jueves 26 de diciembre de 2024
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Las raíces del nuevo resentimiento del Sur Global

Cómo las respuestas egoístas de los países ricos a la pandemia avivaron la desconfianza

Traducción Alejandro Garvie

En junio pasado, en la ceremonia de clausura de la Cumbre por un Nuevo Pacto de Financiamiento Global en París, el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa presentó un tema que, a primera vista, tenía poco que ver con las finanzas internacionales. En declaraciones ante decenas de líderes mundiales, planteó la cuestión de las vacunas contra la COVID-19. En 2021, cuando se implementaron las primeras vacunas contra la COVID-19, los sudafricanos “nos sentimos como mendigos en lo que respecta a la disponibilidad de vacunas”, dijo Ramaphosa. “Los países del hemisferio norte… las estaban acaparando y no querían liberarlas en el momento en que más los necesitábamos. Eso, continuó, “generaba y profundizaba la decepción y el resentimiento de nuestra parte, porque sentíamos que la vida en el hemisferio norte es mucho más importante que la vida en el sur global”.

Ramaphosa no es el único que ve las cosas de esta manera. En 2021, Strive Masiyiwa, empresario y filántropo de Zimbabwe (y ahora fideicomisario de la Fundación Bill y Melinda Gates), dijo que el comportamiento de los países ricos durante la pandemia perpetuaba “una arquitectura global deliberada de injusticia”. Este profundo sentimiento de traición a corroído la confianza entre los países y las implicaciones geopolíticas son significativas.

Por supuesto, la era de la COVID-19 abarcó sólo algunas de la letanía de promesas incumplidas entre el Norte global y el Sur global. Pero mientras los países más ricos luchan por comprender al Sur global (y especialmente la reacción ambivalente de las naciones africanas ante la guerra de Rusia contra Ucrania), se subestima el efecto persistente del abandono durante la pandemia. Dos tipos de fallas definieron la era de la COVID-19 para los países de bajos ingresos: la vacilación del Norte global a la hora de compartir recursos de manera equitativa y su falta de voluntad para tratar a los países del Sur global como socios iguales para abordar una crisis compartida. Hasta que los países ricos tomen medidas concretas para repararla, la brecha sólo se hará más profunda.

UNO PARA TI, DIECINUEVE PARA MÍ

Durante la pandemia de COVID-19, los países más ricos del mundo dejaron en gran medida a los más pobres a su suerte. Pero no tenía por qué ser así y, por un momento, no pareció que fuera a ser así. En abril de 2020, una coalición de gobiernos del G-20, grupos filantrópicos y organizaciones multilaterales lanzó el Acelerador de Acceso a Herramientas COVID-19, una colaboración para acelerar el desarrollo de vacunas y garantizar un acceso equitativo a pruebas, tratamientos y vacunas. El plan de vacunación COVAX, valorado en 12.000 millones de dólares, se creó para garantizar que todos los países, independientemente de sus recursos, tuvieran un acceso equitativo a las vacunas contra la COVID-19.

Desde el comienzo de la pandemia, la Fundación Gates argumentó que las vacunas, las pruebas y los tratamientos que salvan vidas deberían distribuirse en función de las necesidades, no de la riqueza, y ayudamos a fundar y financiar el Acelerador de Acceso a Herramientas COVID-19 y COVAX debido a esa convicción. El objetivo era permitir que todos los países vacunaran al diez por ciento de sus poblaciones que enfrentaban los mayores riesgos del nuevo coronavirus (como los ancianos y las personas con comorbilidades importantes) antes de que cualquier país vacunara a las personas de menor riesgo. COVAX tenía como objetivo entregar dos mil millones de dosis de vacunas contra la COVID-19 en todo el mundo para finales de 2021, 1.300 millones de ellas a países de ingresos bajos y medianos. Rusia y Estados Unidos, entonces liderados por el presidente Donald Trump, estuvieron notoriamente ausentes de la lista de signatarios, pero más de 180 países se inscribieron.

Para prepararse para administrar las vacunas contra la COVID-19, los gobiernos africanos y otros de ingresos bajos y medianos capacitaron a trabajadores de la salud y trabajaron con organizaciones globales para conseguir las herramientas y equipos adecuados. Muchos de estos países ya tenían experiencia en implementar campañas de vacunación masiva rápidas y exitosas gracias a su experiencia en la lucha contra enfermedades infecciosas como el sarampión, la polio y el VIH.

Sin embargo, COVAX sólo podría tener éxito si los países ricos cooperaban y proporcionaban recursos significativos. En ambos aspectos se quedaron cortos. Para que el modelo de financiación de COVAX funcionara, los países ricos tendrían que haber comprado al menos parte de su suministro de vacunas contra la COVID-19 del programa, proporcionando a COVAX los ingresos necesarios para negociar acuerdos más asequibles para los países de bajos ingresos. Pero después de que los reguladores comenzaron a aprobar estas vacunas a fines de 2020, los países ricos retrasaron las contribuciones financieras prometidas y cerraron acuerdos paralelos con los fabricantes, comprando la mayor parte del suministro de vacunas antes de que alguien recibiera una inyección.

