Cuando se habla de narraciones fantásticas, se piensa por ejemplo, en los Hermanos Grimm, que publicaron sus cuentos entre 1812 y 1815. O en Lewis Carroll (1832-1898) y en el no menos famoso E. T. A. Hoffmann (1776-1822), cuyos relatos ocupan un lugar importante en la literatura y otras bellas artes, como el teatro, la música, el cine y la pintura.
La mención ligera de tal agrupamiento, nos conduce a pensar instintivamente en narraciones maravillosas, luminosas, tiernas y ejemplares. Además, por cierto, de curiosas y pedagógicas. Sin embargo, es bueno aclarar que E. T. A. Hoffmann atendió el otro ámbito de los avatares humanos: el subconsciente, la escisión de personalidad, la angustia, el miedo, el horror, el vacío del espíritu y el infierno familiar, con atmósferas de silencios y soledad extrema.
Su obra más representativa lleva el título de esta nota, y alude a los demonios que llevamos dentro de nosotros. En la mente humana -según el autor- residen el pecado, la redención y el infierno. Sólo nosotros tenemos la capacidad de decidir qué hacer con nuestros impulsos: si saltamos al abismo profundo y aterrador, o nos damos media vuelta para buscar otra alternativa. Lo único que necesitamos para abandonarnos a “la perdición” es una tentación, que ya está incluida en el paquete de libre albedrío con que fuimos lanzados al mundo.
El personaje protagónico de Hoffmann en el relato acerca del demonio y sus elixires, es el Monje Medardo. Piadoso, compasivo y ávido de conocimientos, sufre una transformación para convertirse en un ser soberbio, orgulloso y egoísta. Esto lo lleva a cometer una serie de crímenes y cubrirlos con sus mentiras y falsos juramentos, con el único propósito de no ser descubierto ni condenado. Y, además, tener la oportunidad de conseguir lo que pretende. Niega todo lo que le imputan. Para lograrlo recurre a dobles fantasmales de sí mismo, que son confundidos con el original. Intenta se los condene a ellos en su lugar.
Semejante circuitos endogámicos, sádicos y falsos, atiborrados de palabras y gestos iracundos, nos aproximan a nuestra realidad política. En este campo abundan los gobernantes enojados y amenazantes, disconformes con su poder inmenso y consigo mismos. Se elogian, abrazan, se acicalan unos a otros. Admirados y admiradores sectarios se hacen favores mutuos, tal como vacunarse los unos a los otros. El resto de los individuos son material desechable, cuanto más rápido mejor.
Luego de amagar con la “ancha avenida del medio”, la imagen de moderación, el respeto a las instituciones y a nuestra tradición democrática, han difundido un “sinceramiento” contradictorio. Prueba de que la serena amplitud fue sólo un gambito para ganar nuevamente el poder. Ahora dicen con énfasis, que no creen en la Constitución que juraron cumplir, ni en la división de poderes. Tampoco en el sistema representativo con respeto leal a las minorías, ni en el balance, control y reglas de juego establecidas previamente –entre todos- precisamente para contener abusos de cualquier mayoría circunstancial.
En consecuencia, el poder se ejercería sólo a su voluntad aparcera, con parientes y compinches. Su base electoral se funda y retroalimenta sin plazo cierto, con criterio delegativo pleno, previo armado de clientes cautivos, sindicatos y movimientos enlazados al mecanismo de apriete. De alternancia: ¡minga! Es perder tiempo y concentración, lo cual sería sacar de foco el objetivo de aumentar sus propios beneficios.
El modo de hacer política con enfrentamientos cruciales, ha sido bautizado como ”la actitud partisana”, en línea con los decires de Chantal Mouffe, que consideran eficaces para sacudir la modorra del viejo marco de los consensos de convivencia y las constituciones rígidas. La izquierda y el liberalismo político clásicos -y en especial la social democracia- han fracasado por sus ambigüedades ante los intereses del mercado, cuyo fruto es el injusto orden establecido en el mundo.
