Con siete meses de cuarentena y una sociedad angustiada, frustrada y cansada, seguimos sorprendiéndonos todos los días con más casos y muertes. Evidentemente, algo se hizo muy mal para que nos hayan dicho que éramos “el mejor alumno” y ahora somos casi “el peor de la clase”.
La sociedad intentó cumplir lo que pudo con las normativas y recomendaciones, hasta que por necesidad o por fatiga, no aguantó más. Luego de dos meses, la cuarentena comenzó a crujir, primero en los segmentos más pobres, mayoritariamente víctimas del trabajo informal, para luego extenderse como una mancha de aceite a todo el entramado social. Finalmente se rompió cuando la solidaridad se convirtió en desesperanza y hartazgo.
Entre febrero y mediados de marzo, el Gobierno subestimó y “ninguneó” la inminente pandemia, pero, sobre todo, incurrió en profundas imprevisiones: no se controló la entrada de viajeros provenientes de países con alta circulación viral, y hubo demoras inaceptables en la compra de reactivos para las pruebas diagnósticas, cuyo déficit seguimos padeciendo.
Aun así, cuando se decretó la cuarentena obligatoria el 19 de marzo, viendo la tragedia de Europa, la decisión concitó una gran cohesión social y un fuerte apoyo de la oposición. El Presidente se puso al hombro la gestión de la pandemia, pero este empoderamiento, que contó con altísima aprobación pública, encerró al gobierno en una burbuja emocional.
Al cabo de las primeras semanas, cuando se vio su efecto sobre el aplanamiento de la curva de casos, el gobierno se enamoró de la cuarentena y comenzó a desplegar un discurso triunfalista donde parecía que habíamos doblegado al virus y controlado la enfermedad. Lamentablemente, ese tiempo inicial que se ganó para mejorar la capacidad de respuesta hospitalaria en los primeros 2 meses, no se aprovechó para desplegar una respuesta comunitaria, con ampliación del testeo y aislamiento para bloquear los brotes. La clave para que llegaran menos casos al hospital era detectar precozmente los contagios en la comunidad y no tardíamente cuando se comenzó con el Plan DetectAR.
A principios de mayo, cuando teníamos 100 y no 15.000 casos por día, propusimos desde la Fundación Alem, ensayar una salida ordenada de la cuarentena ampliando la búsqueda activa de casos, protegiendo a los ancianos y a las personas con enfermedades crónicas y aplicando medidas más focalizadas a la población de barrios de emergencia, instituciones geriátricas, cárceles u otras situaciones de encierro.
Para esa fecha, hubiera sido posible comenzar a reabrir la economía, liberar la creciente presión social, poner a funcionar nuevamente a las instituciones y recuperar la libertad con responsabilidad, aun cuando hubiera que retroceder si la situación empeoraba. No nos escucharon.
Y así comenzaron, cada 2 ó 3 semanas, a sucederse las conferencias del presidente con sus “filminas” y sus comparaciones con otros países. Mientras tanto, la cuarentena se seguía prolongando y los casos, si bien lentamente, seguían subiendo.
Como en la llamada “falacia del espantapájaros”, aquel que proponía una idea alternativa era caricaturizado, tergiversando el sentido de sus argumentos para luego ser atacado implacablemente. Ese fue el comienzo de la falsa opción salud versus economía, planteada también como “cuarentena o muerte”, donde aquéllos que teníamos otra visión de cómo gestionar la epidemia, éramos considerados casi como emisarios de la muerte.
Muchas de estas antinomias fueron también fogoneadas por un consejo asesor casi exclusivamente formado por infectólogos y algunos científicos “militantes”, con una visión muy limitada de la pandemia.
Tampoco nos escucharon cuando recomendábamos un consejo asesor independiente que incluyera también a profesionales de otras disciplinas como economistas, cientistas sociales, psicólogos, comunicadores y científicos, con una mirada y una perspectiva más amplia para abordar la pandemia en toda su complejidad.
Y lo que fue una decisión acertada y oportuna cuando se tomó, dejó de serlo cuando se empezó a utilizar a la cuarentena como único instrumento para controlar la epidemia. Si hubiéramos tenido la vacuna a la vuelta de la esquina, la prolongación de la cuarentena podría haber sido una decisión acertada, pero al final del día, lo único que se logró es llegar a la situación epidemiológica actual, pero acompañada de un colapso económico y social.
Después de casi siete meses, con la economía en estado crítico y la sociedad cansada, la cuarentena como opción es ya insostenible. Por eso hoy el Gobierno no está ya enamorado sino “entrampado”. Perdió credibilidad y confianza de la sociedad, y no sabe cómo salir. Mientras tenemos récord diario de casos y muertes, circulación restringida, clases suspendidas, caída profunda de la actividad económica, y más desempleo y pobreza, el gobierno carece de recursos para ofrecer alternativas. Y tal vez en el peor momento, no cuenta con el acompañamiento social que necesita. Si algo aprendimos en estos largos meses es que solo con el aislamiento no alcanza.
Frente a este escenario tan duro, que hoy abarca todo el país y no sólo el AMBA, pareciera que la sociedad quedó huérfana. Es como si nadie se hiciera cargo de la gestión de la pandemia. En el peor momento, el Presidente decidió delegar la comunicación de la última extensión de la cuarentena en una grabación con una voz en off, el ministro de salud aparece cada vez menos, se redujeron los partes periódicos, y el consejo asesor está casi desaparecido. Sin solución de continuidad pasamos rápidamente del paternalismo del presidente a la orfandad.
Sin embargo, no debemos ver las cosas como una cuestión binaria. La opción no es cuarentena eterna o la vieja normalidad. Hasta que llegue la vacuna, que probablemente no sea hasta mediados de 2021, habrá que convivir con el virus, cuidarse y cuidar al prójimo, proteger a la población más vulnerable, escuchar a la sociedad y reforzar el testeo, rastreo y aislamiento de casos y contactos para evitar los brotes cuando la epidemia en el país comience a controlarse, más cerca del fin de año. Es tiempo también de abandonar el discurso único y convocar a la oposición que tiene mucho para aportar y contribuir. Es el momento de remar todos para el mismo lado. Para ganar una regata, hacen falta todos los brazos.
Publicado en Clarín el 11 de octubre de 2020.
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