viernes 26 de julio de 2024
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Las verdaderas guerras culturales

Cómo el arte da forma a la contienda entre democracia y autocracia.

Traducción Alejandro Garvie

Los autoritarios saben que controlar sus sociedades requiere algo más que la mano dura de la policía o los tribunales; también requiere moldear cómo sus poblaciones piensan y ven el mundo, y cómo el mundo los ve a ellos. En 2020, China impuso una nueva ley de seguridad nacional en Hong Kong en un intento por vincular aún más el territorio con la China continental. Junto a las prohibiciones de la ley sobre “secesión” y “subversión”, vinieron controles más estrictos sobre museos e instituciones de arte. Los jefes ejecutivos de Hong Kong designados por Beijing advirtieron a los líderes culturales que vigilaran la línea entre la “expresión artística” y las obras “realmente destinadas a incitar al odio o destruir las relaciones entre dos lugares y socavar la seguridad nacional”. En el continente, el Partido Comunista Chino ha excluido cada vez más las películas extranjeras, invirtiendo en la producción de películas nacionales que refuerzan sus temas e historias preferidos; varios éxitos de taquilla recientes, por ejemplo, presentan a valientes héroes chinos defendiéndose de los villanos occidentales. Las autocracias en otros lugares también buscan controlar la cultura para preservar su control del poder. Cuba ha encarcelado al cantante ganador del Grammy Latino Maykel Castillo Pérez por su activismo. En abril de 2023, documentos filtrados revelaron que Irán había establecido un comité secreto para incluir en la lista negra y perseguir a los artistas por apoyar las protestas callejeras. En 2020, Hungría adoptó un nuevo plan de estudios escolar que enfatizaba el orgullo nacional y encubría las derrotas del país en tiempos de guerra. Budapest también ha aconsejado a los directores de teatro que las obras deben ajustarse a argumentos aprobados por el gobierno.

Las democracias y las autocracias están librando una batalla global, principalmente a través de medios militares, políticos, económicos y diplomáticos. Sin embargo, el resultado de esta contienda dependerá en gran medida de la cultura. La forma en que las personas en democracias y autocracias ven el mundo está determinada por la música que escuchan, los libros que leen, las películas y la televisión que ven, el arte que admiran, los museos que visitan y los libros de texto que deben estudiar. Eso hace que la cultura no sea un espectáculo secundario de la geopolítica sino más bien un escenario central con amplias implicaciones para las relaciones internacionales.

Durante gran parte del siglo XX, las agencias de gobiernos poderosos fueron actores principales en las disputas por la cultura; promovieron los modos de vida de sus países y mostraron brillantes ejemplos de logros nacionales. Hoy en día, las autocracias están involucradas en esfuerzos de arriba hacia abajo, habilitados tecnológicamente, para imponer sus narrativas e ideologías a sus propias poblaciones con el fin de difundir sus puntos de vista en el extranjero. Sus oponentes más eficaces no serán los agregados culturales occidentales sino más bien los autores, artistas y curadores que llevan a cabo su trabajo en los mismos campos de batalla que están en juego en todo el mundo. En lugares como Ucrania y Uganda, los actores culturales con potencial para contrarrestar la autocracia son autóctonos de estas sociedades en disputa, capaces de evocar tradiciones, relatos, historias e ideas integrales a las identidades nacionales. Al apoyar a estos creadores y guardianes de la cultura, los oponentes al autoritarismo pueden fomentar una fuerza potente a favor de la libertad.

EL ARTE DEL ESTADO

Los dictadores saben desde hace mucho tiempo que la producción de artistas, músicos, cineastas, autores, dramaturgos y académicos puede ponerse al servicio de quienes están en el poder. El totalitarismo exige control sobre la vanguardia de una sociedad, sus mentes más inventivas, independientes y potencialmente subversivas. La Alemania nazi y la Unión Soviética, entre otros regímenes represivos, regularon estrictamente e incluso dictaron los límites permitidos del arte, la música y la literatura. Durante la Guerra Fría, los señores del bloque del Este utilizaron el arte para retratar una vida comunista idealizada.