Pienso que estamos en problemas más profundos que los visibles. Con malas costumbres políticas y ejercicio personal del poder sin controles autónomos, crece la grieta de pobreza brutal. En este referido marco teórico de justificación, nos preguntamos si pese a todo han conseguido o conseguirán cronificar mayoritariamente la relación dialéctica del amo y del esclavo.
Una lucha crucial, en la que el amo emerge como tal porque no comparte la ética de los límites. No incorpora a su conciencia la gravedad del momento y la necesidad de compartir con los demás. Mientras que el esclavo -por el miedo y las urgencias de sus necesidades primarias- consiente tácitamente la esclavitud.
Con una crisis socio económica estructural, en pandemia y con la dialéctica perversa antes mencionada de quienes tienen el poder, resulta muy difícil pensar en la posibilidad de una escucha y de una respuesta racional, por parte de quienes sufren mucho. Hablarles a ellos de buenas prácticas políticas, de instituciones objetivas, valores, políticas de estado, pluralismo, etc., es casi una afrenta a su estado de sumergidos.
Por su situación -no por quererlo- sólo sienten el imperativo de la especie en sobrevivir sin desaparecer en el silencio de la marginalidad, agarrándose de lo que tienen a mano. Fenómeno aludido por H. G. Wells en La máquina del tiempo (1895), cruel descripción de la división sin igualdad del género humano y la obligada ceguera de los habitantes subterráneos.
No basta sentir el espanto de lo otro. Salvo caer en la frivolidad, no podemos ignorar el gris efecto de propuestas serias, para convencer y detener al menos tanta decadencia histórica acumulada. Todas y cualquiera de ellas, necesita tiempo, confianza, y operatividad suficientes para sostener mientras tanto a los que se cayeron. Aún con algún éxito electoral, un shock de razonabilidad súbita, sería socialmente devastador.
Mientras y a futuro ¿ cómo y con quiénes será posible dialogar sobre el destino común de los argentinos, si el otro extremo de la línea sólo usa el micrófono para disciplinar, no atiende los llamados que se le hacen, y hace pocos días –a vistas de todo el mundo- tiró el teléfono al vacío para que entendamos que no se escuchará jamás a los que piensan distinto ?
Creo que por eso el no plan –y el macaneo absurdo-, es un plan para dejar correr el tiempo con el espinel alimentado a como fuere. Sin intentar cambios perturbadores de esa pax sufriente. Esenciales reclamos de organización y gestión de buena fe, y hasta la invocación a la desobediencia civil parecen divagaciones. Todas destinadas a un lejano país. Ideas que se desvanecen frente a la férrea y larga pared de nuestros insfranes, zamoras y compañía. A cuya construcción -es justo decirlo- hemos contribuido, como se demuestra con sólo recordar los antecedentes de uno de esos dos ejemplos. Más otras impurezas semejantes.
Los países no desaparecen, sino que pueden extender largamente su degradé integral. Los elixires del diablo son capaces de aletargar el entendimiento de la vida social por largo tiempo, tan largo como la pobreza siga creciendo. Es una frontera que dificulta a los vulnerables el poder pensar en volver a ser ciudadanos y gozar de sus atributos.
La democracia constitucional y republicana, aspirada por los no vulnerables-que están en condiciones para ello- no da espacio como para suponer la milagrosa aparición de un auto-emergente a lo Espartaco. Para devolver igualdad y liberar –por sí mismos- a los vulnerables de sus amos actuales.
Podrá ella subsistir y avanzar, cómo y cuándo en medio de tanta neblina ? De todos modos, y aunque desesperemos de impotencia, sigue siendo un deber de todos contribuir -desde dentro del sistema- en la defensa de los derechos y libertades fundamentales. “Sin embargo sentía una gran nostalgia, de qué no podría decirlo, pero era una gran nostalgia de una vida pasada y de una vida futura, sostiene Pereira”, escribió Antonio Tabucchi.