Las consecuencias negativas de estas acciones fueron especialmente visibles en África, donde la Fundación Gates realiza la mayor parte de su trabajo. En febrero de 2021, las primeras dosis de la vacuna COVAX llegaron a Ghana y Costa de Marfil (tres meses después de que países como el Reino Unido comenzaran a vacunar a sus ciudadanos), pero estas dosis solo representaban una pequeña fracción de lo que el país necesitaba. En mayo, el 35 por ciento de las personas en Estados Unidos estaban completamente inmunizadas, en comparación con el 0,3 por ciento de las personas en África. Según un informe de STAT, los países ricos, incluido Estados Unidos, que se unió a COVAX en 2021, poco después de que Joe Biden asumiera la presidencia, se comprometieron a donar 785 millones de dosis de la vacuna COVID-19 a COVAX. Pero en septiembre de 2021, solo había llegado el 18 por ciento.

El retraso en la entrega no sólo impidió que millones de personas recibieran vacunas. Dio más tiempo a la desinformación y a las teorías conspirativas, lo que provocó una falta de aceptación. Para el otoño, cuando la gente en Estados Unidos y el Reino Unido recibió inyecciones de refuerzo, el 98 por ciento de las personas en los países de bajos ingresos aún no habían recibido una sola dosis. La desigualdad era atroz: en Estados Unidos, mi hijo de ocho años, como muchos otros niños estadounidenses, recibió su primera vacuna contra el COVID-19 antes que el 97 por ciento de la población de Malawi, a pesar de que enfrentaba un riesgo muy bajo de sufrir una enfermedad grave.

MALA RESACA

Los gobiernos africanos no se quedaron simplemente sentados esperando ayuda. En noviembre de 2021, científicos sudafricanos alertaron al mundo sobre la variante Omicron. Como agradecimiento, países ricos como Estados Unidos y Reino Unido prohibieron los vuelos desde Sudáfrica. Incluso cuando los africanos lideraron el mundo en preparación para una pandemia, fueron tratados con desprecio.

El programa Acelerador de Acceso a Herramientas COVID-19 tuvo efectos que salvaron vidas. Hasta noviembre de 2022, había entregado 1.800 millones de dosis de vacunas contra la COVID-19 a 146 países. También envió casi 180 millones de pruebas de COVID-19 a países de ingresos bajos y medianos y rastreó y analizó más de 1.000 ensayos clínicos en una búsqueda de nuevos tratamientos prometedores. Pero se podría haber evitado tanta desconfianza si los países ricos hubieran cumplido sus promesas.

La fase más mortífera del COVID-19 parece haber terminado. Pero los países de bajos ingresos todavía sufren réplicas. Durante la pandemia, los países de altos ingresos introdujeron fondos de estímulo para impulsar sus economías y brindar servicios sociales. En promedio, los países del G-20 comprometieron el 20 por ciento de su PIB para estas prioridades. Pero los países de bajos ingresos sólo pudieron comprometer el tres por ciento. Para financiar servicios esenciales en 2020, los países de bajos ingresos pidieron prestados miles de millones de dólares para mantener las luces encendidas mientras sus necesidades urgentes no hacían más que crecer.

Incluso cuando lo peor de la amenaza de la pandemia ha disminuido, los países de bajos ingresos aún deben gastar grandes sumas de dinero para pagar esa deuda en lugar de invertir en salud, desarrollo, educación y resiliencia climática. En 2021, entre los más de 70 países de bajos ingresos elegibles para la asistencia de la Asociación Internacional de Fomento del Banco Mundial, el servicio de la deuda como porcentaje promedio del PIB saltó a un nivel no visto desde 1997. Según un informe reciente de las Naciones Unidas, casi la mitad de la gente del mundo vive ahora en países que gastan más en el servicio de la deuda externa que en atención médica, un aumento del 25 por ciento desde antes de 2020. Estas resacas de la deuda están obstaculizando el crecimiento. Y contribuyen a crear una sensación, entre las poblaciones de los países de bajos ingresos, de que el mundo tiene un doble rasero.

DÉFICIT DE CONFIANZA

La falta de voluntad del Norte global para cumplir sus promesas durante la pandemia de COVID-19 es un factor particularmente subestimado en una creciente brecha entre el Norte y el Sur. Pero no es ni mucho menos el único. Un abuso de confianza similar ha marcado la respuesta mundial a la crisis climática.

En la cumbre climática de 2015 en París, los países desarrollados se comprometieron a gastar 100 mil millones de dólares al año para apoyar la mitigación y adaptación al clima en los países en desarrollo. Pero desde entonces estos países donantes han incumplido este objetivo por decenas de miles de millones de dólares cada año. Peor aún, los préstamos representaron el 70 por ciento de la financiación que los países ricos prometieron en París. En la práctica, los países de bajos ingresos están pidiendo dinero prestado (con intereses) para pagar los daños causados por los países ricos.