Por su parte, el gobierno de Estados Unidos promovió el arte que pulió su imagen como país libre y próspero, con la esperanza de motivar a la gente detrás de la Cortina de Hierro a rechazar el comunismo. Fundado en Berlín Occidental en 1950 con el apoyo de la CIA, el Congreso por la Libertad Cultural apoyó revistas, conferencias y diarios anticomunistas y brindó apoyo directo a artistas y escritores con el objetivo de moldear la opinión global. La cadena de radio Voice of America buscó contrarrestar la propaganda comunista y contrastar la vida en la totalitaria Unión Soviética con las libertades de Occidente. Bajo los auspicios de la Agencia de Información de Estados Unidos, fundada en 1953, Washington envió a leyendas del jazz estadounidense de gira por todo el mundo y organizó, en Europa, exposiciones de arte expresionista, abstracto y surrealista.

Pero los estadounidenses gradualmente comenzaron a desconfiar de la intervención estatal en los asuntos culturales. La era del Terror Rojo y McCarthy, cuando funcionarios estadounidenses atacaron a artistas, escritores y cineastas tildados de simpatizantes comunistas, expuso los peligros de que el gobierno se inmiscuyera en los ámbitos del arte y la creatividad. Los creadores tanto de la cultura como de las políticas comenzaron a preocuparse de que los intentos del gobierno de dar forma al arte, la erudición y la creatividad se basaran en un manual autoritario. La noción de propaganda orquestada centralmente parecía contradecir la esencia de lo que Estados Unidos buscaba promover: instituciones liberales, libertades creativas, heterogeneidad cultural y libertad de pensamiento sin restricciones. Desde la década de 1970, los esfuerzos oficiales de extensión cultural de Estados Unidos se han centrado en intercambios académicos y artísticos, programas educativos y giras que fomentan los vínculos y muestran la cultura sin intentar abiertamente inclinar la mesa geopolítica.

DISCIPLINAR Y PUBLICAR

Los autoritarios de hoy consideran la cultura como una herramienta indispensable que caería en manos del enemigo si no mantuvieran un estricto control sobre ella. El alcance de los esfuerzos actuales por dictar la cultura es particularmente marcado cuando se trata de la escritura y presentación de la historia. Al elaborar una ideología de gobierno en Rusia, el presidente Vladimir Putin ha buscado rehabilitar el legado de hombre fuerte de Stalin y al mismo tiempo reprimir los esfuerzos por desenterrar las atrocidades y abusos del pasado soviético. La guerra de Rusia contra Ucrania tiene la cultura como motivación y como medio. La invasión de Putin tenía como objetivo hacer realidad su afirmación de que nunca han existido una nación y una identidad ucranianas distintas. Rusia ha impuesto el uso de libros escolares rusos en los territorios ocupados y ha atacado museos, bibliotecas y monumentos ucranianos.

El último relato oficial de la historia del Partido Comunista Chino, publicado en 2021 y que abarca un siglo, dedica más de una cuarta parte de sus 531 páginas a los primeros nueve años en el poder de su líder Xi Jinping. Este relato, que da forma a los programas escolares, exposiciones, libros y películas, pretende apuntalar la imagen de Xi como la personificación del destino manifiesto de China. La China de Xi también ha utilizado herramientas culturales para pulir su imagen global. Beijing ha creado Institutos Confucio controlados por el PCC para promover una versión idealizada de la cultura del país en universidades extranjeras, ha profundizado las asociaciones entre instituciones académicas chinas y sus homólogos en el extranjero, y ha tratado de controlar los medios de comunicación y la vida cívica entre las comunidades de la diáspora china.

