I. En el cónclave ultraderechista celebrado en nuestro país, que en estos temas nunca se priva de nada, Javier Milei habló y exhibió las vanidades que nosotros tan bien conocemos: soy el mejor del país y del mundo, el más listo, el más lindo y el más vivo. Lo dijo con sus habituales tonos y con la expresión de quien ya está acostumbrado a decir lo mismo y acostumbrado a que aplaudan y festejen su letanía. La única observación digna de hacerse es que en ese corral de extremistas de derecha que se dio cita en nuestros pagos, en ese tumulto de nostálgicos de los tiempos de Franco y de los años en los que se desfilaba cantando “Cara al sol” y con la mano saludando como le gustaba a Mussolini, Milei se sentía muy cómodo, como en casa, como cuando a uno lo invitan a comer un asado los amigos de toda la vida y sabe que está todo organizado para pasarla bien. Tema a debatir por los historiadores en el futuro si Milei es un liberal, un libertario, un conservador, un derechista o un salvador de la patria. Lo seguro por ahora es que en las reuniones con los emisarios de la extrema derecha el hombre está cómodo, y desde esa comodidad no se priva de tratar de ratas, basuras, excrementos y otras lindezas por el estilo a políticos, jueces, periodistas. El último aporte que ha hecho a su truculenta lista son los científicos. Digamos que salvo Karina y Santiago, y por supuesto, Benegas Lynch y su hijo Bertie, nadie puede eludir alguna invectiva, algún insulto o algún reto. Pareciera que el cuatro por ciento de inflación y el equilibrio fiscal son los talismanes que lo autorizan a darse esos gustos.
II. A un déspota del signo que sea, a un autoritario o aspirante a totalitario se lo conoce por su fobia a la libertad de expresión, a la justicia independiente y al pluralismo político. También por su afición discursiva de barricada. Hablan como si las palabras fueran el látigo que suelen usar los domadores para atemorizar a las fieras. Gritan, vociferan, transpiran. Y “la masa” suele acompañarlos en esa excursión al territorio de Tanatos. El pasaje de las palabras a los hechos a veces es inmediato, a veces demora un poco más, pero en todos los casos la intención es inequívoca. Repasen la historia desde Fidel Castro a Mussolini; desde Chávez a Daniel Ortega; desde Ceaucescu a Hitler y observarán algunas constantes que exceden la retórica ideológica acerca de izquierda y derecha. Los rótulos también son engañosos. Los nazis y los falangistas reivindicaban su condición de socialistas; Anastasio Somoza no tenia rubores para declararse liberal y antifascista; la extrema derecha de Austria se presenta como el partido de la Libertad. Tiempos de desconcierto. Desconcierto ideológico, político, cultural. Esto es lo que nos toca vivir. También los años veinte y treinta del siglo veinte fueron calificados como tiempos de desconcierto. Y en ese desconcierto los únicos que parecían tenerla clara eran los fascistas y los comunistas. El mundo de hoy, me dirán, no tiene nada que ver con aquellas pesadillas. Y yo quiero creerles, pero como acerca del futuro lo que reina es la incertidumbre, resulta casi inevitable que comparemos los rigores del presente con algunas experiencias del pasado.
III. No sé si todos los liberales, todos los conservadores y todos los progresistas se parecen, lo que sí sé es que en los temas que importan los autoritarios en algún punto parecen hermanos gemelos. Los insultos de Milei contra los periodistas y los medios de comunicación no son muy diferentes a los de Cristina; la certeza de que los únicos periodistas, jueces o políticos no “ensobrados” o no corrompidos son los propios, también es una verdad compartida. El periodista ensobrado, mentiroso o extorsionador que apoya a Milei goza de las sólidas seguridades; algo parecido ocurre con los jueces: los que molestan son los jueces que investigan, pero Ariel Lijo, por ejemplo, es un amigo. Se dirá que Milei es agresivo, es violento, emplea un lenguaje de pendenciero, pero no va más allá de eso. Acepto por ahora la observación, pero la dejo con puntos suspensivos. El lenguaje no es inocente y a la hora de la disputa del poder nunca es neutral. No revelo una verdad divina si digo que la violencia en política siempre se inicia con el lenguaje. En política y en la vida cotidiana. Si me insulto con el vecino y redoblo los insultos, en algún momento pasaremos a escenas más escabrosas. Es que como dijera José Antonio y repitiera alguna vez Abascal, no hay más dialéctica que la de los puños y las pistolas. O, como le gusta citar a los izquierdistas: “Pasar de las armas de la crítica a la crítica de las armas.
