Quizás el final intempestivo del contrato de Marcelo Longobardi en Radio Rivadavia sea solo una manifestación del reino de la libertad que el gobierno impulsa. Longobardi dice unas cosas y Milei no quiere que las diga. Todos libres. Es posible aunque no sea probable. Pareciera que aquí, recursos del poder se impusieron aún a un renombrado periodista que no acepta que le digan lo que debe decir.
También puede ocurrir que la intimación del canciller Gererdo Werthein a la periodista Natasha Niebieskikwiat para que no informe sobre el gendarme detenido en Venezuela y el caso de los dirigentes opositores refugiados en la embajada argentina en Caracas, sea una consejo bonachón para preservar la reputación de la profesional del diario Clarín. Sin embargo, más se asemeja a una amenaza mafiosa.
FOPEA es clara al respecto: “En los primeros 12 meses de gestión del presidente Javier Milei, el periodismo argentino sufrió 173 ataques, según el relevamiento que lleva adelante el Monitoreo de Libertad de Expresión del Foro de Periodismo Argentino (FOPEA). Con un promedio de un ataque cada dos días, el deterioro del estado de la libertad de expresión en Argentina es preocupante. Agrava esta situación el predominio de los más altos funcionarios públicos entre la lista de agresores. El Monitoreo muestra que en 120 oportunidades el origen de la violencia provino de una fuente estatal, lo que implica que en el 69.36% de los casos registrados existió una participación de algún tipo de funcionario público. A esto se le suman 22 casos en los que se registra violencia paraestatal, es decir de allegados directos al poder estatal, lo que representa un 12,72%. Sumando estos números, el 81.51% de las agresiones a la libertad de expresión estuvo protagonizada por quienes ocupan un cargo público o están vinculados a él.”[1]
En este contexto, es llamativo también el silencio de muchos periodistas normalmente celosos del libre ejercicio de la profesión. Es factible que no haya incentivos económicos a cuidar sino que simplemente han visto en estas situaciones en las que el Gobierno nacional actuó explícitamente, una acción libertaria y una manifestación de su derecho a “defenderse”. Sin embargo, a nadie se le escapa que no es lo que habitualmente ha pasado, y que ha existido en la norma un carácter corporativo en defensa de la profesión que está vez no estuvo.
El cuidado de “quintitas” puede ser una práctica muy traicionera. Y sin embargo es para el Gobierno una actitud a considerarse aliada, amiga, que permite enfrentar al pensamiento disidente “de a gotitas”, ante la pasividad general, presumiblemente sostenida con aportes que va licuando en la medida que elimina o atenúa voces discordantes. Debería saberlo el periodismo. Es el aforismo de Bretch, que no hace otra cosa que describir el accionar del partido nacional socialista alemán y sus aliados en diferentes países europeos. Aquellos que no creen en el funcionamiento de la República y por el contrario reducen el funcionamiento del gobierno a la voluntad de un líder, son propensos históricamente a conducir hacia un proceso de “purificación” consistente en eliminar de una u otra forma el pensamiento opositor. Sin dudas el nazismo y su aliado el fascismo italiano son claros ejemplos de esto. Pero no hay que ir tan lejos; el General Ibérico Saint Jean, gobernador bonaerense durante algunos años del Proceso de Reorganización Nacional fue un cabal ejemplo de la metodología del aniquilamiento paralelo. Se lo recuerda por una frase que pronunció en 1977 durante una cena entre oficiales: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”. Un Bertold Bretch temible y carente de todo talento literario, pero tan claro como se puede ser.
No es preciso decir que en algunos casos la política de sostener la calma e ir reduciendo las voces más disonantes no llega hasta la eliminación física de las personas; no hace falta. Lo que molesta es el pensamiento y su expresión. La muerte es un remedio extremo. Pero el silencio a través de evitar que el micrófono o las páginas de los medios más relevantes permitan que los periodistas libres digan lo que piensan, persigue el mismo fin. En su tiempo eran los libros; las Monarquías europeas prohibían los libros de los revolucionarios franceses, incitaban a su quema y castigaban duramente a sus portadores. Las quemas de libros en grandes piras anunciaron la llegada de decenas de dictaduras. Es el pensamiento libre el que molesta a los regímenes anti republicanos, sólo democráticos cuando son votados, y siempre personalistas, confiados en la infalibilidad de su conductor. Natalio Botana decía hace algunos días en el programa de Carlos Pagni, que le daba la impresión de que los libertarios –y fundamentalmente el mismo Milei- opinan que cada afirmación del Presidente es una verdad revelada. Es complejo convivir democráticamente con quien piensa de esa forma. Una mentalidad de esa naturaleza, con poder, ve naturalmente como innecesarios los pensamientos divergentes y considera su restricción como un aporte a la sociedad.