También en las democracias en retroceso los demagogos han incursionado agresivamente en el ámbito cultural. Desde que se convirtió en primer ministro de Hungría en 2010, Viktor Orban ha sometido a la supervisión gubernamental a instituciones artísticas y universidades que antes eran independientes, ha tomado medidas drásticas contra la financiación extranjera para organizaciones no gubernamentales y ha expulsado efectivamente a la Universidad Centroeuropea debido a sus vínculos con el filántropo George Soros. Antes de su derrota en las elecciones de finales de 2023, el gobierno populista de Polonia había despedido a historiadores y conservadores de museos por no propagar suficientemente el patriotismo y había cerrado archivos para bloquear la investigación independiente sobre la complicidad del país en el Holocausto. En la India, el Primer Ministro Narendra Modi ha invertido en la construcción de nuevas instituciones culturales (incluida una obra nacional en Nueva Delhi que, una vez terminada, podría convertirse en el museo más grande del mundo) que defienden una identidad nacional cohesiva y centrada en el hinduismo, en consonancia con la ideología del partido gobernante. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha utilizado monumentos y programas de televisión para ensalzar el pasado otomano del país y dorar su propio gobierno.

Incluso en Estados Unidos, la cultura está incluida en las agendas políticas. Varios estados controlados por los republicanos han impuesto miles de prohibiciones de libros y propuesto y promulgado cientos de restricciones legislativas a la enseñanza y el aprendizaje en escuelas y universidades. De impulso autoritario, estas medidas apuntan a narrativas e historias centradas en minorías raciales y sexuales, presentando tales relatos como amenazantes, corruptores de los niños, contrarios a los valores sociales aceptables y perjudiciales para el orgullo nacional.

LA RESISTENCIA

Pero no importa su poder, el Estado rara vez tiene la última palabra en materia de cultura. Incluso en la Unión Soviética, los disidentes difundieron sus ideas y su arte a través del samizdat, con redes clandestinas que copiaban y distribuían obras censuradas y subversivas. Las historias, las obras de arte, la poesía y otras formas de expresión pueden servir como anticuerpos contra el autoritarismo. Plantean preguntas, perforan la piedad, fomentan la empatía y ofrecen visiones alternativas para el futuro.

Hoy en día, tanto en las autocracias como en las democracias tambaleantes, académicos, escritores, activistas y artistas continúan rechazando las narrativas del Estado. En lugares donde no se toleran las protestas y los desafíos políticos abiertos al régimen, la disidencia puede encontrar voz a través de la música, la poesía, el arte, la ficción, la televisión y la escritura de la historia. En los sistemas políticos donde los disidentes son encarcelados y perseguidos, a veces son las celebridades o los músicos populares, como Bobi Wine en Uganda, quienes pueden ganar una masa de seguidores para desafiar a un régimen arraigado. En 2017, el presidente ucraniano, Petro Poroshenko, despojó de la ciudadanía a su principal rival político, el expresidente georgiano Mikheil Saakashvili. Pero lo que Poroshenko no vio venir fue a Volodymyr Zelensky, una estrella de televisión sin experiencia en política. Aunque al principio fue descartado como un candidato de broma, los seguidores populares de Zelensky lo impulsaron a la presidencia y ahora, después de la invasión rusa de Ucrania, a los anales de la historia.

La cultura ha ayudado a revertir la marea autoritaria en unos pocos países. La premiada película de 2023 de la cineasta polaca Agnieszka Holland, Frontera Verde, estrenada poco antes de las elecciones del país de octubre de 2023, encontró una feroz oposición del gobierno por su descripción de las autoridades polacas y los guardias fronterizos brutalizando a los inmigrantes. Esto molestó al presidente polaco Andrzej Duda, quien reprendió la película en una entrevista televisiva en septiembre, invocando un eslogan de la época de la Segunda Guerra Mundial utilizado para burlarse de los polacos que iban al cine durante la ocupación nazi: “Sólo los cerdos se sientan en el cine”. El gobierno obligó a emitir la película con una advertencia, insistiendo en que contenía “falsedades y distorsiones”. Pero la película se convirtió en el segundo estreno de taquilla del año en el país y, a medida que se acercaban las elecciones, Holland argumentó que “la película era necesaria. Que la gente no quería perderse en la narrativa de que todo está bien”. Apenas unas semanas después del estreno de la aclamada película, los polacos votaron y derrocaron al Partido Ley y Justicia de Duda, poniendo fin a su gobierno de ocho años.

