En estos días se difundió un agudo comentario de Pablo Gerchunoff, sobre un trabajo de varios historiadores económicos, reunidos bajo el título de: “La economía de Perón. Una historia económica (1946-1955)”, (Ed. ensayo – Edhasa). Reflexiona sobre el origen y persistencia del modelo económico peronista. Prestigiado por su solidez y experiencia, Gerchunoff celebra el aporte de los autores. Con su proverbial claridad, debate y- por momentos- discrepa con sus conclusiones extremadamente críticas.
Los cambios económicos del gobierno de Perón en cada etapa, y las consecuentes rectificaciones de política económica impuestas por la realidad, acompañan la imagen de tres versiones sucesivas de Perón. Los variaciones del último período -entre 1953 y 1955- produjeron resultados alentadores para su éxito, de modo que la economía no debiera haber sido la causa del colapso finalmente derivado del golpe destituyente. Por lo cual, Gerchunoff sacude el marco diciendo: “Perón, pues, no cayó por la economía. Cayó porque su autoritarismo creciente se había vuelto loco y eso se expresó, en una dimensión no económica, en su conflicto con la Iglesia. Los autoritarismos suelen volverse locos, sobre todo en un país especialmente difícil de gobernar como la Argentina”.
De este modo incorpora un elemento no frecuente en la apreciación de los avatares políticos, tal es la locura, entendida políticamente –me parece- como la desmesura súbita de la conducción personalista y pasional, siempre al filo de perder el sentido de objetividad en el manejo de los factores y riesgos del momento. Que ante alguna contingencia reacciona desproporcionadamente. Con acciones que por su ímpetu y dirección emocional, frustran el buen resultado del conjunto, derrumbado por el capricho. En este punto, y para ser justos, recordemos los arrebatos e indultos in extremis de Donald Trump.
Hace unos meses, se publicó en nuestro país el último mensaje de Pierre Rosanvallón: “El siglo del populismo”, (Ed. Manantial), ideología a la que considera como la tendencia en ascenso del siglo XXI. En varias de sus obras anteriores el autor adelantó que era necesario profundizar su análisis hasta llegar a comprender al populismo en sí mismo, como una ideología coherente que ofrece una atractiva visión social y, sobre todo, tiene la potencia de presentarse como la solución a los desórdenes del mundo, ante el vacío dejado por la izquierda. Es lo que Rosanvallón analiza en este último ensayo, destacando que esa visión no debe ser tomada de modo estático porque es un fenómeno polimorfo en evolución e in crescendo en el mundo político contemporáneo.
Aunque oportunamente nos ocuparemos de esa obra con mayor extensión, es de mencionar -por ahora- que referencia la calificación francesa “démocrature”, para aludir descriptivamente a los regímenes esencialmente no liberales que combinan la apariencia formal de una democracia, con el ejercicio autoritario, personalista y vertical del poder. Desde su aspiración fundacional, miran con desdén a las instituciones plurales de la sociedad -y a la alternancia-, a las que reemplazan por la irreversibilidad de liderazgos iluminados por el fanatismo, que incentivan la polarización, y se declaran celosos servidores de la verdad ante las mentiras de sus oponentes.
La mafia es un antiguo fenómeno que contemporáneamente se asocia a Sicilia y a la cosa nostra, sin perjuicio de los reflejos calabreses y napolitanos, más las de otros lares, como las mafias chinas y norteamericanas. Se argumenta que la desconfianza sobre la eficacia de los poderes formales de la sociedad, habría generado espontáneamente en la población la búsqueda de autoprotección y ejercicio autónomo de la ley, en base a códigos secretos y comportamientos honoríficos entre ciertos miembros de las burguesías lugareñas, caracterizados por el anonimato y el silencio. Se desarrolla no sólo en el vacío del Estado -débil o ausente- sino también dentro del Estado, ocupándolo, si encuentra el modo de hacerlo. Pretendería encarnar la suma síntesis de la justicia completa, directa y sin vueltas. Sería un “sentir” que resulta muy provechoso y vuelve poderosos no sólo a él o a la capo sino también a sus integrantes ejecutivos.
La locura y la mafia no son características exclusivas del populismo, se presentan también en cualquier forma y ámbito de ejercicio de poder. Pero son atributos inescindibles de los populismos, cuya cúspide se constituye en torno a una familia y sus incondicionales, con pulsión cuasi monárquica, como si fueran investidos por la mano de Dios. En tales condiciones de poder endogámico, no sólo se quiere modificar leyes, formas de gobierno y constituciones tradicionales del liberalismo institucional, sino que en realidad y en contra de sus declaraciones cínicas, pretenden convertirse en titulares de imperios internos y eternos.
Quizás Gerchunoff, mixturando las tres palabras del título de esta nota con el elocuente presente político argentino, podría autorizarnos a parafrasearlo una vez más diciendo: ”allí reside mi frágil esperanza en que algún día puedan converger en nuestro país democracia liberal y justicia social como un antídoto contra la locura. Pasan los años y no lo excluyo” (La Nación, Ideas – Debate, 19 de diciembre de 2020).