jueves 24 de abril de 2025
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La salida del cepo y las enormes ventajas de un Milei de vuelta enfocado en la economía

Algo de buena suerte y algo de estrategia se combinaron para habilitar una salida del cepo, aunque un poco improvisada, hasta ahora bastante menos costosa y conflictiva de lo esperado.

De seguir así, el plan de estabilización se va a fortalecer, la economía va a mejorar y, consecuentemente, se incrementarán las chances de lograr una sociedad menos excluyente, anómica y crispada, y de construir consecuentemente una democracia más sana. Por eso de que solo con una economía libre y abierta pueden funcionar bien las instituciones de una república.

Todo depende, claro, de que el ejercicio de las libertades cambiarias y monetarias encuentre un marco adecuado de estabilidad y el respeto a sus reglas se extienda a todos los involucrados, empezando por las propias autoridades. Y no se repita la frustración que al respecto vivimos en 2018 con Macri, y desde 2003 con el kirchnerismo.

Por algo los argentinos vivos, sean de la generación que sean, solo tenemos recuerdos malos de la libertad de mercado, o carecemos directamente de toda experiencia al respecto: lo que no habla mal de esa libertad, habla mal de nuestra historia, nuestras costumbres y de nuestros gobiernos.

La liberación del cepo en curso es una valiosa oportunidad para corregir ese desencuentro nefasto. Y para experimentar concretamente cómo las libertades económicas pueden incrementar la cooperación, los intercambios y traer beneficios para todos, porque se trata no de repetir la teoría sobre el tema sino de adquirir la experiencia práctica. A eso se han comprometido las autoridades y ojalá les salga lo mejor posible.

Y puede que vayamos en esa dirección porque, para empezar, la decisión significó un nuevo y bastante virtuoso reacomodamiento interno: volvieron al centro de la escena los técnicos que mejor entienden los problemas en cuestión, y pueden tomar decisiones adecuadas a esos fines, Luis Caputo, Federico Sturzenegger, Santiago Bausili, etc; y quedaron al menos de momento opacados los que componen el entorno presidencial más íntimo, ideológicamente más fanatizados y mucho menos profesionales, como han demostrado, en el manejo de los asuntos públicos.

Ya de por sí los primeros aportan un ajuste a la realidad con la que hay que lidiar, de la que los segundos carecen. Para tomar decisiones se inspiran en ideas, pero por sobre todo en datos duros y expectativas razonadas. Que ellos sean los funcionarios con los que el presidente más interactúa supone entonces una gran ventaja. Y es una ganancia enorme respecto a lo que estuvo pasando en la cúpula del poder durante todo el verano.

¿Por qué? Porque a fines del año pasado Milei pareció confiarse en que la economía la tenía ya controlada, el programa de estabilización podía dejarlo en piloto automático hasta después de las legislativas, y disponía entonces de un mayor margen de libertad para dedicar tiempo a la política, y en particular a un tipo de política que lo apasiona: la que involucra los temas de la “batalla cultural”.

A consecuencia de lo cual desde diciembre nos regaló dosis cada vez más intensas de esa batalla, con resultados amargos o indigestos, incluso para el propio Gobierno. La seguidilla empezó con unas sesiones extraordinarias dedicadas casi en exclusividad a leyes electorales y hacer pasar a Ariel Lijo por el Senado, siguió con una confrontación creciente con la oposición dialoguista por el presupuesto, Ficha Limpia y, de nuevo, Ariel Lijo y se profundizó una espantosa diatriba en Davos que justifica ya no lo vuelvan a invitar a ese foro y se profundizó; a continuación vino el festival de anarcocapitalismo que desembocaría en el escándalo Libra, más trumpismo explícito con la salida de la OMS y la promesa de salir del acuerdo de París, la ruptura definitiva con el PRO, más agresiones a periodistas y economistas independientes y, por qué no, más esfuerzos para imponer a Ariel Lijo, ahora con un decretazo indefendible.