De manera similar, en Brasil, los artistas y otros creadores culturales ayudaron a desafiar el gobierno del presidente populista Jair Bolsonaro. El gobierno de Bolsonaro retrasó repetidamente el estreno de una innovadora película de 2019 sobre el político y guerrillero de izquierda Carlos Marighella. La obstrucción provocó una reacción desafiante, lo que convirtió a la película en la más vista del país en 2021; Cuando las luces de los cines se encendían después de las proyecciones, los asistentes a menudo prorrumpían en cánticos anti-Bolsonaro. Durante el mismo período, se publicaron importantes novelas que abordaban la historia de la esclavitud negra en el país, durante mucho tiempo un tema tabú confinado principalmente a las revistas académicas. Los bestsellers sitúan las narrativas afrobrasileñas de lleno en la corriente principal. Dos músicos octogenarios, Caetano Veloso y Gilberto Gil, rechazaron el retiro para hacer campaña contra Bolsonaro antes de las elecciones de 2022, al igual que la superestrella del pop Anitta. Su gran éxito “Girl from Rio”, una parodia de la mundialmente famosa “Girl from Ipanema”, celebró la diversidad y complejidad racial de Río de Janeiro en su rechazo a la imagen blanqueada de Brasil promovida por Bolsonaro. Luego se sumergió directamente en la política, convirtiéndose en asesora del rival y eventual vencedor de Bolsonaro, Luiz Inácio Lula da Silva.

En Ucrania, la cultura ha sido una fuente de unidad y resiliencia para defenderse de la agresión rusa. Escritores, cineastas y artistas ucranianos han convocado lecturas, montado exposiciones y promocionado sus obras a nivel local y global. Artistas y escritores ucranianos han salido a la carretera, viajando internacionalmente para conseguir apoyo y poner un rostro humano a la lucha de su país.

Incluso en lugares donde el autoritarismo está más arraigado, los creadores de cultura pueden jugar un largo juego. En Sparks: China’s Underground Historians and the Battle for the Future , el periodista Ian Johnson sostiene de manera persuasiva que los escritores, cineastas y artistas que contrarrestan las historias dictadas por el Estado pueden tener las claves para un eventual futuro más allá del PCC. Estos pensadores independientes suelen utilizar tecnologías digitales para evadir la vigilancia. Han preservado las brasas del libre pensamiento que eventualmente pueden prender fuego.

LA INFANTERÍA DE LA DEMOCRACIA

Estados Unidos y sus aliados pueden aprovechar el poder de la cultura como baluarte contra el autoritarismo sin recurrir a las tácticas duras y a veces sombrías de épocas pasadas. La diplomacia pública estadounidense ya busca promover la familiaridad y las asociaciones positivas con la cultura estadounidense a través de giras, intercambios y programas educativos. Las empresas tecnológicas y las películas de Hollywood, entre otras exportaciones culturales populares estadounidenses, también ayudan a difundir la influencia del país.

A diferencia de las épocas de la Segunda Guerra Mundial o la Guerra Fría, Estados Unidos no debería buscar difundir la cultura estadounidense para contrarrestar el trabajo de las autocracias; eso sólo provocaría una reacción violenta. En cambio, el gobierno de Estados Unidos, sus aliados y los actores de la sociedad civil deberían fortalecer las manos de los pensadores y creadores independientes que trabajan dentro de sus propios países. Los enfoques variarán según el entorno. La financiación extranjera directa para artistas e intelectuales en China o Hong Kong, por ejemplo, sólo pondría en peligro a sus destinatarios. Por el contrario, los artistas ucranianos y otros creadores culturales podrían beneficiarse mucho de ese apoyo material. Por ejemplo, el gobierno de Estados Unidos y el Fondo Mundial de Monumentos han dedicado recursos a la reconstrucción de sitios culturales ucranianos destruidos en la guerra. Pero tan importante como el pasado cultural de Ucrania es su presente y futuro. Por un costo bastante bajo, la embajada de Estados Unidos o la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional podrían suministrar libros, materiales de arte e instrumentos a académicos, músicos, artistas y escritores ucranianos, ayudándolos a continuar produciendo y distribuyendo obras en tiempos de guerra. Los fondos podrían financiar la traducción de obras al inglés y otros idiomas y permitir a los creadores culturales ucranianos viajar por todo el mundo, ayudando a conseguir apoyo internacional para la causa de Kiev. El respaldo a eventos musicales, exposiciones y festivales del libro podría ayudar a elevar el ánimo del país y fortalecer su cohesión a medida que la guerra se prolonga.

