jueves 9 de mayo de 2024
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Lecciones para Javier Milei en sus primeros 100 días: gobernar solo es muy difícil

El presidente Javier Milei acumula ya útiles experiencias sobre las ventajas y desventajas de gobernar solo. Y también de buscar aliados, pero sin ceder nada importante ante ellos. ¿Intentará ahora que la inflación, el dólar y el Pacto de Mayo le dan un poco más de tiempo, cooperar más en serio con esos potenciales aliados? Difícil, pero no imposible.

Un concepto útil para pensar este asunto es el de “curva de aprendizaje”. Permite entender que cuando los actores van afinando su estrategia por ensayo y error, pero consumiendo al mismo tiempo su capital político inicial, el tiempo del que disponen y otros recursos esenciales para tener éxito, pueden llegar en algún momento a una situación paradójica y comprometedora: cuando finalmente toman las decisiones correctas, ya es tarde, perdieron su oportunidad. ¿Puede este llegar a ser el caso de Milei?

Hasta aquí, él ha buscado, en esencia, gobernar solo, haciendo de sus debilidades fortalezas: como no tiene legisladores suficientes, prescinde del Congreso y lo deslegitima en cuanta oportunidad se le presenta; como no tiene gobernadores, aprovecha para descargarles a todos ellos por igual lo que puede del costo del ajuste; como no tiene aliados sindicales ni en las grandes corporaciones empresarias toma decisiones que afectan a ambas corporaciones, sin negociarlas con nadie.

Puso a todos sus interlocutores, así, ante pérdidas potencialmente insoportables, y después en todo caso retrocedió puntualmente, si no le quedaba otra, para desactivar resistencias amenazantes u otros efectos inesperados para él perjudiciales.

Podría decirse que no le ha ido tan mal con esa estrategia. A menos que consideremos costos todavía no muy visibles pero a mediano plazo inescapables: los principales, los fracasos en hacer avanzar su agenda de reformas estructurales, que serán cada vez más necesarias a medida que avance su política de estabilización, y la incertidumbre que se genera, en los actores económicos, sobre la sustentabilidad de un gobierno que se ejerce “en soledad” y no se sabe por cuanto tiempo va a bancar la opinión pública.

Sobre el último punto es ostensible que los mismos instrumentos que le sirven para justificar y sostener su “gobierno en soledad”, agravan los problemas de confianza en el terreno económico: la polarización alimenta un guerra cultural que ni interesa ni augura nada bueno para los potenciales inversores, y la exageración de la crisis inclina también a pensar que el Presidente “no tiene plazos sino objetivos”, así que conviene mejor esperar a que el escenario se despeje, antes de hundir un peso más en cualquier actividad.

De todos modos, aún cabe preguntarse qué tipo de presidente realmente pretende ser Milei, ¿uno que gobierne solo, en serio, o uno que juguetee con la posibilidad de hacerlo, desafiando los límites que le impuso la crisis y su punto de partida, para tener el mayor margen posible de control sobre su coalición futura, y para lograr ejecutar lo más que se pueda de su programa?

Ante todo, para encarar esta cuestión, hay que reconocer que el sueño de autarquía, que ha seducido a muchos de nuestros presidentes novatos, parece ser particularmente intenso en su caso.

Pero sabemos por experiencia que esos sueños duran poco, porque llevan bastante pronto a los mandatarios a situaciones indeseadas, o directamente insostenibles. Y a veces, solo a veces, dan paso a estrategias más realistas, de gobiernos de coalición, en que el jefe del Ejecutivo concilia posiciones con legisladores, algunos mandatarios provinciales, grupos de interés, en suma, un conglomerado de actores más o menos afines, que le permite hacer funcionar medianamente las instituciones en línea con su programa. O al menos intentarlo.

Aunque hay también casos de presidentes que tenían una coalición, y prefirieron sacrificarla en búsqueda de la autarquía. Como hizo Fernando De la Rúa, uno de nuestros presidentes más soñadores y autistas.