Tras tantas metidas de pata, acumuladas y enmarañadas por la incapacidad de reconocer errores y revisar mínimamente las premisas con que se estaba actuando, tal vez lo mejor que podía pasarle era que algunas malas noticias económicas le dieran un buen susto. Y fue lo que sucedió. Cuando la inflación volvió a subir y las reservas empezaron a escapársele entre los dedos, paulatinamente en febrero, más claramente en marzo y ya alarmantemente a comienzos de abril, el gobierno cambió. Los números duros de pérdida de dólares y suba de precios pudieron más que todas las elucubraciones voluntaristas del triángulo de hierro.

Aunque también debe haber ayudado la caída en las encuestas. Como sea, entre una cosa y la otra, convencieron al gobierno de volver a su eje: fue electo para bajar la inflación y desregular la economía, no para otra cosa, y lo mejor es que se dedique a eso.

Es curioso, pero parece ser una regla de oro, válida para Milei así como para otros populistas de derecha: su diagnóstico de los problemas no es del todo equivocado, en algunos aspectos es bastante acertado, pero su inclinación al seleccionar soluciones está sesgado por el voluntarismo y el delirio ideológico, así que tiende a meter la pata en mayor medida cuanta más libertad tenga para elegir cursos de acción acordes a sus preferencias. Así, en situaciones en que no tiene mucho margen, porque las restricciones son muy altas y las urgencias inescapables, puede que actúe y funcione bastante bien; pero en cuanto gana más apoyo, dispone de más tiempo y puede elegir entre más opciones, mete la pata sistemáticamente. En suma, y aunque suene paradójico, a Milei la libertad le hace mal, y las restricciones le vienen, en cambio, muy bien.

Y no es casual que a Trump le esté pasando un poco lo mismo. Con la diferencia de que el norteamericano tuvo mucho más margen de libertad desde el principio, lo que ayuda a entender que su inclinación al error haya sido mucho mayor. Pero también, en cuanto las papas queman, tiene chances de recapacitar: vuelve a pesar mínimamente el sentido común, y puede tomar para el lado correcto. Lo vimos con su declamada guerra comercial: el delirio que promovían los colaboradores más fanatizados de MAGA y America First, que Trump avaló inicialmente, tuvo un efecto tan negativo en los mercados que intervinieron Scott Bessent y el ala más profesional de la gestión económica, para poner al menos un paréntesis y encarrilar las cosas hacia una vía negociada. El profesionalismo tecnocrático parece ser también en este caso el único antídoto disponible contra el delirio.

En la Argentina tenemos, en comparación, la ventaja que ofrece un gobierno dividido, encima con una muy minoritaria representación legislativa y escasísima gravitación territorial. Que por más que se puedan moderar un poco a favor del oficialismo tras las elecciones de este año, van a seguir ahí, operando como restricciones insuperables. Y tenemos además y por sobre todo la restricción del abismo: todos sabemos muy bien que la economía puede desbarrancarse en cualquier momento, nadie cree que se pueda sobrevivir a un derrumbe de la actividad, un salto inflacionario o cualquier otra desgracia como con las que está jugueteando alegremente Trump en estos días, y eso obliga a los actores a ser mucho más prudentes y moderados.

Gracias a Dios que Milei no es el jefe de un partido mayoritario ideológicamente cohesionado detrás de él, sino de un movimiento de opinión potencialmente efímero, y tampoco es el presidente de una potencia, sino de una de las economías más precarias del planeta. Encima obligado a estabilizarla, en el contexto más inestable de la economía internacional de que se tenga memoria.

Que se haya vuelto a dedicar a hacerlo en vez de a pelearse con medio mundo detrás de sus estrafalarias ideas sobre el mundo y sus alrededores es sin duda la mejor noticia que podía darnos.

Publicado en www.tn.com.ar el 20 de abril de 2025.

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