Una confesión personal. El primer diario que yo leí en mi vida fue el de Ana Frank; el primer cuaderno al que accedí en mi juventud fue el de Antonio Gramsci; el primer Manuscrito que estudié fue el de un Carlos Marx joven y humanista; el último diario que leí fue el de Ricardo Piglia.
En el camino frecuenté los Carnets de Albert Camus y los Diarios de André Guide. Ahora el destino me coloca ante los Cuadernos de Centeno, uno de los aportes de carácter documental y literario de los últimos tiempos más original y sorprendente. Como toda obra creativa, los “Cuadernos de Centeno” conjugan dos virtudes: la precisión y la espontaneidad. Imposible plagiarlos, imposible desconocerlos.
Repasemos. Cuadernos escritos por el señor Oscar Centeno, chofer de Roberto Baratta. Centeno anota con obsesión de artista o de iluminado las peripecias de lo cotidiano. La trama dispone de sus propios recorridos. Después hay un amigo que traiciona; dos mujeres que reclaman deudas de amor; un periodista valiente, y un fiscal decidido a investigar.
Hay un auto Toyota negro marca Corolla que va y viene por diferentes lugares de la ciudad. La trama incluye en un extremo a los principales empresarios de la obra pública argentina; y en el otro extremo, a la máxima expresión del poder político de los últimos veinte años: Néstor y Cristina.
Día a día, semana a semana, mes a mes, año a año, un hombre anota, registra movimientos, sitios. Bolsos. Muchos bolsos con dólares. Los bolsos y los dólares: la debilidad K. Los lugares de partida son los domicilios de los empresarios; los de llegada, las residencias del poder político: Olivos, Casa Rosada y la mítica esquina de Uruguay y Juncal. El operativo literario de Centeno es notable por el cuidado del detalle. Ocho cuadernos marca “Gloria” encierran la clave íntima de un régimen de poder, y en particular, la clave del modo de acumulación de ese régimen de poder. Un chofer mientras tanto anota.
Y lo interesante es que los cuadernos van ganando complejidad. A los datos puntuales de sus inicios, datos casi telegráficos, le suceden consideraciones, reflexiones, incluso audios de voz.
Una verdadera obra de arte escrita por un hombre sin antecedentes literarios pero que sabe mirar, sabe escuchar y sabe reconocer lo que es importante.
Centeno escribe. Un cuaderno que me recuerda los informes del teniente Pantaleón, el personaje hilarante de Vargas Llosa. Centeno bien podría ser un Pantaleón, pero con el toque sórdido de Roberto Arlt. Impávido, rutinario, solemne, Centeno testimonia los recorridos de la corrupción. La otra cara del relato. El espejo que refleja las pústulas de Dorian Gray. El relato contado con los trazos de verdad dibujada por la mano de un chofer que alguna vez fue militar. Notable.Sus cuadernos me recuerdan los cuadernos de Juan Manuel Berutti, el hermano del prócer, el mismo que durante años registró día a día lo que ocurría en esa ciudad de Buenos Aires que empezaba a ser la Argentina. Pero Centeno es más preciso que Berutti. Y si se quiere más dramático, más trágico. Berutti, habla del devenir cotidiano; Centeno, relata con la indiferencia de un apuntador un devenir cargado de acechanzas y riesgos. Berutti, si se quiere, habla de la sociedad, Centeno habla del poder, del poder kirchnerista. Y su percepción revela su costado íntimo, sórdido, pero no menos real.
Centeno no miente, se ajusta al pie de la letra a los cánones del más riguroso realismo. Como los grandes escritores presiente la importancia de sus palabras. Y seguramente no ignora sus consecuencias. Sus palabras serán cotejadas hasta en los detalles. Cada cita, cada lugar, cada nombre será controlado. El universo recreado por Centeno no tiene fisuras. Los ladrones son ladrones, los corruptos son corruptos, los alcahuetes son alcahuetes. Y cada una de esas “virtudes” incluye su correspondiente nombre y apellido. Centeno nombra a Néstor, a Cristina, a Muñoz y los ubica en el lugar que corresponde. Después se suceden otros nombres: Carlos Wagner, Juan Carlos Lascurain, Gerardo Ferreyra, Víctor Manzanares, Cristóbal López, Lázaro Báez, Julio de Vido, José López. Algunos son protagonistas de otros filmes, otros recién se inician. Algunos ya no están: Daniel Muñoz y Fabián Gutiérrez, por ejemplo.
¿Centeno presiente las consecuencias de sus actos? No lo sabemos. Es probable que los acontecimientos lo terminaron envolviendo a él mismo. Es probable que en algún momento perdió el control de su obra magna. A mejores escritores les ha ocurrido algo parecido.
No me consta que Centeno haya sospechado que su íntimo amigo entregaría los cuadernos a un periodista que les sacaría sus correspondientes fotocopias y las presentaría a la justicia. Tampoco sé si sospechó que alguna vez su ex mujer iba a encontrar los originales. Deliberado o no, las consecuencias se produjeron: más de 170 procesados, 31 arrepentidos, 520 pruebas periciales. La verdad de los cuadernos encandila, deslumbra, golpea. Nunca el poder quedó más en evidencia; nunca el rey y la reina estuvieron tan desnudos.
La novedad escandalosa de todo esto no son los Cuadernos de Centeno; la novedad escandalosa es que la contundencia de las pruebas no han alcanzado para que los responsables vayan entre rejas. La película no es una película, es un sueño, o una pesadilla, pero nada más.
Publicado en Clarín el 17 de diciembre de 2024.
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