viernes 6 de diciembre de 2024
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La sonrisa de los augures

Si el severo Catón el Viejo admiraba la habilidad de los augures para contener la risa durante sus abstrusos ritos, era porque intuía que el antiguo culto romano había ingresado en un irremediable eclipse. De modo equivalente, algunos analistas actuales pontifican que las disparatadas escenas que se están viendo constituyen signos inequívocos del ocaso del culto político dominante durante los últimos setenta años y de la consecuente epifanía de una nueva Argentina.

Sin embargo, así como Roma no cayó en un día, tampoco esta creencia autóctona lo hizo el domingo de su última hecatombe electoral, pues es probable que su degradación ya tenga los mismos años que aquella recordada imagen de Cafiero y Ruckauf riéndose como traviesos acólitos en medio de la crisis de los 70, o el cómico proyecto de “el brujo” de erigir un “altar de la patria” en pleno Palermo, o la evanescencia de las tres estampitas veneradas en los viejos colectivos porteños: un santo, Gardel y un general ecuestre. Empero, no hace falta ser Gibbon para interpretar la vacuidad de la actual liturgia, pues ni el más distraído monaguillo ignora la paradoja de que sus sumos sacerdotes no desprecian a nadie tanto como al fundador de su propia religión. 

La cuestión argentina es mucho más compleja que celebrar, restaurar o reemplazar la extinción de una fe, pues permanece intacto el ritual por el cual muchos simulan creer en una escenografía montada para dispensar la verdadera devoción que tiene lugar en el trasaltar: el culto al poder y a los intereses económicos.

El “círculo rojo”, los servicios subsidiados, los poderosos laboratorios, el crimen organizado, la oligarquía sindical, la timba financiera, el juego, la academia y la cultura dependiente, los conversos a cambio de prebendas e indulgencias, los grupos de choque que dominan las calles, las barras bravas y otros constituyen los popes del verdadero credo que guía espiritualmente a la Argentina. Su templo ya no está solo cada vez más colmado de humildes desamparados que encienden inútiles velas a manosantas expertos en prometer paraísos y distraer con limosnas, sino también de fariseos subidos a los púlpitos pontificando cada vez más inverosímiles imposturas espirituales. Los misterios de la fe y el humo de los inciensos se desvanecen reemplazados por el “éxtasis” místico ante las cajas fuertes y el aroma a billetes que ofrendan las obras públicas, las provisiones al Estado, los subsidios, las canonjías estatales y las proveedurías de heladeras y bicicletas. 

Sería injusto atribuirles al peronismo y a los peronistas la exclusiva responsabilidad de lo que ocurre. Existen misterios más herméticos por revelar, como por qué la derecha más rancia y próspera comulga en la práctica con un culto supuestamente revolucionario, por qué cualquier hereje se convierte en fanático a la hora de la colecta o por qué los más transgresores teólogos de la liberación prometen a los pobres un paraíso, a sabiendas de que no les llegará, pero del que la secta de iniciados ya disfruta en esta Tierra.

Se trata menos de contar cuánto disminuyen los creyentes sinceros que de desentrañar por qué se incrementan quienes deambulan con sus bolsas de terciopelo recogiendo el diezmo. No basta con que los clérigos se burlen de sus propios ritos, que los apóstatas profeticen nuevos mesías, que los feligreses simulen creerles o que los oráculos auguren su fin, sino con acometer la exégesis de los misterios que sufragan una liturgia en la que cada vez menos creen, pero que sin embargo congrega a las sectas más esotéricas y poderosas de la grey argentina. Entretanto, la masa de fieles sonríe incrédula y obra milagros para sobrevivir.

Publicado en La Nación el 21 de junio de 2022.

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