viernes 9 de mayo de 2025
spot_img

Lo que enseñan Trump y sus tarifas a Europa

Las extemporáneas decisiones arancelarias de Trump son un útil memento de al menos dos elementos básicos de la vida internacional. Exponen, por un lado, la influencia de las ideas y como ellas logran afectar la conducta del más impenitente pragmático y, por el otro, el grado de vulnerabilidad al chantaje económico externo de los territorios involucrados en la actual globalización liberalizadora.

Comencemos por las ideas: Keynes lo dijo con argucia en su The general theory of employment, interest and money (1935): “Las ideas de los economistas y de los filósofos políticos, sea cuando son correctas que cuando son equivocadas, son más importantes de lo que comúnmente se entiende. En realidad, el mundo está gobernado por poco más. Los hombres prácticos, que se creen exentos de influencias intelectuales, son normalmente esclavos de algún economista difunto.”

Para entender los principios de los “economistas difuntos” que, sin darse cuenta, inspiran a Trump, es preciso remontar a aquellos filósofos, comerciantes, publicistas y hombres de estado “mercantilistas” que, allá por los siglos XV y XVI, empezaron a argumentar a favor de una balanza comercial positiva como base de la riqueza de un país.

Para lograr esto. era imprescindible exportar más que importar o sea vender productos propios por un valor mucho mayor de lo importando. La idea era acumular dinero a costo de los demás, ya que, según la “locura popular” del tiempo, se confundía “el bienestar con el dinero”, como sintetizó Adam Smith, uno de sus más acérrimos críticos.

Las tarifas fueron entre los instrumentos adoptados para conseguir estos resultados, pero no siempre el más importante: si pensamos en la Francia del tardío siglo XVII, testigo de uno de los experimentos más avanzados de política mercantilista bajo la batuta de Jean-Baptiste Colbert, lo que primó fue la promoción por parte del estado de la producción industrial.

En los siglos posteriores, en cambio, se consagró en muchos países europeos la idea según la cual la prosperidad llegaría de la mano del libre comercio. Sin embargo, a finales del siglo XIX, frente a lo que muchos definen como la “primera globalización”, se regresó al uso de las tarifas, no tanto para llenar las arcas del estado, sino para proteger sectores tradicionales de la competencia internacional o fomentar el desarrollo de otros recién nacidos.

Bien lo expresaba Jean Jaurès, el socialista francés que con pasión e juicio trató de bajar el debate entre libre comercio y aranceles de la teoría a la práctica social. En una época de gran disminución de los precios del trasporte, frente a las importaciones más baratas, el dilema era aquel que oponía los obreros que no querían comprar su pan más caro a los productores de trigo que no querían abandonar su actividad. Entre estos, contaba Jaurès, habia pequeños y grandes propietarios, los unos dedicados a ganarse a vida trabajando, los otros a obtener un máximo de ganancia. Para salir de la disyuntiva, Jaurès abogaría por un “socialismo aduanero”, en el cual las tarifas se acompañarían a una política fiscal dirigida a castigar más los altos ingresos (con impuestos progresivos) y menos los productos de consumo (con gravámenes fijos).

A la incorporación de la dimensión social de los primeros socialistas se sustituyó el dogmatismo de los liberistas, cuyas ideas se volvieron dominantes en la segunda mitad del siglo pasado. Con un gran salto, venimos, entonces, a las relaciones de poder que se escondieron, y todavía se esconden, bajo la globalización contemporánea y que la decisión de Trump nos ayuda a sacar a la luz. Tomamos Eslovaquia, donde Jaguar-Land Rover,Volkswagen, Stellantis y Kia, aprovechando del librecambio de un lado y de las políticas impositivas generosas y bajos salarios del otro, pusieron fábricas de auto y fomentaron el surgimiento de un amplio sector de autopartes; tanto es así que en 2023, según nos cuenta Tim Gosling en Deutsche Welle, las exportaciones constituían el 90% de la riqueza del país y el 30% de aquellas dependía del sector automotriz.

El hecho de que el bienestar de un país se encuentre a la merced de la imprevisibilidad del presidente de los Estados Unidos, por el trámite de conglomerados internacionales cuyo interés por dicho bienestar equivale a cero, nos muestra la fragilidad de un crecimiento sujeto a puras dinámicas de mercado –que la Unión Europea, dicho sea de paso, no supo, o quiso, embridar al tiempo de su ampliación hacia el este.

Por eso, hay que aprovechar de los espantos diarios que nos brinda el presidente de los Estados Unidos para tomar conciencia de los peligros de esa globalización y para aprender a mirar a las tarifas como uno de los medios para fomentar un desarrollo (a escala humana) hacia el futuro y no para reinstalar sectores de retaguardia o para “matonear” a los demás países.

Un apropiado marco estratégico para conseguirlo podría ser una Unión Europea entendida como “sociedad comercial” à la Adam Smith, o sea un mercado con alta previsibilidad, anclado en un proyecto político institucionalizado, con densidad democrática y social, cuyos socios privados y públicos se respeten y confíen uno en el otro.

Publicado en Clarín el 6 de mayo de 2025.

Link https://www.clarin.com/opinion/ensenan-trump-tarifas-europa_0_18i0kVx0yB.html

spot_img
spot_img

Veinte Manzanas

spot_img

Al Toque

Fernando Pedrosa

Rápido y furioso: 100 días de Donald Trump como presidente

Martín D'Alessandro

La insoportable levedad de la política argentina

Alejandro Garvie

El tiro por la culata