En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021 en Glasgow, los países ricos volvieron a hacer una fuerte promesa: esta vez, duplicar su gasto en adaptación climática para 2025, y la mayor parte de los fondos se destinará a ayudar a los países que hacen relativamente poco para impulsar el cambio climático pero sufrirá sus consecuencias más graves. Pero muchos países de altos ingresos todavía no han hecho anuncios específicos sobre lo que contribuirán, lo que aumenta el escepticismo justificado de que se cumpla esta promesa. Cada retraso hace que las soluciones se vuelvan más complejas y costosas.

Ha habido algunos avances. En junio, Senegal llegó a un acuerdo de energía verde por valor de 2.700 millones de dólares con Canadá, la Unión Europea, Francia, Alemania y el Reino Unido para apoyar la recuperación económica de Senegal y hacerlo más resiliente a futuras crisis. Ese mismo mes, Zambia, que incumplió el pago de su deuda soberana durante la COVID-19, consiguió un acuerdo revolucionario de reestructuración de la deuda después de largas negociaciones. Pero la ayuda es lenta, fragmentada y no alcanza la escala que correspondería a la gravedad de las crisis que enfrentan los países de bajos ingresos.

ROMPIENDO EL PATRÓN

Muchos países de bajos ingresos ahora se encuentran buscando nuevos socios o preguntándose si el único curso de acción viable es intentar resolver sus problemas por sí solos. Pero los destinos del Norte global y del Sur global siguen atados.

Gracias, en parte, a la crisis de la deuda y las restricciones fiscales a los presupuestos de los países que salen de la pandemia, este es el momento más difícil en una generación para la salud y el desarrollo globales. Están en riesgo décadas de progreso en la lucha contra la pobreza extrema y la mortalidad infantil en gran parte de África, Asia y América Latina. Los países deben trabajar juntos para afrontar estos desafíos, pero no se puede lograr ningún progreso sustancial en ninguna parte sin un esfuerzo concertado para reparar la brecha entre el Norte global y el Sur global. Los países ricos no sólo tienen el imperativo moral de actuar. Es por su propio interés hacerlo, ya que, en un mundo globalizado, la desigualdad en cualquier lugar socava la seguridad y la prosperidad en todas partes.

Reconocer las violaciones de confianza en la era de la pandemia es un buen primer paso. Pero la reparación requerirá más que disculpas o promesas de hacerlo mejor la próxima vez. De manera más tangible, los líderes del Norte global deben garantizar que la ayuda que ya han prometido públicamente llegue a sus destinatarios de manera oportuna. Sería útil ampliar la capacidad crediticia de los bancos multilaterales de desarrollo: estas instituciones deberían priorizar la concesión de subvenciones y financiación en condiciones favorables a países de ingresos bajos y medios donde es poco probable que haya otros tipos de capital disponibles.

La Cumbre para un Nuevo Pacto de Financiamiento Global celebrada en París en junio fue un paso importante para abordar la urgente necesidad de financiamiento de los países de bajos ingresos. Pero nunca estuvo destinado a ser un punto final. Su mayor contribución fue crear un espacio valioso para que los líderes de los países de ingresos bajos y medianos hicieran valer sus expectativas. Más allá de cumplir sus promesas materiales a los países de bajos ingresos, los países ricos deben aprender a tratar a los líderes de los países de bajos ingresos como verdaderos socios. En la cumbre de París, el presidente de Kenia, William Ruto, dijo que los países africanos anhelan ser percibidos como “parte de la solución” a los problemas globales, no como un lastre para resolverlos.

Si los países ricos se deshacen de la percepción de que los países de bajos ingresos siguen siendo meros receptores de su caridad, encontrarían fuertes aliados con experiencia para ayudar a enfrentar algunos de los desafíos climáticos y de salud más persistentes. Un marco prometedor es el modelo de capital híbrido del Banco Africano de Desarrollo, un nuevo método que permite a los países redirigir sus reservas de activos no utilizadas del Fondo Monetario Internacional hacia un banco de desarrollo multilateral, multiplicando así la capacidad del banco para ayudar a las economías en dificultades con sus deudas y financiar un desarrollo crucial y proyectos de sostenibilidad.

Este modelo creativo emana de una institución liderada por África y podría sentar un precedente convincente para otros bancos de desarrollo y formuladores de políticas en todo el mundo. Al enfatizar colaboraciones como estas, la próxima vez que el mundo se vea amenazado por una pandemia, más países estarán listos para responder y reconstruir. Eso no sólo beneficiaría al Norte global o al Sur global: sería una victoria para todos.

Link https://www.foreignaffairs.com/africa/roots-global-souths-new-resentment

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