jueves 19 de diciembre de 2024
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La UCR no tiene quien le escriba

Marcelo Helfgot  conocía a la UCR como Garcia Marquez a Macondo.
Tenía el talento de explicar la relaciones enmarañadas de los Aurelianos de boina blanca, con ese realismo mágico que transmitía la tensión, el amor y la fraternidad de la familia radical.
Lo conocí por los 80, cuando seguramente le habré llevado una gacetilla, de alguna actividad intrascendente de la Juventud Radical de San Telmo, la que sin duda recibió gentilmente, con respeto y su típica media sonrisa.
Siempre me pareció un personaje entrañable, muy piadoso con los jóvenes radicales, a quién solía escuchar en reuniones donde no se guardaban las formas. Pero al momento de escribir, nos cuidaba como te cuidan los buenos tipos, transitando el estrecho camino entre el cariño y la información.
Tenía esa calidad humana, llana y sincera, que enseguida te hacia sentir su amigo.
A fines de los 90 me llamó para contarme que estaba muy feliz porque iba a casarse con su novia cubana y quería festejarlo en el Bar Mágico. La fiesta fue maravillosa, asistió gran parte de la redacción de Clarín, unos cuantos radicales y los cubanos, que provocaron admiración sacándole lustre al piso durante toda la noche.
El resto de nuestra amistad y cada café compartido, estuvieron endulzados por el recuerdo recurrente de aquella noche, donde celebró su amor con la hermosa Nadieski.
Generoso con sus contactos, mi primer escuela de magia, logros y espectáculos, brillaron en los medios gracias a él . Estoy seguro que muchos, quienes lo conocieron se verán reflejados en estas historias. Nuestros últimos encuentros, fueron en el mes de julio, cuando me ayudó a organizar un viaje a Cuba, se vino a un bar de su Parque Patricios con mapas de la isla, unos cuantos pesos cubanos y una valija de medicamentos, para que le llevara a sus parientes y amigos en La Habana.
La profesión de periodista siempre me resultó fascinante y con Marcelo intenté indagar en sus trucos, pero él era inexpugnable, hablaba con todo el mundo, procesaba su información y jamás caía en la infidencia. En sus más de cuatro décadas de periodismo, gran parte de ellas escribiendo sobre el radicalismo, no recuerdo un solo artículo que le hiciera daño al partido.
Marcelo fue un periodista de raza, empezó en los años setenta con la máquina de escribir, el grabador y el anotador. En el glamour de las notas de color y el rumor estéril de la comunicación digital, sus convicciones nunca se ablandaron, su enorme agenda y su inabarcable poder de información siempre tuvieron el mismo norte: la defensa de la política.
Muchas veces, en nuestras frecuentes charlas, estuve tentado de preguntarle a quien votaba, pero la impertinencia de la pregunta siempre reprimió mi tentación. Me intrigaba saber si el profundo observador, nos elegía entre sus preferencias electorales.
Sin embargo, atento a descubrirlo le solía tender trampas en esa dirección,  en alguno de los últimos cafés, se le escapó un “nosotros” hizo una pausa, sonrió como siempre y siguió hablando. No se bien que fue eso, pero tampoco me importa, Marcelo era de los nuestros, un militante de la democracia.
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