La mansedumbre de un conjunto que cuida sus intereses y evita decir lo inconveniente, le va a dar la posibilidad de ir conduciendo al conjunto al modelo del rebaño, ideal para la concepción de su manera de ver las cosas.
Las permanentes disputas con quien piensa diferente, incluso dentro de su mismo gobierno, las descalificaciones permanentes a sus adversarios, los calificativos agresivos e innecesarios, la permanente búsqueda de evitar los mecanismos democráticos y el desprecio evidente a las instituciones, nos ponen ante un Presidente democráticamente elegido, que sin embargo no habita cómodamente esa democracia. En estos días, contra toda recomendación de la Corte Suprema, es lo más probable que Milei lleve adelante su decisión de imponer al Juez Lijo, por creerlo imprescindible para su proyecto de país. Una contradicción frente a su declarado liberalismo. Es que el gobierno está decidido a poner a su candidato a cualquier precio, por más que el senado y un conjunto de voces representativas del verdadero liberalismo lo condenen. Marcos Novaro explica claramente la que a su juicio es la razón principal del desatino: “¿Cómo es que llegó a esta determinación? ¿Por qué lo hace, teniendo a la mano tantas otras opciones menos polémicas, que despertarían menos resistencias y que le granjearían mucho más consenso? Tal vez la clave esté justamente en eso, en que no busca consenso, sino imposición. Y la mejor forma de imponerse es apostar por lo más inconveniente e improbable, y salirse con la suya contra todas las resistencias. Lo que revela el fondo del asunto es cómo entiende Milei el sistema institucional y el poder político: en su cosmovisión ellos son monopolios, no mercados, ni sistemas en equilibrio ni resultado de consenso alguno, y está decidido a construir el suyo, su monopolio, ahora que cree tener los recursos y la oportunidad para intentarlo.”[2] Levitsky y Ziblatt afirman que en estos tiempos, “las democracias no mueren abruptamente, sino lentamente, a través de transformaciones paulatinas impulsadas por líderes elegidos democráticamente”. A eso estamos expuestos.
Algunos logros económicos y medidas de racionalización del Estado le otorgan a Milei una popularidad hoy sólida, que no solo le permite intentar ese monopolio, sino también la posibilidad de salir airoso. Más aún, logra en muchos casos que personas con una historia en la democracia lo justifiquen y defiendan, viendo como naturales cosas que no lo son en el sistema. Aunque los primeros años de los gobiernos son en general tiempos de alta popularidad, y también sea muy probable que en tiempos próximos ese favor se vaya desvaneciendo, este caso en particular nos pone ante una disyuntiva de carácter vital: ¿qué será de la LIBERTAD si Milei afirma su popularidad, de la mano de medios que lo protegen y un ejército de trolls que seguramente pagamos todos? Paradójicamente, lo más seguro es que no avance. La pauta publicitaria y los arreglos con periodistas, no suelen ser gratuitos; el silencio hay que abonarlo, y en ese caso los ciudadanos podríamos estar pagando por nuestra desinformación. Si es que hay que decir todo, esto también hay que decirlo.
Quizás esté avanzando la economía, y en buena hora que así sea, aunque no todos los indicadores digan lo mismo. Ahora, a la libertad es complejo verla avanzar; están pasando cosas que preocupan y se la ve en retroceso. Cuando retrocede la libertad, cuando alguien con poder piense que los adversarios no tienen por qué ni acceder a la justicia como ya ha ocurrido incluso en democracia, estaremos complicados. Si el autoritarismo crece ante una cierta condescendencia, no será sencillo evitar que los excesos crezcan. Cuidar la democracia, el imperio de la Constitución y su mandato, que es claro, debería ser el camino. La indiferencia ante episodios como los que se están dando es de un riesgo extremo.
La inflación bajó sustancialmente, el equilibrio fiscal está encaminado; pero la libertad, no solo no parece avanzar; amenaza con retroceder brutalmente.
[1] FOPEA, Un año del gobierno de Javier Milei: el hostigamiento y la violencia digital desde el Estado son las principales agresiones contra la prensa. Institucional, 9 de diciembre de 2024.
[2] Novaro, Marcos. Por qué Javier Milei invierte todo su capital político contra la Corte más liberal que hemos tenido en décadas. Nuevos papeles, 24 de diciembre de 2024.