En cambio, un ejemplo de lo primero, pero fracasado, fue Alberto Fernández: aprovechando la pandemia gobernó bastante unilateralmente, y básicamente por decreto, durante la pandemia, y lo hizo muy mal; después quiso gobernar con su coalición, y lo hizo aún peor. En cambio, ejemplos exitosos de presidentes que aprendieron a lidiar con sus complejas coaliciones de apoyo fueron Carlos Menem y, bastante tiempo antes, Arturo Frondizi. Con resultados muy distintos, claro.

Porque una cosa es que los presidentes lo intenten, y otra que lo consigan, y al hacerlo, se los premie con el éxito. Y una cosa es que se esfuercen realmente en sumar apoyos, y otra muy distinta que simulen intentarlo, simplemente para distraer y dividir a los opositores, o para no ser acusados de ser demasiado confrontativos.

¿En dónde ubicar a Milei? En las próximas semanas sabremos si, después de la intensa confrontación que siguió al fracaso de la Ley Ómnibus, con el Pacto de Mayo y la reapertura del diálogo con los gobernadores ha encarado un nuevo intento de concertación, más serio que el ensayado durante las sesiones extraordinarias, o si solo está tratando de ganar tiempo para su política de estabilización, para seguir gobernando solo, es decir, con el exclusivo respaldo de una mayoría social, su pequeño grupo de leales y sin la colaboración de ningún otro actor relevante del sistema político e institucional. Dicho de otro modo, veremos qué tan firme está su idea de producir un recambio completo de la elite dirigente argentina, y cambios más revolucionarios que reformistas.

Al respecto, la “curva de aprendizaje” que está recorriendo podría serle de utilidad. Y si decidiera en base no tanto a sus preferencias, como a su experiencia, debería tener en cuenta en especial los riesgos muy altos que enfrentó en lo peor del enfrentamiento con los gobernadores y el Congreso, cuando se vio que aún si se salía con la suya en lo inmediato, sería al precio de una gran incertidumbre sobre el mediano plazo y altas chances de que terminar pagando él más costos que todos los demás actores.

Primero, porque lo que se vio fue que si los gobernadores y la Nación no acordaban de alguna manera, serían los jueces y los legisladores, en ese orden probablemente, los que ganarían poder y gravitación en la búsqueda de soluciones. Algún mecanismo, el que fuera, de concertación entre ejecutivos era mucho más conveniente para el Presidente que esa otra opción.

Segundo, porque también surgió el peligro de que hubiera concertación, pero sin el Presidente, y más bien contra el Presidente. Hubo algunas novedades bastante concretas al respecto. Como los diálogos entre los gobernadores de JxC y Kicillof, coqueteando con una solidaridad del país federal frente al puerto, que suele ser mortal para el puerto; la formación de un inédito grupo de whatsapp de “23 gobernadores y un jefe de gobierno”, que en principio sirvió para descargar malhumor con el gobierno nacional, pero rápidamente podía comenzar a coordinar iniciativas que conspiraran contra su plan económico, sobre impuestos y coparticipación de recursos por ejemplo; y la formación de nuevas “mesas de gobernadores”, los patagónicos, los de región centro, el norte.

Un punto de encuentro de todas estas iniciativas con las necesidades del gobierno nacional podría ser el “federalismo de concertación” que viene promoviendo la Corte Suprema, porque él no es incompatible con su idea de redefinir el esquema de coparticipación y limitar de forma definitiva la masa de recursos de asignación discrecional.

