viernes 6 de diciembre de 2024
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Lo que no es todo es nada

La campaña de una candidata repiquetea este sonsonete en todos los espacios donde expone su visión “democrática” de la vida, convencida de su poder convocante, para enfrentar duramente a las “huestes”  del verticalismo personalista.

Ha construido con ello un verdadero oximorón. Como el veneno de  la serpiente, sería el mejor antídoto de su mordedura venenosa.

Ese mensaje, en tono principal, destruye el sentido moral de la política que es -por el contrario- dar espacio a lo diferente y hacerlo crecer, como parte de un mundo plural.

En un mundo plural,  sus componentes se reconocen entre sí como diferentes, pero  al mismo tiempo como integrantes de un todo, que debe respetar reglas de juego comunes, y administrar sus diferencias. El propósito es convivir en paz y con  sentido creativo para el conjunto.

El otro mundo, el de “todo o nada”, es una presuntuosa expresión de iluminados, poseedores de todas las verdades. En realidad: una salvajada con pretensiones ilustradas.

El maniqueísmo fue una filosofía, un pensamiento cuasi religioso, que supuso la eterna e irreconciliable existencia paralela del bien y del mal, hasta el feroz conflicto que lo enfrentó al cristianismo, a partir de Agustín de Hipona. Los cristianos creían en la bondad virginal esencial y perdurable, y consideraban que el mal era un estado transitorio de bondad descarriada que se podía superar.

En resumen, los maniqueístas serían pesimistas, los no maniqueístas estarían convencidos de que la esperanza y las alternativas existen siempre, aún en las peores circunstancias.

Pienso que el “todo o nada”, es una expresión maniquea, aunque se la arrope con las mejores  intenciones, tipo “guerra santa, contra  pecadores incorregibles y destructivos”, como el alacrán.

Inevitablemente recordamos aquella afirmación de Clausewitz: “La guerra es la continuación de la  política por otros medios”.

Para decir: nosotros no estamos en guerra, estamos en tiempos de la política y en instancias electorales. La cruel expresión que comentamos, le hace flaco favor a la vida democrática, fatigada ya de tantas dificultades, sumándole  ahora tamaña  irresponsabilidad, por parte de quien debiera hacer docencia con sus palabras  y gestos.

Semejante dislate verbal, así como actitudes ladinas (astucia y disimulo para conseguir lo que se busca sin decirlo), por parte de adversarios internos contra otros adversarios internos, son una fuga de integridad y nobleza, pérdidas de conducta honorable. Qué pena.

Creo necesario decirlo. Podré tener dudas sobre lo que quiero, pero no dudo de lo que huyo, al estilo de Montaigne, y en este caso es precisamente del “todo o nada”. Y de los ladinos.

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