trató de una verdadera opción civilizatoria, federalista, democrática e integrativa, que era alternativa de la triunfante. Algunos de estas propuestas fueron respaldadas por una parte de los dirigentes locales; varias –como la “república verdadera”– fueron postergadas. Otras quedaron en un horizonte utópico, que nuevos grupos recuperarían más tarde. 

En unas décadas en las que las situaciones aún estaban abiertas, los exiliados pudieron hacer oír su fuerte voz, a través de la prensa y de los grupos de opinión, como la masonería, los librepensadores o los mutualistas. Sus palabras no eran extrañas a la sensibilidad de quienes los escucharon, discutieron y rebatieron. Fue una de las varias alternativas que no fueron, esas que ayudan a los historiadores a entender mejor lo que sí fue. 

¿Era una alternativa socialista? La pregunta, bastante común, se basa en la hipótesis de que es posible vincular las ideas de un momento complejo y diverso con el largo desarrollo posterior de una tradición, en este caso de izquierda. Tarcus, experto en el tema, se niega a catalogar a este grupo como un mero “precursor” de algo por venir. También evita encerrarlo en una definición categórica, que elimine diferencias y matices. Dicho esto, su respuesta es positiva: se trataba de socialistas románticos y deben formar parte de una historia de la tradición socialista argentina. 

Dilucidar las razones de esta conclusión, sin duda discutible, es una de las razones que incitan a leer con atención los volúmenes de esta saga sobre el romanticismo social. Pero igualmente importante es el admirable trabajo de reconstrucción de un momento y de un grupo de actores en el contexto de una ciudad y un país que construía, entre otras cosas, una nueva forma de hacer política. Tarcus ha trabajado con maestría artesanal y ha sabido volcar una investigación larga y minuciosa en una prosa concisa, directa y atractiva. Sin dudas, es una gran obra.

Publicado en Revista Ñ el 21 de noviembre de 2020.

Link https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/exiliados-romanticos-raices-socialismo-local-_0_duUmJ1mBf.html

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