Pero lo cierto es que, mientras tanto, Milei sigue dando muestras de preferir una solución para él mucho más económica, y que desde el principio privilegió: dividir para reinar. Que tan difícil no le está resultando, porque mientras tanto también se debilitaron las tres mesas partidistas de mandatarios distritales, la de JxC (que hace tiempo no se reúne y parece haber perdido el rumbo desde que fracasó la negociación sobre la Ley Ómnibus), UxP (que perdió ya un miembro, el tucumano Jaldo, y pronto puede perder otro, el catamarqueño Jalil) y la de fuerzas provinciales (que se dividieron aún más que las anteriores para negociar cada uno por su cuenta). Al menos el presidente puede creer, entonces, que sus planes avanzan, y los de sus adversarios en cambio naufragan, fruto de la falta de cohesión y liderazgo.

El otro terreno en que Milei podría aprender de su experiencia, en detrimento de sus preferencias, es respecto al Congreso y los partidos de centro.

Como se sabe, el fracaso de la Ley Ómnibus quiso convertirlo en un éxito: porque supuestamente había logrado mostrar de lo que era capaz “la casta”, toda ella y sobre todo su porción “supuestamente colaborativa”; y porque al no contar con la ley que quería, tenía más razones para recurrir a los instrumentos que prefería, los de un gobierno en soledad.

Pero como eso le sirvió para avanzar en ordenar las cuentas públicas solo en forma transitoria, y al precio de una creciente conflictividad política, era inevitable que el proyecto de ley fracasado volviera a presentarse más temprano que tarde. Y cuando el gobierno creó su oportunidad para hacerlo, con el inicio de las sesiones ordinarias, el Pacto de Mayo y el reflotamiento de la reversión de los cambios en el impuesto a las Ganancias, las opciones que había enfrentado en enero y febrero se le volvieron a plantear más o menos en los mismos términos: ¿con quiénes empezar la negociación, con qué agenda de prioridades, con qué opciones en caso de no lograr una mayoría acorde a sus expectativas?

Y el dato en contra de que, en el ínterin, había sumado más enemigos que aliados en el Parlamento, porque había dividido y debilitado a los más dispuestos a ayudarlo, y dado más argumentos a sus contradictores. En este sentido, la “derrota convertida en victoria” era una ilusión efímera: le había salido realmente bastante cara.

Primer problema del que ya no podían hacerse los distraídos ni el Presidente ni sus colaboradores: la improvisación se paga cara, aunque no haya quienes estén en condiciones de cobrársela en lo inmediato.

Lo peor que tuvieron los sucesivos pifies del oficialismo para llevar a buen puerto su proyecto insignia fue que revelaron que nadie allí tenía pensado qué hacer en ninguna de las circunstancias en que era muy previsible que encontraran obstáculos. Así que fueron viendo a ver qué pasaba, improvisando una y otra vez, lo que habían venido haciendo en verdad desde que escribieron y presentaron el proyecto, y no podía terminar bien.

Segundo problema, si la única opción que se ofrece a los potenciales socios es la futura y más o menos prepotente deglución en las fuerzas propias, es lógico esperar que más bien se termine desalentando a una parte importante de ellos de ser muy colaborativos.

En la etapa de mayor confrontación, a Milei le faltó poco para repetir la famosa frase de Menem “a los tibios los vomita Dios”. Hubiera tomado una vez más lo circunstancial por lo esencial: la diferencia entre lo que él estaba intentando y el “método Menem” es que éste, además de proferir amenazas y admoniciones, nunca dejó de negociar, siempre buscó crear confianza en sus potenciales aliados, y cumplía sus compromisos. Milei hasta aquí no ha hecho nada de eso.

De allí que se haya poblado muy rápidamente la lista de los desahuciados, los que lo ayudaron y pagaron por hacerlo, sin recibir nada a cambio de su parte, más que palos y desplantes. Un buen ejemplo es lo sucedido con Rodrigo de Loredo, de los que más empujó la votación de la Ley Ómnibus, y que más poder perdió en su bancada por haberlo hecho. En su lugar se fortaleció Martín Lousteau, que no tiene ningún interés en que a Milei le vaya bien, ni cree siquiera que eso sea posible, pero parece que al presidente le sienta bien, porque le confirma lo que él cree es el radicalismo. Como en muchos otros casos, el primer mandatario prefiere tener razón a resolver sus problemas.