Estados Unidos y otras naciones podrían tomar medidas para fortalecer y hacer cumplir mejor las protecciones globales de la libertad artística. Los artistas y escritores que se convierten en blanco de gobiernos represivos necesitan canales sólidos y accesibles de asistencia financiera, asesoramiento y apoyo. Se necesita más financiación para las redes globales existentes que protegen a los artistas en el mundo real y en línea, evitan la aplicación de la ley contra ellos, los sostienen cuando la represión gubernamental agota sus ingresos y les aseguran visas extranjeras cuando el exilio se convierte en su única opción viable. Las democracias deberían apoyar los esfuerzos de las Naciones Unidas para adaptar y extender a los artistas, escritores, intelectuales y creadores de cultura los tipos de normas y regímenes internacionales que los organismos mundiales, incluida la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura y la Organización de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Consejo de Derechos Humanos, han implementado para salvaguardar a periodistas y defensores de derechos humanos. La ONU ha detallado algunos de los tipos de asistencia necesarios, por ejemplo, capacitación para abogados defensores y fiscales que manejan casos de libertad creativa y recursos para documentar y publicitar violaciones a los derechos culturales a través de informes periódicos, visitas al sitio y divulgación en los medios.

Los gobiernos occidentales deberían reconocer que los creadores de cultura son parte de la infantería del antiautoritarismo. El personal de la embajada de Estados Unidos debería esforzarse en desarrollar relaciones con figuras culturales clave, comprender sus necesidades y considerar cómo Estados Unidos podría apoyar útilmente su trabajo sin contaminarlos ni ponerlos en peligro. Los artistas e intelectuales en entornos represivos anhelan oportunidades para compartir su trabajo, verlo distribuido traducido, asistir a conferencias y congresos a nivel internacional y obtener mayor visibilidad en el país y en el extranjero a través de publicaciones, entrevistas, eventos y apariciones. Dicho apoyo puede ofrecer sustento profesional y creativo, así como elevar el perfil público de figuras culturales como un escudo potencial contra la persecución. Los gobiernos e instituciones occidentales que buscan luchar contra el autoritarismo pueden hacer pequeñas inversiones en personas con estatura y visión que puedan generar dividendos significativos en términos de fomentar la resistencia.

El objetivo de tales esfuerzos debería ser elevar y celebrar a los pensadores y trabajos creativos auténticos, en lugar de moldear lo que esos pensadores dicen o producen. Este enfoque evita los peligros del avance de la propaganda o de una visión del mundo centrada en Occidente. También evita adoptar el enfoque autoritario de intentar apoderarse de los medios para propagar un mensaje dictado desde arriba.

La cultura puede parecer un espectáculo secundario en un mundo dividido por múltiples guerras, competencia económica y confrontación política. Pero las tácticas tradicionales para apuntalar la democracia a través de elecciones y la construcción de instituciones han sido insuficientes durante décadas, mientras los barómetros de la libertad global están en caída libre. La falta de progreso habla de la necesidad de activar nuevas fuerzas y tácticas. Se necesitan estrategias innovadoras para penetrar más profundamente en las políticas vulnerables, moldeando las esperanzas, las percepciones, el sentido de lo que es posible y el deseo de efectuar cambios de los ciudadanos. Autores, cineastas, artistas y músicos se dedican a aprovechar miedos, creencias y aspiraciones profundamente arraigados. Para sobrevivir y prosperar, la democracia depende de la voluntad popular. Esa voluntad no se puede fabricar ni alimentar desde fuera. Pero pueden ser provocados y cultivados desde dentro por aquellos que mejor conocen una sociedad: sus creadores culturales.

Link https://www.foreignaffairs.com/united-states/real-culture-wars

 

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