El gobierno de Milei es cada día menos liberal y más conservador, menos cosmopolita y más nacionalista, menos libertario y más autoritario, menos laico y más mesiánico. Como tal, ya se parece y se parecerá cada vez más a la derecha tradicional: Dios, patria y familia. Y la derecha tradicional, lo admita o no, es una derecha de cultura peronista. Militares y servicios ya están alistados. Los jueces van en camino. Ya tiene sus sindicalistas, pronto surgirá, si ya no existe, un clero mileísta. Chauvinista, agresivo, prepotente, cabalga el mito de la Argentina potencia, una cabalgada grotesca: no hay país con el que no se haya peleado, solo deben faltar Gabón y San Marino. Como Perón en los años cuarenta. ¿El Presidente insulta a uno? Para no quedarse atrás, ¡la vice ataca a otro! Luego ponen el disco del lamento victimista: ¿por qué todos nos odian? ¿No será la sinarquía?
Siempre ha sido así: cada vez que siente amenazadas sus raíces nacionales y católicas, el peronismo ortodoxo se agrupa en torno al nacionalismo religioso. Así como en los años 70 arremetió con furia contra el liberalismo y el marxismo, hijos de la Ilustración, “extraños al pueblo”, hoy capitaliza la reacción contra la borrachera kirchnerista para barrer, junto con ese engendro, al liberalismo laico, democrático y republicano. Que, por lo que veo, dormita somnoliento, deambula desconcertado, calla avergonzado.
Los liberales que de buena fe creen en el liberalismo de Milei lo lamentarán, pero como les diría su nuevo ídolo, “no la ven”. Se engañan pensando que el peronismo desaparece mientras se recicla, que ha perdido su hegemonía mientras la reconstruye. ¿Apuestan a un peronismo libertario? ¿Cuál es el problema si ya tuvimos peronismo neoliberal y peronismo republicano?
Creo que la ilusión se alimenta de dos errores que generan estrabismo. El primero es analizar el peronismo con las herramientas de la ciencia política en lugar de las más apropiadas de la antropología cultural. Como movimiento político, el peronismo implosionó hace tiempo, no es un partido ni un sujeto unitario. Pero como cultura, como sistema de valores, como tipo de sociabilidad, está más vivo que nunca y diluido en todas partes, incluso donde se cree que está ausente. Nada lo demuestra mejor que su capacidad camaleónica para adaptarse a las circunstancias cambiantes. El peronismo no capitulará ante el libertarismo, la cultura libertaria no tiene consistencia en el país, ni conexión con la historia, el propio electorado de Milei le es en gran medida ajeno. Por el contrario, será él quien se “peronice”; ya avanzó bastante.
Para la “derecha peronista”, el libertarismo es el barril nuevo en el que verter el vino viejo, la palabra moderna para definir una cosa antigua. Muy antigua, porque no evoca una sociedad que al autogobernarse ha superado al Estado, evoca un orden que lo precede. Un mundo de “jerarquías naturales”. Por eso entronca con el nacionalismo. Nacionalismo que en la Argentina siempre ha idealizado la cristiandad medieval, una sociedad estamental unida por la fe. Tal era, o aspiraba a ser, la comunidad organizada peronista. No es casual que Milei ame a Rothbard e ignore a Popper: la “sociedad abierta” no le interesa.
El segundo error es mirar el mundo, el mundo entero, a través del ojo de la cerradura de la economía, solo a través de eso. Se ven detalles picantes, pero no el conjunto. La idea implícita es que la liberalización económica cambiará la sociedad y que el cambio social cambiará la cultura, las costumbres, las mentalidades. Cambiar la estructura, la economía, hará que cambien la superestructura, la ideología. ¿Será cierto? ¿Se cosecharán frutos liberales pensando en marxista? No creo que las revoluciones económicas moldeen las culturas; pienso que las revoluciones de las ideas anticipan los cambios económicos. La libertad política y religiosa dio origen a la modernidad europea, no al revés. De los setenta años de socialización de los medios de producción no me parece que haya nacido el homus socialista: reina hoy en Rusia una tiranía asiática basada en la fe, como reinaba antes de los bolcheviques. La libertad civil habría tenido efectos más profundos y duraderos. El poder explicativo de la economía está muy sobrevalorado.
La derecha peronista ha sido más o menos anticapitalista, según conveniencias y circunstancias. Nunca del todo. Nacida en el marco de la doctrina social de la Iglesia, tolera la propiedad privada y la economía mercantil. Pero siempre ha sido nacionalista, antiliberal, confesional; ese es su núcleo duro. Capitalismo y liberalismo no son la misma cosa. Ha ocurrido a menudo que el primero se deshiciera del segundo. ¿Por ser capitalista, Pinochet era liberal? Da escalofríos. ¡Liberal de Predappio! ¡Incluso el primer Mussolini no era tan estatista! ¿China es liberal?
Por otra parte, ni siquiera la economía nos tranquiliza sobre el liberalismo de Milei. ¿Dónde está? Hasta ahora ha hecho lo que era inevitable hacer frente al desastre kirchnerista: lágrimas y sangre. Pero ¿alguien ha visto alguna vez a un liberal con cepo, precios administrados, impuestos a las exportaciones? ¡Parece el IAPI con Miranda al mando!
Si de la economía pasamos a la cultura de gobierno, igual: es como estar en tiempos de Eva Perón: el mismo círculo rojo, la misma opacidad, los mismos caprichos, el mismo amiguismo y narcisismo. Cero institucionalidad. No dudo de que Milei odie al Estado, pero ¡cómo le gusta usarlo como si le perteneciera! Dudo que lo sepa, no está escrito en los manuales de economía, pero tiene la misma vocación patrimonialista del peronismo. Impone y destituye, insulta y arenga, hace y deshace. El liberalismo es ante todo civilización; el liberal cultiva la duda, escucha al prójimo, respeta el disenso, rechaza los dogmas. Lo opuesto de Milei y la derecha peronista.
Por eso, en el clima de nacionalismo exaltado que evoca épocas que sería mejor no evocar, mi nuevo héroe argentino es Julio Garro. No tengo el placer de conocerlo, ni estoy seguro de que él esté feliz de saberlo. Pero si hubiera muchos Garros, viviríamos en un mundo mejor. Su heroísmo es el antiheroísmo de la persona que no renuncia a las buenas costumbres para complacer al poder; a sus valores para satisfacer el fanatismo de la masa; al respeto por conveniencia. Había un liberal en el Gobierno, era normal que lo echaran. El texto con el que el Presidente lo destituyó destila violencia moral y grosería intelectual. La idea de que ganar un torneo de fútbol autoriza el insulto no es solo cavernícola: es deseducación cívica. En sitios mileístas leo que Garro es “antiargentino”: la jerga de la derecha peronista, una medalla en el pecho.
Publicado en La Nación el 26 de julio de 2024.
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