También el PRO la ha estado pasando cada vez peor, y eso que fue la única fuerza que votó en bloque acorde a las necesidades del Ejecutivo y lo apoya públicamente en casi todo, y en lo demás se calla.

Es bastante lógico que Milei se niegue a una foto con Macri: sería regalarle a este un rol de liderazgo que no tiene por qué compartir. Pero no lo es en cambio que dé rienda suelta a Bullrich en su apuesta por fusionar al partido del ex presidente dentro de LLA. ¿Es que no advierte las fugas de dirigentes y adhesiones que está así promoviendo? ¿Y el mal mensaje que envía a otros actores de centro, como el radicalismo y la bancada de Pichetto? Proponerse una coalición homogénea con los materiales que tiene para armarla supondría forzar a la mayoría de esos actores de centro a elegir entre la insignificancia adentro o un combate desparejo pero al menos con chances el año próximo, y es lógico esperar entonces que buena parte de ellos elija lo segundo, tome más distancia del gobierno, pasando por alto el grado de acuerdo que tenga con sus iniciativas, y se multipliquen al mismo tiempo los interlocutores con los que el oficialismo tendrá que negociar.

Es cierto que hoy ese centro político luce, además de disperso, desangelado. No tiene ni eje organizador, ni líder convocante, ni popularidad. No puede reparar esos problemas, claro, Lousteau, que se ha hundido en las encuestas en los últimos tiempos, ni tampoco Larreta, que luce por completo aislado en el PRO, desde que Macri se dedicó a quitarle uno a uno los apoyos que le quedaban después de haber perdido la disputa por la candidatura presidencial. Pero eso no significa que vaya a seguir siendo así, sobre todo si la política económica no arroja éxitos irrebatibles, y si el oficialismo finalmente fracasa en deglutirse al macrismo, o atraerse a gobernadores importantes con muchos votos propios.

Además sería bueno que Milei reflexione, cuando considere sus opciones a este respecto, sobre otro problema más: que las elecciones legislativas suelen ser siempre más fáciles para los opositores que para los oficialistas, y que para cuando se vuelva a votar, habrá quedado bien atrás en el tiempo su “novedad”, él probablemente se habrá vuelto mucho más un integrante entre otros de nuestra poco convincente dirigencia política.

En resumen, ¿realmente Milei está tratando de gobernar solo? Es lo más sensato que puede concluirse de lo que hizo hasta aquí, y más allá de la reapertura del diálogo y sus esfuerzos por recomponer arenas de negociación con gobernadores y legisladores, lo que parece sigue prefiriendo.

Y lo más importante, ¿es correcto ver en los avances del gobierno el fruto de esa inclinación a la soledad, no han sido casi exclusivo fruto de la voluntad del Ejecutivo?

En verdad, solo en parte: lo cierto es que, haciendo posibles esos avances ha estado operando algo así como una “coalición tácita” que, por ahora, es la que más hace por volver gobernable esta Argentina en emergencia.

No se trata de un acuerdo explícito entre actores bien definidos, pero es, en las actuales circunstancias, de una importancia tal que eso se vuelve secundario. Une tanto a sectores sociales diversos como a un amplio campo de las elites. Y tiene, por sobre todo, un mismo y bien reconocido adversario, así como una agenda bastante definida: la que reúne todas las propuestas de cambio del régimen económico y estatal imperante, acumuladas durante las últimas décadas, y hasta aquí inaplicadas. No es poca cosa para un país cuya vida política casi siempre ha estado dominada por la improvisación y la confusión, y todavía hoy lo sigue estando. Y puede que si Milei realmente pretende gobernar solo termine descomponiéndola, en vez de aprovecharla.

Publicado en www.tn.com.ar el 17 de marzo de 2024.

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