IV. Repasemos. Milei no es fascista; a diferencia de suj íntimos amigos su visión del mundo no es la de un nacionalista estrecho, pero sus oscilaciones pueden llegar a ser peligrosos. Insisto: el insulto, la ofensa, la agresión verbal desde el poder del estado suele ser la antesala de desgracias mayores. Milei no es fascista, pero sus amistades con la extrema derecha son visibles. ¿Son amigos o es un malentendido? Vaya uno a saberlo. Milei no ha metido preso a nadie que piense diferente a él, pero si las cataratas de insultos crecen en algún momento se impondrá inevitablemente tomar otras decisiones. Por lo pronto, en estos días resolvió vía decreto, otra de las tentaciones autoritarias, limitar y condicionar la ley de acceso a la información pública, ley que, dicho sea de paso, fue aprobada durante el gobierno del hombre que suele cenar con él en el comedor de la residencia de Olivos. Se ha dicho que Milei es un desagradecido con los periodistas y los medios porque sin esa ayuda mediática jamás habría llegado a la presidencia. Convengamos que no deja de sorprender que el hombre que ganó fama en los paneles de televisión, los programas de radio y las páginas de los diarios, ahora quiera limitar el campo de acceso a la información pública. El liberal libertario defiende a capa y espada el secreto de estado y los secretos que urden los que mandan. A ese liberal le recuerdo que sin las denuncias de Alconada Mon, Lanata, Cabot Lodge, entre tantos, no se hubieran conocido las fechorías del kirchnerismo y las trapacerías de Alberto. Y por lo tanto, aventureros audaces como Milei no hubieran tenido letra para montar sus espectáculos mediáticos. Ahora resulta que esos investigadores molestan. Desagradecimientos de este estilo abundan en la historia. Me gustan los periodistas que denuncian a mis adversarios, pero después me molestan los periodistas que me denuncian a mí. Es un clásico. En 1930, Natalio Botana, director del diario Crítica, hizo una campaña feroz y contra el gobierno de Hipólito Yrigoyen, gobierno que, convengamos, parecía interesado en dar todos los motivos para que los entorchados se dieran el gusto no solo en derribar el gobierno, sino en derribarlo ganando la calle y con apoyo popular. El 6 de septiembre llegó el golpe de estado y el 9 de septiembre la acordada de la Corte Suprema legitimando a los golpistas. “Lo logramos”, dijo Botana; y lo mismo pensaron políticos liberales, socialistas y conservadores más los estudiantes de la FUA. Lo seguro es que el general Uriburu llegó al poder, entre otras cosas, gracias a Botana. Y a los pocos meses, una de las decisiones más trascendentes de los golpistas fue meter preso a Botana y a su esposa. Preso y con algunos otros servicios incluidos, como, por ejemplo, estrenar en el cuerpo de Botana la picana eléctrica manejada con destreza por el hijo de Leopoldo Lugones, es decir el hombre que escribió la proclama golpista del 6 de septiembre. Punto. O puntos suspensivos. Milei no es Uriburu y Magnetto no es Botana. El mundo cambia, los hombres cambian, pero les recuerdo que la pulsión del poder y sus morbosas tentansiones se mantienen intactas desde los tiempos de los sumerios. Nunca olvidar que la historia estudia el cambio, pero también estudia lo que permanece.
Publicado en El Litoral.